lunes, 16 de julio de 2012

C. DE T. 1 - 42: LEALTAD Y SERVICIO


Cuando me desperté a la noche siguiente, envié a Derlush para que fuese a buscar a Hans, Friedich y Karl, trayéndolos de uno en uno al carromato. Mi fiel criado salió fuera con Sana para cumplir mis órdenes, pero al poco de salir por la portezuela, pude escucharlo maldecir a Vasily y obligarlo a alejarse corriendo antes de que le propinase un fuerte puntapié. Parecía que el muchacho se había escondido debajo de nuestro carro y estaba escuchando a hurtadillas. ¡Qué inconsciente! ¿No había contemplado con horror cómo me alimentaba de Adoniah? ¿No me había visto alzarme desde el interior de la tierra después de yacer enterrado un día entero? Su curiosidad malsana podría ponerle en grave peligro si se acercaba a mí en el momento menos adecuado. Me hallaba concentrado en tales pensamientos, cuando Hans abrió la puerta del carromato y entró en el interior.

Entró sonriente y feliz, oliendo a sudor y sexo y preguntándome directamente si tengo más vino como el que le había ofrecido la noche anterior. Al principio, me costó obligarle a concentrarse en lo que le decía, pero poco a poco empezó a escucharme con atención. Le expliqué que sabía que se notaba diferente, enérgico, fuerte y más vivo de lo que se había sentido nunca. Hans me miró boquiabierto cuando usé aquellas palabras. Sabía que era exactamente cómo se sentía. Yo también me había sentido así durante mi aprendizaje cuando Jervais me dio su sangre una vez que alcancé una edad suficiente. El mercenario murmuró algo sobre una de las prostitutas que nos acompañan, a la que no dejó dormir en toda la noche. Asentí intentado parecer comprensivo, diciéndole que podía explicarle lo que le estaba pasando.

Le dije que yo era un brujo, un practicante de la auténtica magia, y que le había dado a beber un elixir que le  proporcionaría juventud, fuerza y poderes curativos si lo tomaba al menos una vez cada luna llena hasta el fin de sus días. Le puse el ejemplo de mi fiel Lushkar, que se debatía entre la vida y la muerte en un jergón a nuestro lado. Sus heridas eran tan graves que, cuando lo vieron, todos creyeron que no sobreviviría ni solo día; no obstante, seguía luchando y recuperándose paulatinamente a pesar del dolor. Hans me interrumpió entonces para pedirme más elixir, diciéndome que me pagaría con todas las monedas que tenía por algunas frascas de aquel líquido milagroso. Aquello me divirtió por su sincera ingenuidad, mas tuve que mantener la compostura para que comprendiese sin más confusiones cuál era su nueva situación.

Usando mis poderes de Dominación para subvertir su voluntad, lo obligué a arrodillarse y permanecer en silencio contra su voluntad. Al principio, trató de resistirse enfadado, y luego asustado, pero no logró hacer otra cosa que cumplir mis órdenes. Lo tuve más tiempo del necesario en esa angustiosa situación. Cuando por fin lo liberé, se echó inmediatamente a mis pies, temblando de miedo y suplicándome por su vida. Fue entonces cuando se lo dije. Debía jurarme lealtad imperecedera por encima de todas las cosas que le habían importado hasta entonces. Debía serme fiel y obrar del mejor modo posible en beneficio de mis intereses, pero sobretodo, debía obedecer todas mis órdenes sin preguntas ni vacilaciones. Si me hallaba satisfecho con sus méritos, le entregaría un frasco de elixir cada luna. De lo contrario, enviaría su alma pecadora directa al Infierno. El hombre juró una y otra vez hasta que me convencí de su sinceridad. Hice que se levantase. A partir de entonces, seguiría comportándose como hasta ahora, pero sirviéndome en secreto cuando se lo ordenase. No debía compartir nuestro secreto con nadie más que con Derlush, Friedich y Karl, que también se hallaban del mismo modo a mi servicio. Aquello prendió una pequeña chispa de celos en su interior, pero no protestó, así que le permití salir del carromato. Luego tuve la misma conversación con Friedich y Karl, que también reaccionaron con miedo, recelo y, al final, con sumisión.

