martes, 8 de abril de 2014

BC 14: LA SORPRESA DE COPAX


"Fueran cuales fuesen las razones que habían impulsado al Oráculo Mentiroso a atentar contra nuestras vidas, lo cierto era que su patético intento había fracasado por completo. No pretendo vanagloriarme por haber advertido precisamente que esto podría suceder pero los hechos, en definitiva, terminaron por reivindicar mis advertencias.
En cualquier caso, una vez que masacramos a los supuestos asesinos, abrimos la trampilla de adamantium y descendimos dispuestos a abrirnos paso por la fuerza a través de hordas de guardias y brujos furiosos por las muertes de sus camaradas. No ocurrió tal cosa. Al otro lado de la trampilla no había nadie esperándonos, ni siquiera Elika la Vidente. No obstante, sí pudimos advertir que nuestros oídos volvían a percibir sonidos a nuestro alrededor. Parecía que el oscuro sortilegio que usó Renkard Copax para imponer un silencio sobrenatural sólo afectaba a la propia Cámara de Akrinus. Aliviados por ese hecho, comenzamos el descenso por las escaleras con las armas listas para usarlas en cualquier nueva emboscada.
Lambo se obstinó en encabezar al grupo, seguido por Mordekay y Karakos, mientras que yo cerraba la marcha. Al principio, mis hermanos calibanitas nos guiaron a través del entramado de escaleras según su propio criterio, lo que provocó que nos perdiésemos sin remedio después de los primeros minutos. Karakos se ofreció entonces a intentar encontrar una salida, explicándonos que había llegado a entrever temporalmente las rutas seguras de las escaleras durante su visita a las bibliotecas. Pese a sus crecientes recelos a todo lo que rodeaba los poderes psíquicos y las brujerías del Templo de las Mentiras, Mordekay tuvo que ceder y permitir al ex Cráneo Plateado que tomase la delantera del grupo.
Y de este modo, intentamos deshacer el camino que nos había conducido a la Cámara de Akrinus. Una mente simple podría creer que lo único que teníamos que hacer era buscar las escaleras por las que pudiésemos bajar a los niveles inferiores del templo, pero lamentablemente en este lugar lo que antes estaba arriba y abajo o a los lados podía cambiar de orientación sin que te dieses cuenta, lo que hacía que el descenso fuese todavía más complicado de lo que habíamos previsto. De hecho, a pesar de toda la palabrería de Karakos, volvimos a perdernos en aquel laberinto de peldaños y más peldaños en todas las direcciones.
Sin embargo, Lambo tuvo una idea sencilla a la par que efectiva para escapar del punto muerto en el que nos encontrábamos. Sugirió que debíamos apresar a uno de los sirvientes del templo o, mejor aún, a un guardia para interrogarlo y obligarlo a que nos guiase hasta la salida. Faltos de alternativas mejores, su plan nos convenció a todos."

-.-

Los Astartes encontraron un pasillo de servicio al final de unas escaleras. Varias puertas conducían a pequeñas salas muy similares a las que había visto durante su visita en las bibliotecas. Dos sirvientes pasaron a su lado, conversando en voz baja acerca de algún asunto esotérico que no llegaron a entender. Los dos hombrecillos no se sorprendieron de verlos en aquel pasillo y continuaron enfrascados en cualquiera que fuera el objeto de su debate.

Un poco más adelante, encontraron lo que estaba buscando: un guardia solitario. Estaba armado con una de las peligrosas gujas electrificadas y vestía la armadura escamosa, con la consabida librea de Tzeentch y el yelmo reflectante. Lambo sonrió para sus adentros mientras se acercaba despacio, intentando ocultar sus intenciones. El guardia debió mirarlos con curiosidad, pero se hizo a un lado para cederles el paso por el pasillo. El calibanita actuó justo cuando pasó a su lado, cogiendo al hombre por el cuello con una mano, mientras que con la otra evitaba que el guardia pudiese usar su guja.

Su presa se debatió torpemente entre sus manos, protestando con pequeños gritos ahogados. Lambo y Mordekay entraron en una de las cámaras arrastrando al guardia consigo, al mismo tiempo que Nodius y Karakos montaban guardia en la puerta para impedir que nadie los molestase. Al igual que las otras estancias, la sala estaba atestada de libros, mapas y pergaminos, que el Astartes ignoró completamente mientras arrojaba al guardia al centro de la habitación. A continuación desenfundó su pistola bólter a una velocidad que ojo humano tendría dificultades en seguir y encañonó al hombre prácticamente a la cara.

