martes, 7 de mayo de 2013

FARUQ (5 - 5)

Vancouver, Columbia Británica
5 de junio de 1994

La furgoneta recorría lentamente las calles de Vancouver. A esas alturas de su vida, Faruq conocía muy bien el recorrido que estaban haciendo a través del vecindario de Graceland, por lo que se cansó pronto de mirar el paisaje urbano a través de la ventanilla y se volvió para observar en silencio a sus hermanos de manada. Crow estaba durmiendo a su lado en forma Homínida, con la cabeza apoyada incómodamente sobre el hombro de Voz-de-Plata. La lucha a vida o muerte contra el Vulnus lo había dejado en un estado lamentable; tenía graves quemaduras por todo su cuerpo y una herida muy fea en la cabeza, que dejaba entrever una gran parte del hueso del cráneo. Incluso sus ropas parecían maltratadas, víctimas de un incendio que lucían amplias zonas quemadas y un olor carbonizado que dejaba un regusto a humo en el aire. "Es un milagro que aún esté con nosotros", pensó Faruq con tristeza.

En cambio, Voz-de-Plata no había sufrido ninguna herida de consideración, al menos ninguna física, pero su mirada perdida al otro lado de la ventanilla hablaba de sufrimientos internos inimaginables. Faruq comprendía muy bien por lo que debía estar pasando el Hijo de Gaia. Una vez que la batalla terminaba, la rabia sólo dejaba tras de sí dolor e ira en partes iguales. No obstante, Voz-de-Plata era más fuerte de lo que nadie, ni siquiera él mismo, podía imaginar, de modo que Faruq estaba sinceramente convencido de que el Galliard saldría victorioso del conflicto emocional que estuviese afrontando en silencio.

De todas formas, Faruq compartía a grandes rasgos los motivos de su dolor. Esta vez no habría grandes canciones de triunfo, sino un prolongado lamento fúnebre que avergonzaría a todos los Garou de Vancouver. Durante décadas, los siervos del Wyrm habían trabajado discretamente para crear un poderoso túmulo corrupto frente a sus propias narices, sin que ningún guerrero de Gaia se diese cuenta hasta que fue demasiado tarde para poder evitarlo. La amenaza de la guerra contra las sanguijuelas había contribuido a ocultar los preparativos finales de sus ritos malignos y Faruq era demasiado suspicaz para creer que esa coincidencia había sido únicamente fruto del azar. "Es una cagada, se mire como se mire", sentenció el Ragabash. "A ver qué dicen ahora los Ancianos del Clan del Pacto".

Su único consuelo era tener la certeza de que habían salvado las vidas de los cuatro niños que se habían convertido en víctimas de abusos sexuales y de la muchacha drogada que estaba en manos de un retorcido psicópata. Habían hecho por ellos todo lo que estaba en su mano, sacándolos del recinto ferial y llevándolos aún inconscientes hasta una cabina pública en una calle cercana, desde donde hicieron una llamada anónima a la policía y los servicios de urgencias. Voz-de-Plata y Canción-Oculta habían protestado por abandonarlos de esa manera, pero Lars y él les hicieron ver que los humanos probablemente hubiesen sido secuestrados y que sus familias estarían buscándolos desesperadas. Por lo tanto, decidieron no perder más tiempo y se marcharon a toda prisa para informar a Roger Daly de lo que había ocurrido en la Expo.

-¿Qué diablos está pasando?-, preguntó Lars en voz alta desde el asiento del conductor.

Sorprendido por su reacción, Faruq se inclinó de inmediato hacia delante intentando ver lo que ocurría. Todavía era de noche y las farolas de la calle Hastings habían visto días mejores, pero el Caminante Silencioso atinó a ver varios cadáveres sobre el asfalto y un incendio descontrolado en un viejo edificio. "¡Mierda!", maldijo Faruq cuando reconoció el lugar. "¡El Buda Resplandeciente está en llamas!"

-¡Acelera, acelera!-, ordenó Canción-Oculta. -¡No te detengas aquí!

A su lado, Crow se despertó aturdido y exigiendo saber lo que estaba sucediendo. Faruq dejó que Voz-de-Plata lo pusiese al día y siguió observando con asombro el exterior. Contó cuatro cadáveres caídos e inertes sobre las aceras, muertos por lo que parecían ser heridas de bala. Uno de ellos era una mujer desnuda. A Faruq se le encogió el corazón de pronto cuando la reconoció: era Ruth Imparte-Su-Justicia, una Luna Nueva de la tribu de los Moradores de Cristal. A los otros no los reconoció de inmediato, pero sus rostros le eran tan familiares como los de su compañera Ragabash.

