lunes, 23 de julio de 2012

C. DE T. 1 - 47: UNA MUJER LLAMADA MARÍA


Cuando me desperté a la noche siguiente, pude comprobar que mis criados habían seguido fielmente mis últimas instrucciones, ya que nuestro carromato estaba en un nuevo almacén, más pequeño que el anterior, aunque con peores olores. Derlush estaba esperándome, preparado para informarme. Había hablado con cinco prostitutas, que me esperaban en una de las habitaciones de la posada de los Tres Barriles. También me explicó que había un navío descargando mercancía que partiría río abajo dentro de cinco días. Había hablado con el capitán del barco y le había pagado por el pasaje de nuestro prisionero. Satisfecho con su diligencia, le dije que no creía que necesitase más sus servicios durante esa noche, por lo que él y el resto de los criados podían descansar cuanto quisieran.

La posada de los Tres Barriles era una de las mejores casas de Pest, un lugar perfecto para comerciantes y viajeros de paso que no tuviesen familiares con los que quedarse durante su estancia en la ciudad. No se hallaba lejos del Mercado de Ganado y su dueño era famoso por la calidad de la cerveza y la comida que servía a sus inquilinos. Derlush había escogido bien. Al entrar, pude ver que el salón estaba lleno de personas, solas o reunidas en grupos pequeños, y había un murmullo constante de múltiples voces en varios idiomas. Me acerqué al ocupado mesonero, preguntando por la habitación donde mis primas aguardaban mi llegada. El hombre, bien entrado en carnes y parcialmente calvo, sonrió con complicidad al oír mis palabras. Me respondió que ellas ya había llegado y que me esperaban todas juntas en las habitaciones de arriba.

Efectivamente, en el pasillo de las habitaciones esperaban cinco mujeres conversando en voz baja entre ellas. Debía reconocer que Derlush se había esmerado en su cometido. La mayoría de ellas eran jóvenes, ninguna mayor con más de veintidós años, de rostros hermosos, miradas audaces y cuerpos que podían mostrar gran generosidad ante el sonido inconfundible de una bolsa llena de monedas. Me acerqué a ellas y les expliqué que mi criado había tenido muy buen gusto al elegirlas. Mentí diciéndoles que era un ocupado pero próspero comerciante que estaría diez días en la ciudad. Esa noche elegiría a cuál de ellas me calentaría la cama durante el tiempo que estuviese en Buda-Pest, pagándola generosamente por sus servicios. Mi historia atrajo inmediatamente su atención y observé satisfecho las miradas complacientes que me dirigían.

Elegí a una de aquellas muchachas, una joven bajita de pelo castaño y curvas generosas, y entramos juntos a la habitación. Ella se quitó despacio la ropa, mostrando toda la hermosura de su juventud y quedánse pronto como su madre la había traído al mundo. Sin duda, pensaba que yo era otro cliente más con el que debía fingir un poco para poder comer unos cuantos días más. Acaricié despacio su cara durante unos instantes mientras trataba de contemplar su vida corriendo ante mis ojos y luego la besé con fuerza. Sus labios sabían a vino y juventud. Ella me correspondió con habilidad, abrazándose a mí para que sintiese sus carnes contra mi cuerpo y arrastrándome a la cama mientras iba aflojando mi cinturón. Besé su cuello varias veces antes de hundir mis colmillos. Ella balbuceó por el repentino dolor, pero pronto se rindió al placer del Beso de los descendientes de Caín. Su sangre era fuerte y me hundí en su sabor, sintiendo cómo su vitalidad devolvía una apariencia de vida a mi cuerpo no muerto. Lentamente, desapareció otra de las cicatrices que había sufrido a manos de los licántropos durante mi estancia en Praga.  Cuando dejé de beber, la joven estaba agotada. No hacía falta que usara mi Dominación sobre ella para que durmiese, pero aún así lo hice para que no se despertase hasta el día siguiente. Seguía necesitando más sangre y no quería que se despertase en un momento inoportuno. Ella se tendió en la cama, sin resistencia, durmiendo plácidamente. Lamí su cuello para borrar las marcas dejadas por mis colmillos y luego me incorporé para hacer pasar a la siguiente.

Mi nueva víctima era un poco más alta que la joven que dormía en la cama y tenía una sonrisa descarada, casi burlona. Caminaba con seguridad y confianza. Su melena era del color de las hojas caídas en otoño y sus ojos eran dos piedras brillantes llenas de energía e inteligencia. Lo primero que hizo al entrar fue observar la cama y preguntar por qué su compañera tan profundamente. El tono con el que hizo aquella pregunta hubiera hecho sonrojarse a cualquier mancebo. Era una joven muy atrevida. Me acerqué a ella respondiéndole que pronto sentiría el motivo. Ella me sonrió, mientras yo estiraba mi mano para coger la suya, pero ella retrocedió entonces evitando el contacto mientras seguía mostrando una sonrisa cargada de complicidad. Sus provocaciones habían despertado un poderoso anhelo dentro de mí. La Bestia Interior quería más sangre, su sangre, y yo no podía hacer otra cosa que estar enteramente de acuerdo con sus demandas. Con seguridad, la joven se echó un poco de vino de una jarra de arcilla en un vaso y bebió con lentitud sin perderme de vista. Fascinado, le pregunté cómo se llamaba.