-¡Quítate el yelmo!-, ordenó tajante.

El guardia hizo despacio lo que le ordenaba. Tal vez debido a sus lecturas previas acerca de los dioses del Caos y sus sirvientes demoníacos, ambos Astartes esperaban contemplar un rostro retorcido y deforme bajo el yelmo reflectante, pero lo que se encontraron fue una cara alargada, joven y anodina, carente de cicatrices que delatasen los rigores de combates pasados. Los ojos azules de su prisionero parecían asustados, pero el guardia trataba de conservar la calma en su difícil situación.

-Voy a hacerte unas preguntas-, empezó a decir Mordekay. -Si me mientes o tu respuesta me parece incompleta, te mataré lentamente sin dudarlo. ¿Lo has entendido?

El prisionero no respondió verbalmente, aunque asintió con la cabeza. Debía estar considerando sus opciones en silencio. Pese a tener el completo control de la situación, Lambo no lo perdió de vista. "Las bestias son más peligrosas e impredecibles cuando se sienten acorraladas", decían los viejos cuentos de Caliban.

-¿Por qué habéis intentado matarnos?

-No sé de qué me hablas-, respondió el joven inseguro.

-No te hagas el inocente conmigo. Habéis intentado matarnos en la Cámara de Akrinus. ¿Por qué?

-Te repito que no lo sé... Hasta ahora no sabía que se había producido ningún altercado en el templo.

Mordekay miró con incredulidad al guardia. No le parecía que estuviese intentando engañarlo, pero nunca podría volver a tener esa certeza en un lugar como el Templo de las Mentiras.

-Muy bien. Si lo que dices es cierto, ¿dónde está el Oráculo Mentiroso?

-Había oído que iba a recibir personalmente a los nuevos invitados.

-¿Y quiénes son?

-Tampoco lo sé. Todavía no me lo han dicho.

-¿Y cómo te comunicas con tus compañeros? ¿Usáis aparatos de vox en vuestros yelmos?

-No, no. Normalmente usamos a los sirvientes, pero si ocurre algo verdaderamente importante nos comunicamos con los telépatas que están escondidos del templo y ellos hacen correr rápidamente los mensajes.

-Te voy a hacer una última pregunta muy sencilla. ¿Quieres vivir?

-Sí, por supuesto que quiero vivir.

-Entonces recoge tu yelmo y tus armas-, ordenó el sargento calibanita. -Vas a venir con nosotros para guiarnos hasta la salida del templo.

-Estaré justo detrás de ti en todo momento-, lo amenazó Lambo mientras enganchaba magnéticamente su pistola bólter a la servoarmadura. -Si tus compañeros nos descubren, daré por sentado que los has avisado de algún modo y te mataré a ti el primero aunque eso me cueste la vida.

-.-

"Nuestro cautivo nos guió mansamente sin ofrecer resistencia. Deshicimos una pequeña parte del trayecto que habíamos recorrido y tomamos otro desvío en un tramo de escaleras que habíamos descartado anteriormente. A lo largo del camino, también pasamos junto a otros guardias y sirvientes, aunque ninguno se percató de que estuviese pasando algo extraño.
Mientras descendimos por la Cámara de las Escaleras, no dejé de hacerme preguntas. Si el Oráculo Mentiroso nos quería muertos, ¿por qué los sirvientes del templo no daban la alarma o por qué sus guardias no nos atacaban al vernos? ¿Esperaban a que nos confiásemos para hacer saltar otra emboscada? Era evidente que nos faltaban más piezas para resolver el misterio que estábamos viviendo, pero no pensábamos quedarnos para averiguarlo."

-.-

El anónimo guardia debía tener un gran aprecio por su vida, ya que no les traicionó en ningún momento. En lugar de eso, les guió hasta la base de la Cámara de Akrinus y, desde allí, hasta el vestíbulo del mismo Templo de las Mentiras. En cualquier caso, Lambo cumplió su palabra al pie de la letra, convirtiéndose literalmente en su sombra para asegurarse de que el hombre no les traicionase.

Las estatuas y pinturas del vestíbulo parecieron dirigirles miradas acusadoras cuando entraron, pero la salida estaba muy cerca, con las puertas abiertas de par en par para permitirles escapar. Aquello parecía una trampa en toda regla y Lambo hizo un gesto al grupo para que el grupo se detuviera.

