miércoles, 2 de abril de 2014

BC 12: LAS BIBLIOTECAS DEL TEMPLO


"Nuestros guías nos condujeron a una sala cónica, que debía sobrepasar los doscientos metros de altura en su punto más alto. En el piso inferior, decenas de pasillos y puertas daban acceso a otros lugares ignotos del Templo de las Mentiras y, sobre nuestras cabezas, un entramado caótico de escaleras se extendían hacia todas las direcciones.
Nos tomamos unos segundos para asimilar el fenómeno arquitectónico que estábamos viendo. Algunas escaleras ascendían en trayectorias extrañas, girando repentinamente en otra dirección cuando topaban con un muro, mientras que otras subían en espiral o colgaban libremente en el aire. Algunas otras incluso no parecían obedecer las leyes naturales de la física, yendo en espiral por las paredes o pasando de arriba a abajo sin orden ni concierto.
Una mente lógica podía pensar que nuestros ojos estaban contemplando los desvaríos de un arquitecto enloquecido que había conseguido llevar a la realidad sus proyectos enfermizos. No obstante, las anónimas figuras encapuchadas que subían y bajaban, solas o en pequeños grupos, incluso por los peldaños de las escaleras invertidas, nos revelaron que estábamos siendo testigos de un milagro mucho más oscuro y aterrador.



Una vez que tuvimos tiempo para asimilar este retorcido desorden en el tejido de la realidad, nuestros guías confirmaron mis sospechas iniciales cuando nos propusieron dividirnos para que tuviésemos la oportunidad de consultar las incontables obras preservadas en el Templo de las Mentiras. ¡Y Karakos y Mordekay les siguieron el juego mansamente! El primero pidió consultar las obras que se centrasen en el estudio de los poderes psíquicos y siguió al hombre gordo que nos había recibido en el vestíbulo mientras ambos subían por una de las escaleras. Mordekay, por su parte, preguntó si alguna de las bibliotecas disponían de libros que revelasen los secretos tecnológicos para reparar armaduras energéticas. Al ver satisfecha su petición, siguió a un hombre escuálido y mortecino por una de las puertas laterales de la Cámara de las Escaleras, como la habían llamado nuestros guías.
Resignados a que nuestras advertencias hubiesen sido ignoradas tan estúpidamente, Lambo y yo nos vimos obligados a participar contra nuestra voluntad en esta farsa. Ordené que me llevasen a la sección de la biblioteca donde estuviesen los libros de demonología. Un guía extremadamente asustadizo y nervioso comenzó a caminar hacia una escalera por la que todavía no había subido ninguno de mis compañeros anteriormente, dejando atrás a Lambo con una anciana de tez arrugada y pelo níveo."

-.-

La sala a la que lo llevaron se parecía más a un gran taller que a un archivo de una biblioteca. Sin embargo, todo el espacio disponible estaba ocupado con chatarra, herramientas sucias, placas de datos, planos y libros de instrucciones que cubrían todas las estanterías de las paredes. Piezas mecánicas y repuestos yacían tirados por el suelo, largamente olvidados, entre el polvo y la mugre.

Mientras su guía aguardaba pacientemente en la entrada, un sirviente veterano de la sala activó el cogitador, que ronroneó con sumo esfuerzo, como un felino viejo que hubiese sobrepasado hacía el último tramo de su ciclo vital. Intentando aprovechar el tiempo del que disponía, Mordekay repasó las estanterías y hojeó algunos libros cuyo contenido parecía teóricamente fiable. Descartando desde el principio los que estaban escritos en la críptica Lingua Technis del Adeptus Mechanicus, centró toda su atención en los pocos que tenían instrucciones en gótico, lo que le permitió descubrir extraños conceptos de mecánica avanzada, electrónica y mecanismos todavía más complejos. No obstante, a pesar de su empeño, el calibanita dudaba que pudiese comprender, y mucho menos recordar, esos extraños secretos que los tecnosacerdotes del Adeptus Mechanicus habían guardado tan celosamente desde los lejanos tiempos de la fundación de su orden.

-El espíritu máquina del cogitador ha sido despertado, señor-, le anunció el anciano ojeroso. -Le traeré las pocas placas de datos que tenemos sobre armaduras energéticas.

-Necesitaré hacer copias.

-Por supuesto, ilustre invitado.

