martes, 17 de julio de 2012

C. DE T. 1 - 43: DOMINICO


Tras una hora de marcha, los jinetes nos condujeron a un gran campamento oculto en el bosque. Pude contar unos cincuenta hombres, todos bien armados y pertrechados, distribuidos entre pequeñas tiendas y hogueras, así como un gran cantidad de caballos. Parecían hombres de armas profesionales, veteranos curtidos en numerosas batallas. Ahora comprendía por qué al líder de los ghoul había mostrado tanta indiferencia cuando insistí en llevar conmigo a dos de mis criados de mayor confianza. Derlush y Hans no podrían hacer otra cosa que buscar una muerte honorable si el señor Cainita de aquellos mortales se convertía en mi adversario.

Nuestros acompañantes me guiaron a la tienda más grande, que se hallaba situada en el centro del campamento. No pude evitar fijarme en que no había guardias apostados en la entrada, como si ese pequeño detalle no fuese necesario. Como suponía, mis criados tuvieron que esperar fuera, rodeados por nuestros guías mientras yo entraba en el interior. La luz mortecina de un pequeño brasero iluminaba débilmente la estancia. El mobiliario era escaso: elaboradas alfombras para cubrir el suelo, una mesa de madera negra con copas de plata, pergaminos y mapas y un silla plegable de madera con pequeñas decoraciones de marfil. Sentado sobre ella, se hallaba un hombre de unos treinta años, corpulento y calvo. Su piel tenía una tonalidad morena, casi grisácea, e iba vestido con los mismos atavíos bélicos que los hombres del exterior. Pero el rasgo más destacable de aquel desconocido eran sus ojos. Poseían una mirada profunda, casi depredadora.

El Cainita no se levantó de la silla para darme la bienvenida, ni mostró ninguna emoción por mi presencia. Tras observarme durante unos instantes, me hizo una pregunta usando la lengua de los romanos, hablándola con naturalidad de un modo prístino y falto de las expresiones modernas impuestas por los actuales tiempos. Aunque entendía perfectamente lo que me había preguntado, dudé unos segundos sorprendido por aquella circunstancia. El extraño volvió a hacer impasible la misma pregunta. Le respondí que me llamaba Dieter. Mi palabras eran más pobres y toscas, comparándolas con las suyas, pero fueron claras y precisas. El extraño quiso saber entonces de cuál de los trece clanes descendientes de Caín procedía yo. Aquella era una pregunta extremadamente delicada y no la respondí, esperando inútilmente ganar tiempo con mi silencio mientras pensaba qué hacer. No obstante, el Cainita perdió la paciencia con rapidez y entró en mi mente para obtener por sí mismo las respuestas que buscaba. Su voluntad es muy poderosa y antigua, provocándome un fuerte dolor de cabeza. Tuve que claudicar respondiendo que pertenecía al linaje de los Tremere.

Mi respuesta le causó un evidente desagrado. Su voz no ocultó su desprecio cuando me dijo que en el pasado había tenido algunas valiosas amistades dentro del clan Salubri y que estaba perfectamente al tanto de los crímenes atroces que habían cometido los míos contra ellos en estos nuevos tiempos. Sabiendo que mi no vida se hallaba en grave peligro, intenté evitar su ira, asegurándole que yo nunca había matado a ninguno. Hubo tenso silencio durante unos segundos, pero luego me preguntó qué haría si me encontrase con uno. Aquella era otra pregunta clave en aquel juego. "¿Cómo mentir a un Cainita que podía leer tus pensamientos como si fuesen un libro abierto?", me pregunté acorralado. Decidí apostar por la sinceridad, al menos por una sinceridad educada, respondiéndole que en ese caso haría el mejor servicio posible a mi clan. Aquella pregunta le sorprendió. Repitió la palabra lealtad varias veces, como si fuese una herida infectada en las profundidades de su alma. El extraño vagó perdido en sus propios pensamientos unos instantes más antes de preguntarme a dónde me dirigía. Volví a responderle con sinceridad, contestándole que mis pasos me llevaban a Buda-Pest. No obstante, aquella respuesta despertó un fuego furioso en él. Su voz temblaba de ira cuando me preguntó cuál era mi relación con Bulscu y los Arpad. Respondí con humildad que no los conocía esperando que aquella respuesta me comprase más tiempo.