-¿Te has olvidado de contarnos algo más?-, murmuró enojado al guardia.

-No, invitado-. La voz del guardia era completamente distinta desde que se había puesto el yelmo y parecía provenir de la retaguardia del grupo. Era un efecto auditivo muy perturbador que acentuaba su actual paranoia.

-Entonces estás mintiendo.

-Te juro que no-, aseguró el guardia.

-Prepararos para el combate-, ordenó Mordekay a los Astartes. -Saldremos a toda velocidad. Asegurad los blancos. Quiero disparos cortos y precisos.

-¡Esperad!-, susurró Karakos. -Creo que puedo escuchar voces ahí fuera.

Los demás aguardaron en silencio, intentando concentrarse en los sonidos que procedían del exterior. Efectivamente, dos voces parecían estar hablando, aunque estaban demasiado lejos para entender bien lo que decían. Sin embargo, Karakos logró enterarse de algunas cosas interesantes.

-Es Renkard Copax. Creo que está diciendo que los invitados nunca llegaron al templo, que debemos haber muerto por el camino...

-¡Salgamos fuera para demostrarle su error!-, ordenó Mordekay dando pasos decididos hacia las puertas.

Lambo aferró al guardia por el hombro con una de sus manos blindadas para que no escapase y lo obligó a caminar por delante de él, mientras usaba la otra para coger su pistola bólter y apoyar el cañón del arma contra la espalda de su prisionero. Nodius y Mordekay los siguieron, listos para abrirse paso a sangre y fuego.

Los cuatro Astartes se detuvieron cuando estaban en el mismo marco de las puertas para asimilar lo que vieron sus ojos. En el exterior, una veintena de guardias del templo mantenían una ordenada formación en cuatro filas rectas de cinco hombres. Sus gujas eléctricas parecían un pequeño bosque de metal alzado contra el cielo anaranjado de Kymerus. Sus yelmos reflectantes observaban impasibles la reunión de su amo con cuatro Astartes de servoarmaduras pintadas de color granate, emblemas demoníacos, estrellas de ocho puntas, trofeos macabros y trozos de pergamino, clavados directamente a las placas protectoras, en los que estaban escritos toda clase de textos y plegarías impías. Y en un lateral a treinta metros, estaba el propio Orick mirando la escena con evidente temor mientras fingía estar ocupado recogiendo algo del interior del vehículo de orugas que conducía.


Uno de los Portadores de la Palabra con los que estaba hablando el Oráculo Mentiroso alzó la mirada y los vio allí de pie, en el marco de las puertas del Templo de las Mentiras. Sus compañeros de armaduras carmesíes pronto hicieron lo mismo. Sintiendo curiosidad por el objeto de atención de los Astartes, el mismo Renkard Copax se giró para ver qué estaba pasando. La conmoción hizo palidecer rápidamente su rostro.

-No avancéis hasta que sepamos de qué lado se pondrán los Portadores de la Palabra-, susurró Mordekay a sus compañeros.

-¿Qué sucede Copax?-, preguntó uno de los recién llegados. -Si dices que los que aparecieron en la Profecía no llegaron nunca al Templo de las Mentiras, ¿quiénes son estos?

El Oráculo Mentiroso iba a abrir la boca para intentar responder alguna argucia, pero otro de los Portadores de la Palabra lo interrumpió inmediatamente.

-¡Son la prueba de tu traición!-, gruñó mientras echaba mano a su pistola bólter. -¡Los Profetas del Sendero Brillante te matarán, Copax!

-¡Matadlos a todos!-, ordenó el Oráculo Mentiroso a sus guardias al mismo tiempo que sacaba un extraño objeto de un bolsillo de su túnica.

Era una caja rectangular, forjada a partir de metales broncíneos, que desprendía una enfermiza luz blanca azulada a través de sus esquinas y los bordes de sus líneas. Sin esperar a comprobar si sus guardias cumplían sus órdenes, Renkard Cópax arrojó la caja contra el suelo rocoso, haciéndola añicos. Una monstruosidad retorcida se alzó de los restos de su prisión. En otro tiempo y lugar, debió haber sido algún tipo de alienígena humanoide, tal vez un agraciado Eldar, pero alguien había experimentado con su cuerpo retorciéndolo con demenciales intervenciones quirúrgicas, estirándolo de formas imposibles, dilatando sus brazos en feroces garras de dedos alargados. Incluso su rostro había sido alterado, forzando una macabra sonrisa plagada de dientes serrados.

