viernes, 6 de julio de 2012

C. DE T. 1 - 38: NUEVAS DECISIONES


Me dirigí directamente al convento de Santa Ana tras mi visita secreta a la capilla de Ardan. Trepé por el muro con rapidez y salté al pequeño jardín interior. Sin ninguna dificultad atisbé una sombra humana pegada a uno de  los contrafuertes del edificio. Me acerqué con cautela, mientras Ecaterina hacía lo mismo. Sorprendido por su presencia allí, le pregunté qué asuntos le traían a aquel sitio. Ella respondió que Josef había acudido a ella y le había hablado de nuestro acuerdo, pidiéndole que viniera a verme. Asentí, más para mí mismo que para ella. El Nosferatu no era ingenuo y había buscado refuerzos por si los necesitaba aquella noche, pensé para mis adentros. No obstante, era portador de malas noticias. Le expliqué a Ecaterina que las circunstancias me obligaron a darle una muerte rápida al rabino Mordecai. Apenas hube proferido esas palabras, escuché un grito terrible detrás mío. Al volverme ahora pude ver a Josef de rodillas, derramando copiosas lágrimas de sangre y maldiciendo y enseñando los colmillos.

-"Ojo por ojo", aulló. "Los hijos de David se cobrarán dos vidas por la suya".

Parecía que Josef iba a perder el control frente a su Bestia Interior. Ecaterina se movió rápidamente, interponiendo su cuerpo entre nosotros, y trató de tranquilizar al Nosferatu. Poco a poco, Josef fue recuperando la serenidad lentamente. Por mi parte, le expliqué que el alma del rabino por fin conocía ahora la paz. El Nosferatu quiso saber los detalles. Dudé en ese momento, porque temía que si le hablaba del estado en que se encontraba Mordecai ben Judá, Josef caería en un violento frenesí, acabando tal vez con mi propia existencia. Tras unos instantes de vacilación, me negué a darle esos detalles, explicándole que eso sólo traería más dolor y pesar a su alma. Pasaron unos momentos de tenso silencio, pero al final el Nosferatu atendió a razones y, suspirando, me contó que necesitaba mi auxilio. Si le ayudaba a romper el embrujo que pesaba sobre el Barrio Judío, él a cambio me confesaría algunos aspectos muy importantes relacionados con la desaparición de mis compañeros Tremere.

Acepté su oferta por dos razones. Una fue, por supuesto, el conocimiento que me ofrecía. Hasta donde yo sabía por el momento, Conrad y Tobías habían muerto a manos de nuestros enemigos Tzimisce, pero si Josef me ofrecía saber importantes detalles relacionados con su desaparición, suponía que había algún secreto más que ignoraba hasta ahora. La otra consistía en el mismo fenómeno que afectaba al Barrio Judío. Cualquier poder mágico, sin importar su naturaleza, debía ser controlado por la voluntad que lo originó y, si se libera sin control alguno, podría ocasionar grandes destrozos sobre los humanos que viviesen allí.

Josef se mostró visiblemente aliviado ante mi respuesta y me habló inmediatamente de Elías, el hijo del rabino Mordecai, así como de la vivienda donde ambos residían. Mi razonamiento consistía en que Elías fuese un magus mortal, como lo había sido su padre, y que su poder seguía alimentando la existencia del gólem; por tanto, si queríamos deshacer el embrujo, sería necesaria su muerte. Así se lo expliqué a Josef, que aceptó mi consejo sin dudar, al tiempo que murmuraba que se vengaría de Ardan y del mismo Príncipe de Praga. Ecaterina, callada y meditabunda hasta entonces, afirmó que ella también nos acompañaría.

Traté de convencerla para que no arriesgase su no vida inútilmente, mas no logré disuadirla de participar en semejante empresa. Ella se negó en rotundo a ceder, explicándome sus razones. El Príncipe de Praga la había declarado proscrita hace años y había declarado una Caza de Sangre contra ella para exterminarla. Desde entonces, ella había sobrevivido en la ciudad gracias a la ayuda encubierta de Garinol y Josef. En aquella empresa, no sólo estaba pagando parte de sus deudas, sino que también estaba ayudando a sus amigos. La firmeza de sus convicciones me impresionó profundamente y acepté su intervención sin poner más impedimentos.

Nos llevó escaso tiempo trazar nuestro plan por lo limitado de las opciones que disponíamos. La vivienda de Mordecai se hallaba casi en el centro del Barrio Judío, por lo que nuestra presencia atraería la ira del gólem desde el momento en que apenas diésemos una veintena de pasos por las calles del barrio. No obstante, no teníamos más alternativas. Simplemente debíamos entrar todo lo rápido que pudiésemos, evitando a los vecinos tocados por el conjuro del gólem, y entrar en la casa para matar a Elías. Después de haber tenido que huir sin recurrir a la taumaturgia, dudaba que incluso tres Cainitas pudiesen tener éxito en aquella empresa, pero les seguí por las calles hasta que llegamos al río, caminando a continuación despacio por la resbaladiza capa de hielo hasta alcanzar el embarcadero del Barrio Judío. En mi mente no pude sino recordar las célebres palabras pronunciadas por Cayo Julio César cuando ordenó que sus tropas cruzasen el río Rubicón para dar comienzo a la guerra civil que lo enfrentaría a Cneo Pompeyo Magno: "alea iacta est". La suerte está echada.

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