miércoles, 4 de julio de 2012

C. DE T. 1 - 36: SE DESPEJA EL CAMINO


Después de un tiempo interminable, por fin llegamos al campamento de los bávaros. Josef fue quedándose atrás a medida que nos acercamos a los carromatos, hasta que se desvaneció en las sombras sin que me percatase de ello. Hubo exclamaciones y gritos de sorpresa cuando nos vieron irrumpir de repente en mitad de la noche, con nuestras ropas cubiertas de sangre propia y ajena, y mostrando heridas recientes. Hans y Friedich, dos de los mercenarios que habían bebido mi sangre las dos últimas noches, acudieron a mi encuentro con evidente preocupación en sus caras al verme en tal calamitoso estado. Les ordené que atendiesen inmediatamente las heridas de Lushkar. Ellos me respondieron que uno de los hombres del campamento podía hacerlo y les permití que se lo llevasen. Al final, el revuelo levantado entre sus hombres atrajo a Stefan, que me lanzó una dura mirada de profunda suspicacia al verme de aquella guisa. Teníamos que hablar, me dijo con seriedad. Le respondí que así era, pero que debíamos hacerlo en privado. Él asintió en silencio y me guió hasta una de las tiendas del campamento.

Sentándome en el suelo, le pregunté si su patrón, Ardan, le había comunicado que a partir de este momento yo estaría al mando del grupo. Él me lo confirmó. Igualando la dureza de su mirada, le ordené en ese mismo momento que me devolviese la daga que tan diplomáticamente me había arrebatado hacía dos noches. No ignoraba que su baño de plata y el rubí engarzado en la empuñadura probablemente hubiesen sido un buen botín para cualquier hombre de su calaña. No obstante, era la daga que usaba para muchos de mis ritos taumatúrgicos y no estaba dispuesto a permitir que un simple mortal me la arrebatase. Hasta ahora las circunstancias me habían obligado a mantener las apariencias, pero no estaba dispuesto a transigir por más tiempo del necesario. Stefan, enfrentando al cambio de poder en la balanza, me la devolvió de mala gana. Ambos fuimos conscientes de que aquel gesto en cierta medida también simbolizaba el traspaso definitivo del mando sobre sus hombres y él.

A continuación le pregunté qué habían hecho después de dejar mi carromato en la ciudad la última vez. El bávaro me respondió que volvieron al campamento y se prepararon para el viaje como les habían ordenado. Intuyendo que había encontrado una pista que me condujese a la capilla de Ardan, le pregunté como si sabía donde encontrar al hombre que había servido de intermediario entre el antiguo patrón y él. Stefan me sonrió con picardía de oreja a oreja y llamó a voces a un tal "Vasily". Poco después entró en la tienda un muchacho de seis u ocho años. El bávaro me aseguró que Vasily había seguido al intermediario hasta su casa en Praga, como una medida adicional de seguridad, y que podría guiarme hasta ella sin ningún problema. No pude evitar preguntarme qué hacía un chico tan joven con ellos y se lo pregunté a Stefan. Me respondió que Vasily era el hijo de uno de los soldados de su compañía, pero que su padre murió hacía dos años en una reyerta y que desde entonces lo cuidaban entre todos. Sin embargo, dejó muy claro que no quería poner en peligro la vida del muchacho y me aseguró que se sentiría muy dolido si algo le pasase. El tono amenazador de su voz fluyó con naturalidad, sin artificio ni brusquedad. Me alegré al comprobar que incluso un perro viejo consagrado a las armas tenía fuertes escrúpulos porque eso confirmaba mi fe en la misma humanidad. Le prometí solemnemente cuidaría de él como si fuese mi propio hijo. Luego, hice que ambos saliesen de la tienda para descansar un poco.

Durante el camino desde las colinas de Petri hasta el campamento, había tenido tiempo para pensar en muchas cosas. El problema más apremiante era localizar la capilla secreta de Ardan en Praga. No obstante, me había dado cuenta de que conocía a un Cainita que quizás hubiese estado allí: mi propio sire. Además de su importante cargo como Cosechador de Vis de la gran capilla de Ceoris, Jervais también era uno de los diplomáticos más importantes de la Casa Tremere, cuyas obligaciones le habían enviado a numerosos viajes. Quizás él hubiese estado en la capilla de Ardan y pudiese guiarme hasta ella. En cierta forma, me sentí bastante estúpido por no haberme dado cuenta antes de aquella posibilidad; ni siquiera los importantes acontecimientos en los que me había involucrado desde mi llegada a Praga suponían una excusa válida para semejante descuido. No obstante, ahora sabía cosas de la ciudad con las que podría comerciar con mi viejo sire y maestro.