-¡Está poseído por un demonio!-, advirtió Nodius al resto de sus compañeros con una mueca de asco.

-¡Fuego de contención!-, ordenó Mordekay con voz autoritaria al darse cuenta de que la mitad de los guardias cargaban en su dirección y los otros diez caían sobre los Portadores de la Palabra.

Sus disparos abatieron a cuatro figuras, matando inmediatamente a dos hombres. El resto corrió hacia ellos enarbolando sus gujas de punta electrificada con siniestra determinación. Todavía les separaban varios metros antes de que llegasen al cuerpo a cuerpo, pero Mordekay estaba preocupado por la posibilidad de que acudiesen refuerzos del interior del templo. Los Portadores de la Palabra, por el contrario, estaban más cerca de los enemigos y pronto se vieron rodeados por todas partes por la mitad de la guardia personal del Oráculo Mentiroso.

Lambo disparó a su prisionero a quemarropa por la espalda y luego con desprecio arrojó al suelo su cadáver humeante. "Una alimaña menos de la que preocuparse", pensó con satisfacción. A continuación echó un último vistazo en la dirección de Orick antes de concentrarse completamente en el combate. El muy cobarde había dejado todo lo que estaba haciendo para esconderse debajo de su vehículo. El calibanita esperaba que su cobardía le ayudase realmente a seguir con vida.

Viendo que todos sus enemigos estaban ocupados en las amenazas más cercanas, el Oráculo Mentiroso aprovechó su oportunidad para trazar sinuosos símbolos en el aire con su dedo, repitiendo los mismos gestos que había realizado cuando desapareció de la Cámara de Akrinus. Una energía iridiscente envolvió su cuerpo, volviendo su imagen transparente e intermitente de nuevo. Nodius dejó de apuntar a la turba de guardias y disparó contra Renkard Copax, esperando silenciarlo de un tiro antes de que realizase su poder. El proyectil dio en el blanco, pero traspasó su pecho como si fuese un fantasma.

La criatura demoníaca corrió hacia ellos riéndose enloquecida con una infinidad de voces aterradoras. Era extraordinariamente ágil y rápida, alcanzando en unos pocos segundos la altura de los guardias que cargaban en su dirección. Karakos pudo sentir la aterradora locura que bullía en esas voces enloquecidas, deshaciendo con su misma presencia el débil tejido de la realidad que rodeaba al Templo de las Mentiras. Su pistola bólter volvió a rugir en su mano, abatiendo a otro guardia. Lambo y Mordekay hicieron lo propio. Sus proyectiles segaron las vidas de otros dos guardias, aunque no detuvieron a los que quedaban.

Saboreando prematuramente su victoria, Renkard Copax invocó de nuevo el poder de la Disformidad para invocar alargadas cadenas negras rematadas en crueles garfios sobre los Portadores de la Palabra. Las ataduras sobrenaturales brotaron del suelo rocoso, aferrándose a sus brazos y piernas con una fuerza inaudita. Dos Portadores de la Palabra quedaron inmovilizados inmediatamente, mientras que un tercero caía inconsciente víctima de los numerosos impactos eléctricos de las jugas enemigas.

Canalizando todo su odio para darle forma física, Nodius concentró sus poderes en la palma de su mano blindada, provocando la aparición de un nueva llama ardiente con la que esperaba herir al Oráculo Mentiroso.  "¡Veamos si tus trucos pueden protegerte de mis poderes!", pensó el psíquico mientras arrojaba el fuego ardía casi contra él. Una columna de llamas rodeó a Renkard Copax, persiguiéndolo hasta provocarle pequeñas quemaduras sin importancia.

La criatura demoníaca se detuvo a tan solo unos pocos metros de la distancia que los separaba. Su sonrisa se amplió monstruosamente, hasta el punto de que parecía que iba a quebrar su cabeza retorcida. Una luz pura brotó del oscuro agujero de su alma profanada, inundando todo cuanto tenía por delante con una febril locura. Karakos se tambaleó cuando sintió la marea psíquica cayendo sobre él, intentando arrastrarlo más allá de la seguridad de la razón humana. Sin embargo, su voluntad permaneció firme ante la embestida.