Mordekay asintió satisfecho. Cuando le habían preguntado qué conocimientos quería consultar, su primer impulso había sido responder la sección de historia imperial para buscar cualquier referencia sobre Caliban. Sin embargo, el peso de la responsabilidad no era fácil de ignorar. Como último sargento de la escuadra Laquesis, debía garantizar la operatividad de su unidad, lo que incluía las reparaciones necesarias de sus servoarmaduras energéticas. "Primero esto, luego la historia imperial", se aconsejó a sí mismo intentando contener su propia impaciencia. "Y si tuviese más tiempo, no estaría demás consultar también las obras de medicina y cirugía."

-.-

El hombre obeso avanzaba lentamente por las escaleras, resollando con dificultad por el esfuerzo. Karakos se vio obligado a seguir sus pasos mientras observaba atentamente todo lo que sucedía a su alrededor. Lejos de sentirse violentado por las anomalías descubiertas en el Templo de las Mentiras, sentía que aquellos pasos lo estaban encaminando en la meta correcta, como si por primera vez en su vida estuviese siguiendo la senda a la que hubiese estado destinado desde el día de su nacimiento.

El psíquico estaba absorto en estos pensamientos cuando percibió una presencia ajena, escudriñando con sutileza las capas exteriores de su mente. Incapaz de detectar su origen, el antiguo bibliotecario de los Cráneos Plateados buscó con sus sentidos mundanos al causante de semejante intrusión. Su aguda vista descubrió a un sirviente del templo, que estaba muy quieto en una escalera lateral y que parecía mirarlo fijamente bajo la sombra de la capucha que oscurecía los rasgos de su rostro. Viéndose descubierto, el falso sirviente echó a correr para intentar escapar de su furia.

Karakos corrió por las escaleras, ignorando completamente los gritos alarmados de su guía. Otros sirvientes se detuvieron a lo largo de las escaleras para ver qué interrumpía el silencio del templo. Cuando llegó a un descansillo, se detuvo unos segundos para seguir otro recorrido. Si no se daba prisa, perdería a su objetivo en esas escaleras laberínticas. Bajó con premura por otro tramo de peldaños sin perder de vista al siervo al que perseguía. No obstante, la distancia que los separaba crecía poco a poco. Karakos se detuvo.

"Así no lo alcanzaré nunca", descubrió sorprendido. Sus ojos siguieron el tortuoso recorrido de las escaleras, buscando un atajo, pero no encontró ninguno. Frustrado, trató de percibir algo más allá de sus sentidos mundanos. Parecía un ejercicio inútil, pero su poderosa voluntad logró atisbar la respuesta que buscaba a costa de una repentina migraña en la cabeza. Su mente ardió febril ante la locura que iba a cometer.

Karakos aguardó a que su objetivo hubiese llegado a un descansillo, tomó impulso y saltó por encima de las escaleras. Su sentido de la orientación se volvió momentáneamente confuso. Conceptos como verticalidad u horizontalidad se hicieron añicos y, durante unas escasas décimas de segundo, llegó a percibir dimensiones y ángulos imposibles. Cuando recuperó la orientación, se encontró frente a frente con su aterrado objetivo, mientras el resto del templo parecía colgar al revés del techo.

-¿Cómo te atreves a espiarme?-, preguntó el antiguo bibliotecario mientras cogía al hombrecillo de la túnica, alzándolo en el aire.

-¡No me mates, por favor! Mi deber es leer las mentes de nuestros invitados para garantizar la seguridad.

-¿La seguridad? ¡Explícame eso!

-Tenemos que asegurarnos de que no tenéis intención de robar ni dañar los libros de las bibliotecas.

-¿Hay más como tú?

-Sí. Somos telépatas. Estamos disfrazados de sirvientes para pasar desapercibidos.

El enfado de Karakos fue amainando a medida que escuchaba las temblorosas explicaciones del hombrecillo. Miró a su alrededor. Su guía había dejado de gritar, pero todos los sirvientes del templo y algunos guardias, que se habían acercado a las escaleras, estaban mirando en su dirección. "Calma, calma", se dijo. "Piensa en las obras prohibidas que podrás consultar." Bajó despacio al hombre hasta que sus pies volvieron a tocar los peldaños de las escaleras y soltó su túnica con toda la delicadeza de la que fue capaz.

-No volváis a intentar entrar en mi mente-, le aconsejó con educación. -No me responsabilizo de lo que podría llegar a suceder después.