-María, como la madre de Dios -me respondió sugerentemente.

-O como la Magdalena -repliqué burlón.

Ella se rió con naturalidad, sorprendida sinceramente por mis palabras. A continuación me hizo una oferta inesperada: traer otra chica para que las dos jugasen para mí. Permanecí callado unos instantes mientras pensaba su oferta. Mi curiosidad pudo más que la cautela y le permití que llamase a quien quisiera. Ella eligió a otra muchacha, una llamada Anna, que entró desconcertada, pero sonriente. Mientras ambas se sentaban al pie de la cama, yo apoyé mi espalda contra la puerta para impedir que María escapase. Por alguna razón, presentí que María quería me uniese a ellas, que bajase la guardia, por lo que permanecí alerta. Sin embargo, ella no trató de huir, sino que desvistió entre risas y juegos a Ana, mientras me seguía mirando con aquella mirada tan provocativa. Las dos comenzaron a besarse. María, que aún seguía vestida, acarició con soltura los pezones de su amiga mientras su lengua relamía los labios de Anna.

La joven cogió la jarra de vino que había usado antes y derramó su contenido generosamente sobre los pechos de Anna. El líquido rojo parecía sangre derramándose sobre las curvas de su compañera. Aquello excitó más mi imaginación. No pude evitar imaginarme el sabor de su sangre recién derramada. Mi Bestia Interior se agitaba violentamente ante aquel espectáculo, mas hice gala de todo mi autocontrol para permanecer quieto, ya que había perdido cualquier posible atisbo de serenidad. Mi mirada no podía ocultar mi lucha interior. María la percibió sin dificultades y llevó el juego más lejos, acariciando las piernas de Anna sin detenerse cuando llegó al pubis. El corazón de la chica empezó latió con fuerza, incluso yo lo pude sentir a pesar de la distancia que nos separaba, y no pudo evitar gemir de placer cuando los dedos juguetones de la primera repetían sus movimientos en aquella zona.

A continuación María besó el cuello de Anna, que se estremecía de placer, y, tal como me esperaba, hundió su colmillos en su piel, derramando su sangre y bebiéndola lujuriosamente. Agitado pero con la Bestia aún bajo control, me acerqué a las dos y también mordí el cuello de Anna, estremeciéndome al probar su sangre.  Al levantar la vista, comprobé que María me estaba mirando. La sangre derramada manchaba sus labios y su barbilla, pero sus ojos seguían ofreciendo la misma mirada descarada de la que había hecho gala cuando entró en la habitación. Presa de la pasión, besé sus labios sin pensarlo. Nuestras lenguas se tocaron en aquel beso, lamiendo la sangre de Anna que aún quedaba en nuestras bocas. Luego me aparté y lamí el cuello de la joven. Anna aún vivía, pero los latidos de su corazón eran muy débiles. María hizo lo mismo. Después, tendimos el cuerpo de la joven en la cama, junto a la primera prostituta.

Más calmado y sereno, le pregunté quién era y qué quería de mí. Ella se rió. Durante unos instantes, temí para mis adentros que se tratase de la Toreador de la que me había advertido la Consejera Therimna la noche anterior. María me aseguró sin perder su buen humor que no debía temer nada, ya que sólo quería llevarme a una reunión secreta con sus aliados, que también pertenecían a la prole de los descendientes de Caín. Pese a mi insistencia, se negó a explicarme previamente quiénes eran. Por supuesto, aquello podía ser una trampa orquestada por Roland o por algún otro Cainita enemigo de la Casa Tremere. No obstante, le pedí a María que me dijese su nombre verdadero y el linaje del que procedía como muestra de buena voluntad, pero ella se negó desafiante. Ante su obstinación, decidí rechazar su oferta, lo cual pareció enfurecerla.

-Si Dieter no acepta acudir a nuestra reunión, mis aliados y yo tendremos que reunirnos forzosamente con él en la posada donde se esconden sus criados -me amenazó con frialdad.

Maldije en silencio mi fortuna. Ella sabía demasiado. Conocía mi nombre, mi linaje verdadero e incluso sabía dónde se hallaban mis criados a pesar de que nos habíamos trasladado durante las horas del día. Sus palabras estaban cargadas de tantas amenazas implícitas que no tuve más remedio que claudicar ante sus exigencias. Cuando salimos de la habitación, les dije a las dos muchachas que aguardaban al otro lado de la puerta que había escogido a María, les dí monedas suficientes para pagarlas a ellas y a sus compañeras y dejé que la Cainita me guiase por las calles hacia el lugar de la misteriosa reunión.

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