-¡Es mío!-, gritó Lambo logrando hacerse oír por encima del estrépito del combate.

El calibanita cargó contra la criatura con el hacha sierra rugiendo entre sus manos. La criatura demoníaca se apartó con gracilidad de su golpe, saltando en el aire como un verdadero acróbata. Karakos cargó hacia los tres guardias que quedaban en su flanco del combate, hundiendo su espada energética violentamente en el pecho de uno de los hombres.

-¡Copax!-, gritó Mordekay ciego de rabia mientras pasaba de largo entre sus hermanos de armas y los restantes enemigos. -¡Acabaré contigo!

El grito del sargento calibanita alertó al Oráculo Mentiroso, que tuvo tiempo de volverse para contemplar con espanto la mole blindada de Mordekay corriendo hacia él con su martillo energético. Los ojos de Renkard Copax se abrieron de par en par y apenas tuvo tiempo de musitar las inteligibles palabras con las que invocaría su poder más aterrador. Con último gesto, el Oráculo Mentiroso liberó un rayo abrasador de fuego de la disformidad. Las llamas rojizas y azuladas envolvieron la servoarmadura de Mordekay con su toque corruptor. El calibanita gritó de agonía y se tambaleó unos pocos pasos a punto de desplomarse sobre el suelo; sin embargo su indómita voluntad lo llevó a recuperar la carrera mientras las llamas se extinguían en el aire por sí solas. De alguna forma, Mordekay se había convertido en una de las pocas criaturas de la galaxia que habían sobrevivido a las llamas del Rayo de la Transformación. Copax empezó a gritar de puro terror temiendo su desdichado final.

-¡Muere!-, aulló Nodius en ese momento mientras invocaba de nuevo un torrente de llamas para lanzarlas contra el Oráculo Mentiroso.

Sin embargo, las cosas no salieron como esperaba. Las llamas aparecieron en medio de arcos de energía de puro poder psíquico. La disformidad inundó desbocada el cuerpo de Nodius y se abrió camino sin control a través de él. Nodius intentó deshacer el poder para contener la oleada energética, pero ya era demasiado tarde. La energía disforme estalló al entrar en contacto con la realidad con una ruidosa explosión luminiscente. Su piel sufrió terribles quemaduras y todos los objetos materiales que llevaba con él en ese momento, incluyendo su servoarmadura o sus armas, se desintegraron instantáneamente.

La criatura atacó a Lambo con sus siniestras garras. El Astartes se apartó a tiempo del primer golpe, pero no pudo evitar que el segundo arañase las placas del vientre de su servoarmadura. Afortunadamente, las garras del monstruo no consiguieron traspasar el blindaje protector. Lambo no pensaba darle ninguna otra oportunidad. Cogiendo impulso hacia un lado, descargó un barrido horizontal contra la criatura. Su hacha sierra impactó al monstruo, provocando heridas terribles de las que manó una cantidad de sangre imposible, pero aquel ser estaba lejos de estar derrotado.

Viendo lo que estaba pasando, Karakos abandonó su combate contra los guardias y cargó para auxiliar a Lambo. La criatura se volvió para recibirle con los brazos en alto, como si se alegrase realmente de que hubiese acudido a ella. El antiguo bibliotecario alzó la espada energética y la descargó sobre el ser con un diestro mandoble. La piel demoníaca se quebró cuando entró en contacto con el campo energético de la espada de Karakos. La criatura quedó partida desde el hombro a la cintura y una gran ráfaga de luz brotó de su interior con vida propia, abandonando el cuerpo inerte que dejaba atrás.

Con la vista borrosa, Mordekay llegó junto al Oráculo Mentiroso y alzó su martillo energético todo lo alto que pudo. A continuación lo hizo caer con todas sus fuerzas sobre Renkard Copax, cuyos gritos de puro terror quedaron interrumpidos de golpe. Mordekay sintió la satisfactoria resistencia de su arma justo al impactar en el blanco y luego lo que quedaba del Oráculo Mentiroso aterrizó en el suelo rocoso de Kymerus con el cuerpo completamente destrozado.

-¡Tenemos que salir de aquí!-, gritó Nodius jadeando mientras se ponía en pie trabajosamente con el cuerpo ennegrecido y todavía humeante.