La ira apenas controlada del Cainita fue amainando poco a poco y su voz se convirtió en un tenue susurro. Sin embargo, en ese instante me pareció incluso más peligroso que antes. Me preguntó si sabía lo que era la traición. Presentí que aquella era otra pregunta clave que determinaría sus decisiones, así que decidí intentar seguirle la corriente. Le expliqué que así era, que había sido traicionado por uno de mis propios compañeros de clan, Ardan, que había descuidado su responsabilidad como anfitrión, preparándome una trampa para que fuese asesinado en una de las posadas de la ciudad de Praga. También le confesé que Ardan no había obrado en solitario, sino que disponía de la complicidad de algunos de mis superiores en la jerarquía interna del clan. El extraño meditó detenidamente acerca de mis palabras. Luego me explicó que él también había conocido el sabor amargo de la traición. Revivió aquel instante contándome detenidamente lo que le había sucedido. Me dijo que  Bulscu se había convertido en su ghoul favorito en su guerra contra los Ventrue desde la caída de Cartago. De algún modo, los Ventrue sobornaron a Bulscu para que le traicionase, le clavase una estaca en el corazón y lo enterrase en un yermo alejado cualquier ciudad o aldea humana. Siglos después, los Brujah encontraron el lugar en el que había sido abandonado y lo liberaron. Fue en aquel momento cuando descubrió que Bulscu había sido convertido en Cainita por los Ventrue como recompensa por su traición. Desde entonces, había consagrado todos sus esfuerzos a destruir a Bulscu y a sus taimados aliados, los Cainitas que se hacían llamar Inconnu. Mientras terminaba su relato, el extraño apretó sin esfuerzo uno de los apoyabrazos de la silla hasta que acabó por romperlo y sostuvo el trozo más grande como si fuera una estaca en sus manos.

Caminó hacia mí mientras me preguntaba los motivos que me llevaban a visitar Buda-Pest. No tuve tiempo de responder, ya que se convirtió en un borrón en movimiento, colocándose a mi espalda antes de que pudiese reaccionar y aferrándome el cuello con uno de sus poderosos brazos mientras que con el otro hizo presión con la punta de la estaca contra mi espalda. Si quería impresionarme lo consiguió con creces. Asustado, le respondí que trataba de llevar a un joven rabino judío a Constantinopla como parte de una vieja deuda. No obstante, no me creyó. Gritó enfadado si necesitaba una treintena de hombres armados para escoltar a un simple rabino. El Cainita estaba furioso, muy furioso. Si no decía algo más cuanto antes, habría perdido mi última oportunidad para sobrevivir. Le dije rápidamente que podía ayudarle, transmitiendo a mis superiores una oferta de alianza entre él y mi clan. Me siguió apretando del mismo modo durante unos segundos más y luego me soltó, considerando seriamente mi oferta y las oportunidades que le ofrecía.

Pese a todo, siguió desconfiando de mí y usó su Dominación para exigirme que no lo traicionase. Su voluntad era demasiado fuerte para que pudiese ofrecer alguna resistencia. Después, el Cainita siguió hablando. Deseaba que le dijese a mis antiguos que Dominico de Cartago buscaba aliados contra Bulscu; a cambio, nos ofrecería soldados curtidos en batalla para nuestras batallas contra los Tzimisce. Yo le  aseguré que transmitiría fielmente sus palabras a mis superiores en cuanto tuviese la oportunidad. No obstante, Dominico aún no estaba conforme. También me ofreció una alianza personal entre nosotros dos: él me ayudaría contra Ardan si yo le apoyaba contra Bulscu. Aquella oferta era demasiado comprometida políticamente hablando para decidirla en meros segundos, así que le respondí con diplomacia que apoyaría su causa siempre y cuando la aprobase mi clan. Dominico me observó durante unos segundos más, debatiéndose entre la furia y la paciencia, y al final, me dio la espalda mientras me decía que podía irme en paz. Así lo hice antes de que aquel anciano Cainita cambiase de nuevo de opinión.

Derlush y Hans me esperaban inquietos en el exterior junto a los jinetes que nos habían escoltado hasta allí. Nos subimos a nuestros caballos sin perder el tiempo y cabalgamos hasta llegar a nuestro propio campamento. Friedich y Karl estaban evidentemente aliviados al verme con vida y se hicieron cargo de nuestros caballos. Por supuesto, Erik vino a hablar conmigo para saber qué estaba pasando. Le tranquilicé diciéndole que había resuelto la situación y que no tenía que preocuparse más por el señor de aquellos jinetes. Mis palabras no lo convencieron del todo, mas tuvo que aceptarlas a pesar de su reluctancia.

Más tarde, cuando las gentes del campamento descansaban las pocas horas de noche que faltaban hasta el amanecer, Derlush, Sana y yo nos adentramos en el bosque. Emborrachamos a la niña con un pellejo de vino y luego hicimos una pequeña hoguera, donde dejé calentándose al fuego el filo de un cuchillo. Cuando Sana se quedó inconsciente por el alcohol, usé el hierro al rojo para cortar la marca de nacimiento que tenía en la espalda y arrojar al fuego. La niña se debatió torpemente entre los brazos de Derlush, pero hicimos los cortes tan rápido como nos fue posible y a continuación usé unos emplastos y vendas que tenía preparados para atender la herida. Usé mi visión mística para comprobar si su aura aún mostraba signos extraños, pero ya no era el caso. Esperaba que los licántropos no pudiesen percibir más su presencia. Finalmente, volvimos al carromato antes de que amaneciese.

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