-¡Debe haberlos matado un tirador en alguno de los edificios vecinos!-, señaló Lars innecesariamente.

-Entonces.. ¿De verdad están atacando a los Moradores de Cristal?-, preguntó Voz-de-Plata sin terminar de creerse lo que veían sus ojos.

La furgoneta pasó a toda velocidad delante del edificio que había sido antaño el Buda Sonriente. Las tablas que obstruían la entrada principal habían sido quebradas y sus restos astillados permanecían en el suelo como testigos mudos del asalto que habían sufrido. Una inmensa columna de humo negro salía perezosamente por esa entrada y por cada resquicio de las ventanas tapiadas de su fachada. Curiosamente, no se veía ningún coche de policía ni camión de bomberos por las proximidades.

-Gira a la derecha en el próximo desvío-, sugirió Canción-Oculta.

-¿Qué vamos a hacer?-, exigió saber Faruq.

-Tenemos que ayudar a los posibles supervivientes y descubrir quién ha hecho esto-, le respondió el alfa con tono urgente.

-Si hay un tirador ahí fuera con balas de plata, seremos un blanco perfecto en esta puta calle desierta-, intervino Crow ignorando el dolor de sus heridas.

-Entonces acerquémonos por la Umbra-, sugirió Lars al mismo tiempo que detenía bruscamente el vehículo en doble fila.

-.-

En la Penumbra, Graceland tenía un aspecto aún más desolador que en el mundo físico. Los edificios eran más siniestros y parecían a punto de venirse abajo por su propio peso en cualquier momento. Extraños espíritus se alejaban asustados del reflejo umbral de la calle Hastings, desde humildes cucarachas y ratas acobardadas hasta rudimentarios elementales de cartón y papel e hinchadas bolsas de basura. Los Garou pronto descubrieron por qué.

A este lado de la Celosía, el Buda Sonriente estaba siendo brutalmente atacado por más de una veintena de espíritus llameantes. Parecían enfermizos manchurrones de gel luminoso, similares en tonalidad y densidad al napalm, pero sus cuerpos espirituales destellaban con una fosforescencia antinatural. Estas criaturas parecían deleitarse con la destrucción estaban llevando a cabo y bailaban alocadamente, dejando tras de sí un rastro de llamas abrasadoras. De hecho, en la Umbra el incendio del edificio parecía ser mucho más intenso. Ni siquiera las hebras plateadas de los espíritus de la Tejedora que protegían este lugar parecían haberse salvado de sus efectos.

-Son Furmlings-, murmuró Lars despacio.

-¿Puedes explicarte en términos que podamos comprender?-, le pidió Crow impaciente.

-¿Ehh? Ah... sí, sí. Perdonad. Son algo así como... elementales de fuego corrompidos por el Wyrm-, respondió Lars recuperando el hilo de sus pensamientos, -aunque existen algunas historias siniestras que cuentan que son los hijos de las llamas tóxicas que iluminan los reinos del Wyrm en Malfeas.

-No importa de dónde vengan-, musitó Voz-de-Plata. -No hay nada que podamos hacer por el Buda Sonriente. Está perdido. No parece que haya ningún Morado de Cristal vivo.

-Estoy de acuerdo-, gruñó Crow. -Deberíamos concentrarnos en localizar al francotirador y hacerle algunas preguntas antes de acabar con su miserable vida.

-Sí, volvamos. No podemos hacer nada más por ellos-, gruñó Canción-Oculta. Su voz pretendía ser igual de firme que en otras ocasiones, pero Faruq se percató de que el alfa de su manada estaba visiblemente emocionado. Todos ellos lo estaban. Era imposible sentirse al margen de las muertes que habían tenido lugar.

-.-

Desde la Umbra, usaron sus habilidades para observar el mundo físico en busca de pistas que pudiesen revelar la presencia de los atacantes, aunque no encontraron ningún detalle digno de mención más allá del hecho de que todavía no había acudido la policía al lugar de los hechos. En ciudades de otros países del mundo, ese dato hubiese pasado completamente desapercibido, pero en el suyo era un hecho sumamente perturbador. La Real Policía Montada de Canadá acudiría inmediatamente ante cualquier aviso de un tiroteo en las calles. Únicamente las sanguijuelas tenían la influencia y el poder necesarios para impedir que esos agentes de la ley cumpliesen con sus obligaciones... y eso querría decir que Sigfried, el Príncipe de los Vampiros de Vancouver, habría decidido declarar finalmente la guerra contra los hombres lobo.

Maldiciendo su suerte y este nuevo giro de los acontecimientos, Canción-Oculta les ordenó abandonar la búsqueda y regresar a la furgoneta para advertir a las tribus Garou de lo que estaba sucediendo. Si las sanguijuelas se habían atrevido a atacar el Buda Sonriente, nada les impediría hacer lo mismo en Stanley Park.

Sin embargo, cuando regresaron al vehículo descubrieron muy pronto que algo había ido mal, terriblemente mal. Voz-de-Plata no apareció junto a ellos. Decidieron esperarlo durante unos minutos, hasta que Lars y Canción-Oculta acordaron volver a la Umbra para buscarlo. El alfa ordenó expresamente a Crow y Faruq que permaneciesen en la furgoneta, para cubrir la posibilidad de que su hermano regresase desde alguna calle del mundo físico. La espera supuso un auténtico suplicio para el Ragabash, que empezaba a tener la certeza de que esa noche se había convertido en la peor de toda su vida.

-.-

Media hora después, las autoridades humanas seguían sin hacerse cargo de la situación, aunque Canción-Oculta y Lars aparecieron de nuevo en la furgoneta, caminando de lado desde la Penumbra. Faruq supo que traían malas noticias desde el mismo momento en que vio sus caras apenadas y sintió un nudo en su estómago.

-No ha aparecido por aquí-, musitó con todo el aplomo que pudo reunir en esos momentos. -¿Tenéis novedades?

Lars miró por última vez a Canción-Oculta y puso en marcha el motor del vehículo. Canción-Oculta negó despacio con la cabeza, reuniendo fuerzas para hablar:

-Lo buscamos sin descanso, pero no lo encontramos. Incluso nos acercamos al incendio para comprobar que los Furmlings no lo hubiesen cogido. Tampoco tuvimos suerte. Sin embargo, Uktena estaba cerca, escondido entre las sombras de dos viejos edificios y observándolo todo con sus ojos dorados...-, Canción-Oculta interrumpió su relato. Era la primera vez en su vida que un suceso lo afectaba de esa forma.

-Se me ocurrió que nuestro tótem podía saber dónde estaba Voz-de-Plata-, intervino Lars para ayudar al alfa con su carga. El Theurge no apartó la vista de la carretera mientras sacaba la furgoneta de Graceland, pero su voz se oía con claridad por todo el vehículo. Faruq casi deseó que el ruido del tráfico le impidiese escuchar las malas noticias y seguir concibiendo alguna esperanza.

-Él accedió a enseñárnoslo-, continuó el Theurge. -Nos mostró un lugar cubierto de brumas e hilos de araña grandes y pequeños. Supe de inmediato que se trataba de la Celosía, la barrera que separa los mundos físico y espiritual. Había estatuas, innumerables estatuas de todo tipo de espíritus que habían tratado de burlar la barrera de la Tejedora. Nuestro tótem me enseñó el más reciente. Su cuerpo todavía estaba cubierto por espíritus arácnidos, afanadas por terminar su obra, aunque el fuego de la vida ya no latía en él. Pude reconocer sus ojos como los de nuestro hermano desaparecido... y contemplé aterrado su expresión de agonía inmortalizada para toda la eternidad.

-¿Seguro que la visión es cierta? ¿No te habrá mentido para encargarle alguna misión secreta o algo así?

-Faruq-, intervino Canción-Oculta pacientemente, -la visión es cierta. Voz-de-Plata está muerto.

-Está muerto-, repitió Lars como un autómata.

-Pero.. no es posible... ¿cómo pudo pasar algo así?-, preguntó al fin el Ahroun.

-No lo sé. Caminar de lado conlleva sus propios peligros. Quizá no estaba suficientemente concentrado por los sucesos que había contemplado esta noche. No hay forma de saberlo con certeza, salvo compartiendo su misma suerte. Lo único que podemos saber con seguridad es que quedó atrapado en la Celosía y los espíritus de la Tejedora hicieron el resto.

-¡Mierda! ¡Mierda!-, gritó Crow mientras daba un furioso puñetazo contra el asiento del coche. -¡Maldición! ¡Me cago en la puta!

Faruq hubiera querido desahogarse de una forma tan maravillosamente burda y simple al mismo tiempo, pero no pudo. El dolor se aferró a él como una planta que echase raíces de pronto, oprimiéndole el pecho hasta casi dejarle sin respiración. Le hubiese gustado aullar con todas sus fuerzas y despedirse de su amigo, de su hermano, como verdaderamente se merecía, pero tampoco podía hacer eso dentro de una furgoneta. En lugar de hacer eso, lloró en silencio. No dejó de llorar ni siquiera cuando llegaron finalmente a Stanley Park. Sus lágrimas expresaron con más vehemencia toda la pena que sentía por la muerte de Voz-de-Plata que cualquier cosa que pudiese decir o aullar.

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