-.-

"Mi guía me condujo a través de un pasillo hasta una sala cuya entrada anónima estaba custodiada por dos guardias humanos, con sus yelmos reflectantes, gujas por armas y armaduras escamosas que mostraban abiertamente el extraño emblema de Tzeentch, el supuesto dios patrón de este templo.


Pero confieso que el interior resultó ser más interesante de lo que podía haberme imaginado en un principio. Todas las paredes estaban ocupadas con estanterías metálicas repletas de libros de todo tipo, así como pergaminos enrollados y pequeñas tablillas cuadradas. Dos pequeñas mesas, junto con tres sillas endebles, ocupaban apretadamente el escaso espacio disponible entre las estanterías.
Mi guía permaneció fuera de la sala, aunque un sirviente de cara juvenil me dio la bienvenida y se ofreció para ayudarme en cualquier búsqueda que necesitase. Ignorándolo por completo, empecé a consultar por mi cuenta y riesgo los distintos volúmenes. Pronto descubrí decepcionado que la mayoría estaban escritos por charlatantes y escritores pretenciosos, farsantes todos ellos en cualquier caso. No obstante, también encontré obras cuyo contenido no era precisamente desdeñable. Fui leyendo cuidadosamente estos últimos, arrancando la información valiosa que estaba oculta entre tanta palabrería.
Así fue como me adentré en el conocimiento prohibido de la demonología. Descubrí que existían cuatro dioses del Caos, llamados en ocasiones simplemente los Poderes Ruinosos, que tenían bajo su mando una hueste incontable de entidades menores, y cada uno de estos demonios compartía a su vez algunos rasgos característicos de sus amos.
Khorne, el Dios de la Sangre. Tzeentch, el Arquitecto del Destino. Nurgle, el Señor de la Pestilencia. Slaanesh, el Príncipe de los Placeres Prohibidos. Esos eran los nombres de los Poderes Ruinosos. Rivales y aliados al mismo tiempo, los cuatro dioses gemelos competían eternamente por el poder, anhelando expandir constantemente sus reinos eternos. Para ellos los mortales no teníamos más consideración que las gotas individuales de la lluvia. Sólo éramos peones en las batallas eternas que hacían temblar el Inmaterium. Sin embargo, muchos textos aseguraban que los elegidos que se ganaban favor de los dioses oscuros obtenían bendiciones y poderes sobrehumanos; incluso existían unos pocos relatos que se mencionaban los nombres de grandes héroes que habían alcanzado el don de la inmortalidad de este modo.
No obstante, pese a su inconmesurable poder,  la influencia de los dioses del Caos y de sus vasallos demoníacos se debilitaba considerablemente en el reino físico, donde animaban a los mortales a que los adorasen o poseían directamente a los psíquicos sin el entrenamiento ni la autodisciplina adecuada para resistir sus ataques espirituales.
También descubrí la existencia de rituales para invocar demonios y atarlos a la voluntad del hechicero, pero no encontré más explicaciones que el uso insistente del nombre verdadero de los demonios para obtener sus servicios.
Cansado de tanta palabrería inútil, aparté a un lado la última tablilla que estaba leyendo dispuesto a salir de la sala. En ese momento, me percaté de que la mitad de la estancia había sido alterada. Algunas estanterías habían desaparecido, siendo sustituidas por repisas de madera polvorienta, grandes grimorios y jarras de cristal con trozos carnosos que flotaban en un líquido incoloro.
"Es imposible", me dije en silencio. Me acerqué al espacio donde había estado una de las obras de demonología que acaba de consultar. No estaba allí, por supuesto. En su lugar, cogí uno de los grimorios y lo abrí hacia la mitad, donde encontré una ilustración de una bestia alienígena y algunas notas escritas a mano en gótico terrano donde se hablaba de su descripción, hábitat y costumbres. "Es cierto que he estado absorto en mi lectura, pero ¿cómo iban a conseguir mover todo esto sin que me percatase?", me pregunté incrédulo.
Tras dejar el bestiario en su lugar, exigí respuestas al mismo sirviente que había ignorado previamente. El asustado joven respondió que era un fenómeno normal, ya que el Templo de las Mentiras estaba consagrado a Tzeentch y el cambio constante formaba parte de la misma naturaleza de su amo. Así pues, el templo cambiaba sutilmente según los caprichos del dios, sin que sus ocupantes pudiesen hacer nada para evitarlo en el caso de que quisieran hacerlo.
Era una explicación absurda, por supuesto, pero tenía cierto sentido. No obstante, si el sirviente me estaba contando la verdad, había otra pregunta que debía ser respondida. Le ordené que me revelase cómo sabían dónde encontrar las salas, si estas cambiaban según los caprichos de su dios, a lo cual me contestó que lo sabían instintivamente después de vivir cierto tiempo dentro del templo. Al principio, todos los novicios vagaban perdidos como si fuese niños pequeños, pero luego... intuían dónde podían encontrar lo que buscaban. "Es lo normal", me confesó finalmente el sirviente.
Aturdido por estas revelaciones, abandoné la sala y ordené al guía que me esperaba en la puerta que me condujese rápidamente a las salas cuyas obras tratasen acerca de la Disformidad y de los poderes psíquicos. Tal vez pudiese aprender más misterios prohibidos antes de que el Oráculo Mentiroso nos concediese su audiencia.