Mordekay cargó contra los guardias para auxiliar a los Portadores de la Palabra. Uno de los Astartes había perecido en combate y dos más tenían heridas de diversa consideración. El cuarto estaba intentando mantener a raya a los guardias con su hacha sierra. La aparición de Mordekay debió suponer un gran alivio para él, ya que sus enemigos tuvieron que dividir sus esfuerzos. Karakos también cargó contra sus enemigos, desequilibrando por completo el combate a su favor. Acordándose en el último  momento de Orick, Lambo corrió hasta llegar al vehículo de orugas tras matar al último guarida que quedaba en su retaguardia.

-¡Te vienes con nosotros!-, le dijo a Orick mientras lo sacaba a rastras de debajo del vehículo cogiéndolo por una de las piernas.

-¡Nooo!-, gritó el humano asustado tratando de resistirse sin éxito. El Astartes lo sacó con una monstruosa facilidad y se lo cargó bruscamente al hombro, como si fuese un simple saco de comida.

-¡Retirada, retirada!-, continuó gritando Nodius mientras retrocedía corriendo como podía.

Sus compañeros pudieron comprobar muy pronto a qué venía tanto alboroto. Una treintena de guardias salió furiosa del templo. Guiados por los Portadores de la Palabra, los Astartes empezaron a retroceder ordenadamente, turnándose sucesivamente para correr y disparar contra sus enemigos. Sus mortíferas andanadas de proyectiles bólter abatieron a multitud de guardias, pero parecía que la muerte de Renkard Copax los había enardecido hasta la locura, ya que siguieron corrieron hacia ellos presos de una auténtica furia asesina.

Por fortuna, nunca llegaron al combate cuerpo a cuerpo. Los Portadores de la Palabra no habían viajado desde Cuerpo Putrefacto al Templo de las Mentiras en el lento transporte de orugas que conducía Orick, sino en un Rhino que lucía los colores y las insignias de su Legión Traidora. El vehículo estaba en marcha, esperándoles, con la trampilla abierta, mientras el conductor les hacía unos gestos desesperados para que se dieran prisa.


Al principio, Nodius sospechó que se debía al temor de que los guardias los alcanzasen en su huida, algo prácticamente posible en su opinión, pero unos chillidos sobrecogedores que procedían del cielo le obligaron a darse cuenta de que estaba equivocado. Los demonios voladores estaban comenzando a descender sobre su posición.


El conductor del Rhino puso el vehículo en movimiento en el mismo momento en que el psíquico calibanita subió el último por la rampa de transporte. Lambo y un Portador de la Palabra abrieron las portezuelas del techo para abrir fuego contra los demonios que los perseguían, mientras que un tercero los disparaba también con el combi-bólter incorporado al vehículo. El rugido de las armas ahogaron los chillidos de Orick, que estaba encogido en una esquina temblando de terror. Ninguno de los Astartes que estaban en el interior del Rhino se dignó a hacer caso alguno de sus patéticos lamentos.

-Gracias por vuestra ayuda-, empezó a decir el sargento calibanita. -Mi nombre es Mordekay, de Caliban. Mis hermanos y yo servimos a las órdenes de Luther durante nuestra rebelión contra el Imperio en los tiempos de la Herejía de Horus.

-¿Y él?-, preguntó uno de los Portadores de la Palabra mientras señalaba a Karakos.

-Mi nombre es Karakos, hermano-, respondió el aludido por sí mismo. -Hubo un tiempo en que fui un bibliotecario de los Cráneos Plateados, pero ahora recorro mi camino libremente.

-Ya veo-, respondió el Portador de la Palabra sujetándose como todo el mundo mientras el Rhino tumbaba la valla exterior que rodeaba los "jardines" del Templo de las Mentiras.

-¿Puedes explicarnos qué ha pasado?-, preguntó Mordekay pacientemente.

-Supongo que Copax intentaba evitar su destino. Veréis, durante mucho tiempo ha sido un fiel aliado de mi amo, el Apóstol Oscuro Naberus. Sin embargo, mi amo sospechaba que la Profecía podía contener susurros de la propia muerte de Copax, además de la ascensión de nuevos poderes en el Vórtice de los Gritos. Quizás trataba sortear su destino intentando eliminaros.

-¡Menuda estupidez!-, exclamó Nodius. -¿Cómo iba a evitar su destino invitándonos él mismo al Templo de las Mentiras?

-Tal vez esperaba tener más probabilidades de éxito ahora que vuestro poder es débil.