Ahora que había formado un núcleo de criados fieles a mi persona en compañía de aquellos mortales, aproveché la oportunidad de alimentarme con discreción de otras personas del campamento. Hice llamar al curandero con la excusa de que atendiese mis heridas para beber un poco de su sangre y luego Derlush me trajo a una de las prostitutas del campamento. Usé aquella sangre para curar algunas heridas que me habían infringido los licántropos mientras le dije a Derlush que intentase traducir lo que iba a decirle a Sana. Le expliqué que había tratado de devolverla a su antigua familia, los hombres lobo, pero que éstos no la habían aceptado, así que nosotros nos convertiríamos en su nueva familia adoptiva. Como su nuevo padre, la amaría, la educaría como mejor pudiese y la protegería de todo mal. A cambio, ella debía ser una buena hija, haciendo todo lo que se le mandase en el momento y aplicándose en sus nuevos estudios, el primero de los cuales sería hablar la lengua de los húngaros. Derlush le enseñaría ese idioma hasta que Lushkar se hubiese recuperado lo suficiente para hacerlo él mismo. Sana nos miraba a ambos con sus ojos asustadizos, concentrada en los intentos de mi criado por hacerle comprender lo que le estaba diciendo. No dijo nada, ni nos ofreció ninguna respuesta. No importaba. No era una cuestión en la que tuviese capacidad de elección. Por último, ordené a mi criado que al día siguiente las prostitutas lavasen a la niña.

Me desperté con normalidad a la noche siguiente. Lushkar permanecía inconsciente en su jergón, Derlush se hallaba de pie esperando mis órdenes y Sana estaba cenando fuera del carromato. Mi criado había descubierto algo interesante. Dijo que una las prostitutas que habían bañado a la niña había visto que tenía una extraña marca de nacimiento en el costado derecho de su espalda. Intrigado, hice que me trajese a Sana. Efectivamente, tenía una marca decolorada en aquel sitio. Al usar mi visión mística, percibí las energías contenidas de algún tipo de magia en aquel lugar. ¿Usaban los licántropos aquella marca para saber siempre donde estaba la niña? Esperaba que los Lupinos que nos habían seguido desde Satles estuviesen todos muertos, pero tal vez aquella magia alertase a otros licántropos durante nuestro viaje.

Sin embargo, antes de que pudiese tomar una decisión, escuchamos un revuelo fuera del carromato. Cinco jinetes armados, ataviados con armaduras de cuero y mallas, habían salido del bosque para acercarse a nuestro campamento. Uno de ellos exigió hablar con el líder de nuestro grupo. Yo permanecí en silencio. Aunque seguían siendo humanos, pude oler la sangre de otro Cainita en sus cuerpos. Erik les preguntó a su vez quién era su señor, aunque ellos lo ignoraron. Estaba claro que no estaban interesados en perder el tiempo hablando con un simple mortal. Mostrando más confianza de la que sentía, me adelanté respondiendo que yo era el jefe de nuestro campamento y que quería saber quién era su señor. El líder de los jinetes dijo con altanería que el nombre de su amo era Cored, un nombre que no me decía nada en absoluto. También dijo que yo había demostrado que no respetaba las leyes de los míos, puesto que me había adentrado en sus dominios sin presentarme a él previamente. Por mi parte, alegué desconocer que aquellas tierras tuviesen un señor, pero que les acompañaría gustoso para encontrarme con él si dejaban que me acompañasen dos de mis criados. Los jinetes aceptaron mi exigencia sin inmutarse. Elegí a Derlush y a Hans para aquella tarea. Erik me miró desconcertado, pero no tenía tiempo que perder en mitigar sus sospechas. Le dije que si no volvía al amanecer, que continuasen su camino hasta el destino que le había confiado. Luego, junto a mis criados, nos internamos en las lindes del bosque mientras los jinetes nos guiaban a través de la espesura.

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