-.-

Por primera vez en su vida, Lambo había tomado una decisión basada en creencias supersticiosas. Lo había hecho no por curiosidad, ni por un deseo real de adquirir nuevos conocimientos, sino porque su encuentro con el Discípulo de Crox había sembrado muchas preguntas en su mente. La mayoría de estas giraban en torno a Khorne y su supuesta influencia en el humano con el que se batió en combate en Cuerpo Putrefacto.

La anciana que le servía como guía lo condujo a una sala a la que se accedía por una escalera de recorrido lateral. La estancia estaba atestada de libros y pergaminos en una de sus paredes, y las otras dos tenían repisas con ungüentos y frascos llenos de elixires. Una mujer menuda pero de rostro agraciado, que vestía la monótona túnica gris de los sirvientes del templo, se levantó de una de las mesas y se ofreció ayudarle a escoger los libros que fuesen a ser más útiles en su búsqueda. Lambo rechazó su ayuda  con educación y cogió libros casi al azar para ojear sus páginas.

Su ánimo pragmático quedó pronto sobrecogido al leer las terribles palabras con las que se describía al Dios de la Sangre y sus peligrosos sirvientes. Descubrió que Khorne era el dios del asesinato, la ira y la guerra, y que se decía que su trono se asienta en lo alto de una montaña de cráneos que a su vez se alza sobre un mar interminable de sangre. Su emblema es una runa de un cráneo estilizado, muy utilizado como adorno personal por sus seguidores, que también pintaban sus armaduras de rojo y creían que el ocho era un número mágico que atraía su favor. También se decía que Khorne odiaba especialmente a los psíquicos y los hechiceros, cuyos sacrificios le eran extremadamente gratos, y que despreciaba en grado sumo las debilidades indulgentes de su hermano Slaanesh.


Las huestes infernales de Khorne estaban lideradas por grandes demonios alados llamados Devoradores de Almas, a cuyo mando estaban incontables Desangradores y Mastines, además de bestias salvajes conocidas como Juggernauts o Aplastadores. El Dios de la Sangre también contaba con la veneración de innumerables guerreros mortales que buscaban probarse constantemente en combate y demostrar su habilidad marcial frente a toda clase de enemigos. Pese a su desgrado inicial, una parte de Lambo se vio obligada a reconocer cierta "empatía" ante esta idea. Sin embargo, decidió dejar a un lado estos nuevos sentimientos por el momento mientras abandonaba la sala con el espíritu turbado, sin reparar en que la estancia había cambiado en completo silencio, llenándose de planos y tratados de geología que no tenían nada que ver con los oscuros libros que había leído.

-Llévame a la sección de cartografía espacial-, pidió a la anciana inspirado por una repentina ocurrencia.

-.-

Cuando llegaron finalmente a su destino, Karakos quedó gratamente impresionado con todo lo que encontró en la sala de lectura. Utilizando al sirviente que aguardaba allí, encontró toda clase de volúmenes que trataban de las cinco disciplinas psíquicas mejor conocidas por el Imperio, así como otros fenómenos y poderes menos conocidos relacionados con esta temática. Cuando pidió papel para tomar notas de los contenidos más importantes, el hombre calvo que hacía las veces de bibliotecario le trajo dos pliegos de pergamino, una pluma y un pequeño frasco de tinta ocre.