-Pues ha cometido un error fatal-, respondió Lambo regresando al interior del vehículo. Los disparos habían cesado, señal de que los demonios voladores debían haber abandonado la persecución cuando salieron de los límites del templo.

-A pesar de este desafortunado encuentro, la voluntad de mi amo es que sobreviváis a este día-, dijo el Portador de la Palabra ignorando la bravata del guerrero calibanita. -Mi nombre es Corvis. Si pedís nuestra ayuda, yo y mis hermanos os sacaremos de Kymerus.

-¿Cómo?-, quiso saber Mordekay.

-Hay un navío anclado en órbita planetaria que nos está esperando. Cuando lleguemos al espaciopuerto de Cuerpo Putrefacto, nos estará esperando una de sus lanzaderas.

-¿Y qué pedís a cambio de esta ayuda?-, quiso saber Lambo.

-Consideradlo como un gesto de buena voluntad por nuestra parte, que podréis devolver en el futuro. Eso es todo.

-¿Han sobrevivido más Ángeles Oscuros leales a Luther como nosotros?-, preguntó Mordekay.

-Existen otros. No os puedo decir cuántos, pero he oído rumores de ángeles caídos en numerosas ocasiones como para no creer que sea cierto.

-¿Nos podéis ponernos en contacto con ellos? Cuanto antes podamos reconstruir las fuerzas de nuestra legión, antes podremos llevar nuestra venganza contra el maldito Imperio y sus gentes.

-No tengo los recursos necesarios para lograr lo que me pides, Mordekay. Los tuyos siempre han sido extremadamente difíciles de localizar. No obstante, tengo entendido que muchos se están reuniendo en el Ojo del Terror para luchar bajo el estandarte de Abaddon en la Decimotercera Cruzada Negra.

-Su misma existencia es una señal esperanzadora para todos nosotros, Corvis. Te damos las gracias por traernos esa noticia.

-¿Y quién tiene entonces el control del Vórtice de los Gritos?-, quiso saber Karakos.

-Las gentes que habitan en este lugar no están gobernadas por un único señor o ejército, sino por docenas de partidas de guerra y caciques que luchan entre sí por alzarse con la hegemonía total, tal es la misma naturaleza del Caos. No obstante, los Portadores la Palabra tenemos fe en que surgirá un poderoso paladín o grupo de elegidos por los Poderes Ruinosos que unificarán por la fuerza a todas las partidas de guerra y lanzarán su propia cruzada oscura contra el Sector Calixis, el sector imperial más cercano al Vórtice de los Gritos. Estoy dispuesto a contarle a mi amo que la Profecía que llevó a la tumba a Renkard Copax parece indicar que vosotros sois esos elegidos y, si mi señor acepta mi palabra, nos convertiremos en vuestros más firmes aliados.

-Juntar nuestras fuerzas militares podría ser sensato-, expuso Mordekay sin comprometerse del todo con el plan de Corvis. La idea le parecía sumamente tentadora, por supuesto, y las opciones de la Escuadra Laquesis actualmente eran bastante limitadas, pero prefería mostrar una postura equilibrada hasta que estuviesen todas las cartas sobre la mesa. Por otro lado, toda esa palabrería acerca de profecías y dioses incomodaban ligeramente su espíritu pragmático, despertando no pocas desconfianzas.

-En cualquier caso, si queréis sobrevivir, tendréis que salir de Kymerus. Como os dije antes, podemos ayudaros en eso. Sólo tenéis que pedir nuestra ayuda y será vuestra.

Mordekay miró a los suyos buscando su aprobación. Lambo asintió en silencio con poco entusiasmo, al igual que Nodius. Incluso Karakos, que no pertenecía la Escuadra Laquesis, dio su consentimiento al trato, comprometiéndose completamente con sus implicaciones.

-Solicitamos la ayuda de los Portadores de la Palabra. Sacadnos cuanto antes de esta roca sin valor.

-Sea entonces-, respondió Corvis adoptando una expresión grave cuando sellando el trato con un apretón de manos.

Karakos sonrió para sus adentros al recordar una cita concreta de una epístola conservada en su copia del Libro de Lorgar, una cita que se adecuaba perfectamente a su situación actual. El psíquico cerró los ojos dentro su yelmo mientras la recitaba de memoria en completo silencio: "Desde los fuegos de la traición a la sangre de la venganza, traemos la palabra de Lorgar, el Portador de la Palabra."

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