Sentado en el suelo y con el cuerpo relajado a pesar de las heridas causadas por mi reciente encuentro con los licántropos, concentré mi mente en una gran pirámide cuyas piedras estaban cubiertas de sangre. Aquella sangre manaba desde la cúspide hasta las filas inferiores uniendo a toda la Casa. Esa unión mística fue la que me permitió alcanzar la mente de Jervais. A través del ritual de la Comunicación con el Sire del Cainita le envié imágenes oníricas de la ciudad de Praga y del monasterio de Petri. Luego, en su mente apareció el Puente de Judith. En extremo del puente se hallaba Garinol y en el otro se alzaba la gran capilla de Ceoris en cuyas puertas abiertas estaba la imagen de mi sire para darle la bienvenida al Capadocio. En medio del puente, me hallaba yo mismo con los brazos extendidos hacia ambos extremos, mostrando una sonrisa satisfecha. Después, le envié una imagen de mí persiguiendo a Ardan por las calles de Praga, necesitando encontrarlo con urgencia.


Por su respuesta, intuí que Jervais había comprendido inmediatamente lo que le ofrecía y lo que le pedía a cambio. Contemplé a Garinol ascendiendo despacio por un camino sinuoso que al final le conduciría hasta Ceoris. También pude ver las familiares calles de Praga, cubiertas de niebla, el Puente de Judith, la Ciudad Vieja, una calle tortuosa y... una casa que parecía distinta y al mismo tiempo semejante a las que la rodeaban. Mi visión se acabó en ese punto. Ahora ya sabía dónde se ocultaba Ardan.


No obstante, necesitaba más sangre para mis planes. Llamé al curandero del campamento para que atendiese mis heridas. El hombre vino preocupado y comenzó a colocar sus instrumentos a mi lado antes de examinarme. Aproveché su descuido y hundí mis colmillos en su cuello para beber un poco de su sangre. Instantes después, noté una fuerte patada que me separó del mortal. Josef se hallaba también en la tienda. Durante unos segundos sentí que mi ira crecía en mi interior, pero el Nosferatu señaló apremiante al exterior y luego se ocultó entre las sombras de la tienda. Me concentré en mis sentidos y escuché los pasos que se acercaban.


Apenas tuve tiempo para lamer la herida que habían causado mis colmillos en el cuello del curandero, eliminando cualquier marca del mordisco, y ponerme en pie cuando Stefan entró en la tienda. Le interrumpí antes de que dijese nada para decirle que el curandero había tenido un achaque, pero que ahora se encontraba mejor. Me dí cuenta de que el bávaro no estaba convencido del todo, pero no perdí más el tiempo. Le ordené que recogiesen inmediatamente todas sus cosas y que se pusiesen en camino hacia el sur cuanto antes. Stefan protestó, exigiendo saber a dónde iban. Me volví hacia él, explicándole que lo sabría pronto. Yo debía pagar una deuda y me reuniría con él en dos o tres días a lo sumo. Mientras no se separasen del camino que habíamos acordado, les encontraría. Por último, el encargué el cuidado de Sana durante los próximos días.


Mientras Stefan se apresuraba a cumplir mis órdenes, llamé a Derlush y a Vasily. Le dije a mi criado que cogiese dos caballos y que se adelantase con el muchacho hasta las primeras casas de la ciudad. Yo iría caminando hasta llegar a ellos. Cuando me alejé lo suficiente del ajetreo del campamento, susurré el nombre del Nosferatu. Josef salió de las sombras, volviéndose visible. Sin duda, había escuchado todo lo que se dijo en el campamento y estaba desconcertado por lo que estaba pasando. Intenté explicarle que estaba determinado a cumplir mi palabra, pero que existía la posibilidad de que no fuese posible sacar al rabino con vida de la capilla de Ardan. Así que le pregunté que si se daba ese caso, si quería le ahorrase la agonía a Mordecai ben Judá. Tras pensarlo, me respondió asintiendo en silencio con una evidente tristeza. También le pregunté si la muerte del rabino desharía la magia que había animado al gólem del Barrio Judío, pero él me respondió que no lo sabía. Personalmente, yo también sospechaba que no sería así, pero sabía muy pocas cosas de la Cábala judía, por lo que no podía dar ningún paso en falso.


A continuación, le expliqué que esta vez no podía seguirme, porque Ardan podría percatarse de su presencia por medios mágicos, lo que arruinaría cualquier intento de rescate. Por supuesto, aquello era mentira hasta cierto punto, pero no estaba dispuesto a revelarle la localización de la capilla Tremere en Praga a ningún Cainita de aquella ciudad. Y, por último, acordamos reunirnos esa misma noche en el convento de Santa Ana. Sin nada más que decir, Josef se alejó hacia las sombras y desapareció de la vista como si nunca hubiese estado allí. Me propuse descubrir en el futuro los misterios de ese don de la sangre Cainita. Debía ser muy útil en las manos adecuadas.


Después, me acerqué a mi criado y al niño. Le expliqué a Derlush que debía llevarse uno de los caballos y esperarme con el muchacho en el prostíbulo donde se habían alojado los mercenarios, dándole todas las indicaciones necesarias para que llegase sin problemas. Sin embargo, antes de que partiese, le pedí que cuidase de Vasily como había hecho con Sana. Él asintió y luego su caballo se alejó rápidamente.


Una vez que estuve solo, maté al caballo que aguardaba a mi lado y bebí toda su insípida sangre, nada comparable a la sangre humana. Con ella curé una de las heridas que me habían infringido los licántropos. Luego me dirigí al río helado, donde Josef no podría seguirme en el caso de que me estuviese vigilando desde las sombras.

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