Karakos garabateó notas apresuradas, de todo lo que pudo. Él mismo era un iniciado de la Telequinesia, pero su hambre erudita le llevó a copiar referencias de la Adivinación, la Biomancia, la Piromancia y la Telepatía. Utilizó todos los recodos y espacios disponibles en los pliegos que le habían dado para anotar también signos de reconocimiento de la actividad psíquica, los reacciones de la Disformidad ante la manipulación psíquica e incluso algunas menciones a los poderes ocultos de los Navegantes pertenecientes a la Navis Nobilite del Imperio.

Al terminar sus notas, levantó la vista y fue consciente de que la sala había cambiado, llenándose de parafernalia religiosa imperial y libros de aspecto maltratado que lucían los símbolos de la Ecclesiarquía y del culto al Emperador. De algún modo, esos cambios habían ocurrido sin que mediase advertencia alguna y ni siquiera sus sentidos sobrenaturales los habían percibido. Karakos sonrió para sí mismo al recordar uno de los muchos títulos de Tzeentch, El Que Cambia Las Cosas, y abandonó la sala para buscar de nuevo a su guía. Estaba decidido a aprovechar al máximo del escaso tiempo del que disponía.

-.-

La sección de historia imperial ocupaba una pequeña, aunque atestada, sala en las instalaciones del Templo de las Mentiras. Las estanterías llegaban cubrían del suelo al techo y estaban repletas de libros, informes, diarios, crónicas y cartas de todo tipo y de la más diversa procedencia. Incluso el suelo estaba repleto de hojas sueltas, muchas de ellas con el sello oficial de algunas de las monolíticas instituciones imperiales. Esta vez no había ningún sirviente que pudiese asistirle en aquel vertedero.

Sin perder el tiempo, Mordekay comenzó a rebuscar entre las innumerables documentos, buscando cualquier fuente de información que hiciese referencia a los Ángeles Oscuros. Fue una labor tediosa e ingrata. Encontró múltiples escritos oficiales y privados obtenidos durante los diez mil años de existencia del Imperio de la Humanidad, así como de sus numerosas guerras civiles y campañas de exterminio contra peligrosas razas alienígenas. Tal y como les había contado Karakos, los ciudadanos imperiales no habían conocido la paz futura que había prometido el Emperador en los tiempos de la Gran Cruzada.

Los Adeptus Astartes habían estado especialmente ocupados, ofreciendo un noble servicio a los regentes de Terra. Mordekay encontró crónicas e informes de batalla que daban buena fe de la entrega de los marines espaciales de la primera fundación, así como de sus capítulos sucesores y siguientes fundaciones. A través de esos escritos, fue testigo de actos de extrema valentía al servicio de los traicioneros Altos Señores de Terra, que gobernaban el Imperio en nombre del Emperador, y se preguntó asqueado cómo podían seguir siendo esclavos de amos tan miserables.

No obstante, su búsqueda meticulosa fue dando sus frutos poco a poco. Algunos documentos homenajeaban las hazañas de los Ángeles Oscuros mientras que otros criticaban su hermetismo y aislamiento. ¡Incluso llegó a encontrar un informe la Inquisición que aludía a investigaciones secretas realizadas en diversas ocasiones! Todo daba a entender que el Imperio aplaudía los logros de los Ángeles Oscuros, pero que también sospechaba que estaban ocultando algo. La falta de referencias a Caliban intensificó los temores de Mordekay.

El último sargento de la escuadra Laquesis nunca supo cuánto tiempo estuvo en aquella diminuta sala, pero lo aprovechó con creces. Finalmente, encontró la prueba que tanto necesitaba. Era el diario de un oficial de la armada imperial que había visto con sus propios ojos la flota de los Ángeles Oscuros, así como La Roca, el enorme asteroide móvil que les servía de base de operaciones. Mordekay recordó inmediatamente el nombre de la principal fortaleza monasterio de la Orden en Caliban. En su lengua nativa se había llamado Aldurukh, que en gótico terrano quería decir "La Roca de la Eternidad".

El calibanita estaba furioso. Tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no destrozar las estanterías y los polvorientos libros acumulados en ellas. Gritó de rabia y frustración. Maldijo a Lion. Maldijo al Emperador. Incluso maldijo a Luther por haber arrastrado a su pueblo a la hecatombe. Con Caliban destruido por completo o reducido a un simple asteroide flotante, a Mordekay sólo le quedaba la venganza y allí mismo se juró que ahogaría al Imperio con la sangre de sus ciudadanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario