martes, 29 de abril de 2014

BC 18: EL ESTILITA


"Por increíble que pudiese parecer, el barco en el que viajábamos arribó en los muelles de Surgub sin encontrar resistencia. Ningún vigilante ni guardia de la ciudad se acercó a nuestra embarcación para inspeccionar el navío o pedir explicaciones por nuestra llegada. El lugar parecía desolado, completamente vacío. Pese a que había numerosas pilas de cargamentos y suministros esperando en pilas caóticas de cajas metálicas, no podía verse marineros u otros trabajadores realizando sus tareas habituales por ninguna parte, lo que permitía que la bruma anaranjada se adueñase del lugar con un silencio malevolente.
Cerca de allí encontramos un vehículo de carga abandonado y Mordekay pensó que sería una buena manera de movernos por la ciudad sin ser descubiertos. El plan del sargento consistía en una imitación bastarda del famoso equites troianus de los olvidados mitos terranos: conducido bajo amenaza de muerte por uno de nuestros prisioneros, el camión iría directamente a la forja de Kharulan el Artífice con la excusa peregrina de llevarle nuevos suministros, momento a partir del cual nosotros saldríamos de entre las cajas para provocar el caos y la destrucción. Aunque no compartí el entusiasmo de Lambo, tuve que reconocer que no era un mal plan.
Mordekay lo afinó incluso un poco más, al sugerirle a Karakos que permaneciese escondido en el bodega del barco, vigilando a los otros dos prisioneros y asegurando nuestro medio de huida. El antiguo Cráneo Plateado se resignó al ignominioso rol que le habíamos reservado sin mostrar demasiada oposición, lo que despertó de inmediato no pocas sospechas en algunos de nosotros. Sin embargo, dada la falta de recursos para acometer nuestra empresa, confieso que incluso yo mismo me sentía más tranquilo si Karakos no luchaba a mi lado durante el asalto a la forja de Kharulan.
En cualquier caso, nos pusimos rápidamente a la obra, cogiendo cajas y un par de lonas con discretos agujeros para poder observar los alrededores desde todos los ángulos. A continuación, Lambo trajo al marinero y tuvo una breve conversación a solas con él para garantizar su total cooperación, advirtiéndole de que si nos traicionaba de algún modo, él sería el primero en morir. Entretanto, nuestro sargento encontró otra inesperada sorpresa escondida entre las cajas más lejanas."

-.-

Mordekay se paró en seco cuando escuchó el ruido, buscando inmediatamente su origen. Parecía una respiración ahogada procedente de su flanco derecho. Le dio la espalda durante unos segundos y luego se volvió de repente, echando a un lado todas las cajas que encontró a su paso con suma violencia. Alguien lanzó un angustioso grito aterrorizado, para luego intentar salir corriendo de su escondite. Fue demasiado lento. El Astartes lo cogió por uno de sus brazos escuálidos, alzándolo en el aire sin contemplaciones. La criatura volvió a gritar, presa del pánico y el dolor.

Era un hombre de aspecto demacrado, con extremidades prácticamente esqueléticas y costillas bien marcadas. Su piel pálida estaba saturada de los pies la cabeza con incontables laceraciones, quemaduras y cicatrices de todo tipo, la mayoría viejas pero otras muy recientes, como si hubiese padecido durante años todo tipo de torturas y abusos. Mechones desvaídos, colgaban grises de su cabeza calva mientras su boca, donde sólo resistían cuatro o cinco dientes podridos, escupía en esos momentos todo tipo de lamentos quejumbrosos. En su pecho derecho también lucía una vieja quemadura, hecha con un hierro al fuego, que Mordekay identificó como el signo de Nurgle, el dios de las enfermedades y las pestes.


-¿Qué haces aquí?-, preguntó el Astartes.

-¡No me mates, no me mates!-, chilló a su vez la criatura fuera de sí.

Mordekay la arrojó al suelo de rococemento. Hubo un ruido sordo, provocado por algún hueso débil al romperse, seguido por otro chillido de dolor. El Astartes cogió el martillo energético que llevaba anclado magnéticamente a la espalda y lo alzó amenazador con la silenciosa promesa de la muerte. El hombre, se encogió en el suelo, temblando de puro horror con los ojos completamente abiertos.

-¿Qué haces aquí?

-Esscoondeerme... no me matess... sólo... yo... quería... sólo quería... esconderme...

-¿Qué ocurre, sargento?-, preguntó Lambo llegando rápidamente a su lado con el hacha sierra en sus manos, lista para ser usada en caso de problemas, mientras comprobaba que no hubiera más amenazas ocultas en el muelle.

-Parece que he pescado algo-, le respondió Mordekay sin un ápice de buen humor. -¿Por qué te escondes?

-Iba a huir... en un barco, pero llegasteis vosotros... y tuve... tuve que esconderme.

-¿Huir? ¿Quién te persigue? Este lugar está desierto...

-Yo era... un prisionero. ¡Sí, eso! Un prisionero... pero los guardias hoy no estaban atentos y pude huir. No sé cuanto tiempo tengo antes de que descubran que ya no estoy... allí. ¡Por favor, tenéis que ayudarme! ¡No dejéis que me cojan!

- ¿Dónde estabas?-, quiso saber Lambo.

-En las mazmorras de un hechicero tecnócrata.

-¿Fuiste prisionero de Kharulan el Artífice? ¿Sabes dónde está su forja?-, preguntó Mordekay.

-No, no... ¡Lo siento! No me hagáis daño, por favor... Sólo quiero huir de esta ciudad...

-No tenemos tiempo para esto, sargento.

-Tienes razón, Lambo-, asintió Mordekay mientras se inclinaba para coger al hombre por la maltratada pierna y alzarlo de nuevo por encima del suelo. -Tú te vienes con nosotros, pero te lo advierto... si escucho de ti el menor ruido o grito, o si delatas nuestra posición de cualquier modo, ¡te aplastaré como a un insecto!

Nodius no hizo preguntas cuando regresaron con su reciente adquisición, prefiriendo en su lugar subir en silencio al transporte y dejar sitio al resto de su hermanos. A continuación se limitó a dirigir algunas miradas curiosas al hombrecillo, esperando que no fuese un espía que pudiese comprometer su actual misión. Entretanto, Lambo ocupó su puesto detrás del conductor mientras Mordekay cerraba la lona.

-Adelante-, susurró Lambo al conductor, que puso inmediatamente en movimiento el transporte.

El vehículo avanzó con lentitud por el muelle, dejando atrás los destartalados almacenes y las mercancías cubiertas de niebla anaranjada. Luego, salió por un desvío y recorrió un corto trayecto por un túnel. Al otro lado, encontraron altos edificios de viviendas pero no se cruzaron con otros vehículos. Las tortuosas calles parecían tan desiertas como los muelles por los que habían llegado, a excepción de alguna figura solitaria que recorría con pasos furtivos las tortuosas calles sin atreverse a volver su vista hacia las alturas, donde sospechaban que moraban los malignos amos de Surgub.

-¡Atentos! Un puesto de control-, les informó Lambo en calibanita mientras vigilaba por un agujero frontal que habían hecho.

-¿Ahora qué hago?-, murmuró el marinero aterrorizado desde el asiento del conductor.

-Compórtate con naturalidad-, le aconsejó Lambo-, pero recuerda lo que te dije antes. Esfuérzate por ser convincente.

-De acuerdo, de acuerdo-, murmuró el hombre.

Notaron como el vehículo reducía su velocidad hasta detenerse suavemente frente a los hombres armados. Eran seis en total, ataviados con burdas placas de acero dorado que protegían todo su cuerpo. Algunos estaban armados con escopetas mientras que otros sostenían alabardas sierra de aspecto feroz. Sin embargo, Lambo dudaba que en combate fuesen adversarios dignos de ese nombre. El oficial al mando parecía ser una mujer que no alcanzaba los treinta años. Llevaba el rostro descubierto, con el pelo rubio recogido en un moño enroscado a dos punzones dorados.

-¿A dónde vas?-, preguntó ella desconfiada.

-Llevo suministros urgentes para la forja de mi señor Kharulan el Artífice-, respondió el marinero con toda la naturalidad que pudo.

-Sé que no es cierto. ¡No temáis! No vamos a causaros ningún perjuicio. Traemos un mensaje para vosotros de parte de nuestro amo.

-¿Cómo nos han descubierto?-, preguntó Nodius confuso en el interior del vehículo.

-¿Atacamos?-, quiso saber Lambo ansioso por derramar sangre.

-No. Escuchemos antes lo que quieren decirnos-, respondió Mordekay tras unos largos segundos. El sargento también tenía preparado su martillo energético, pero parecía sereno, incluso relajado. -¡Di lo que tengas que decir!-, gritó a la mujer del exterior.

-El gran hechicero-tecnócrata Selukus el Estilita predijo que llegaríais a Surgub esta misma noche-, respondió la mujer poniendo en su voz el tono más formal y grandilocuente que pudo. -Quiere invitaros a reuniros en privado con él para tomar decisiones importantes de las que dependerán muchas vidas. Si aceptáis verlo, os ofrecerá un salvoconducto para que podáis acudir a la Torre Retorcida. ¿Cuál será vuestra respuesta?

-Más profecías y supersticiones baratas-, maldijo en voz baja Mordekay hablando en calibanita con la esperanza de que si los oían, no pudieran entender sus palabras. -Tenemos que aceptar, hermanos.

-¿Por qué?-, quiso saber Lambo decepcionado.

-Nuestra misión está comprometida, pero quizás no todo esté todo perdido. Si, como sospecho, Selukus es más poderoso e influyente que Marius, podremos incluso conseguir mejores ganancias.

-Y si Marius nos ha vendido-, adivinó Nodius mientras asentía despacio-, podremos encontrar nuevos aliados en Surgub.

-Me habéis convencido.

-Necesito saber cuál es vuestra respuesta-, les dijo de nuevo la voz de la mujer desde el exterior.

-Aceptamos-, anunció alto y claro Mordekay. -Nos reuniremos con vuestro amo.

-.-

Cuando llegaron a su destino, al principio se negaron a creer lo que veían sus ojos. La residencia del Estilita tenía una forma única. Tallada con la forma de un pilar retorcido, se alzaba en el aire a cientos de metros sobre una llanura abierta de 150 metros de ancho. Una escalera metálica unía la torre con el suelo de mármol, recorriendo su superficie en círculos hasta llegar al punto más alto de la misma, donde debía morar el propio Selukus.

A diferencia de las calles de la ciudad, la llanura no estaba vacía, sino que cientos de personas, vestidas con sencillas togas, se apiñaban entre sí leyendo las apretadas anotaciones que habían realizado sobre pergaminos, discutiendo en furiosos debates o sentados simplemente en el suelo para meditar con los ojos cerrados. A ninguno de ellos le llamó la atención la llegada del transporte, ni los Astartes que descendieron de él, tan concentrados como estaban en sus propios asuntos. Mordekay esperaba de todo corazón no tener que aplastar a varios de esos inconscientes para conseguir abrirse camino hasta la escalera y la Torre Retorcida.

-Os está esperando arriba-, les dijo la mujer cuando bajó del asiento del conductor. Había insistido en ir en su vehículo con la excusa de indicar el camino al conductor, pero estaba muy claro que quería asegurarse personalmente de que llegaban a la torre de su amo.

-Muy bien-, respondió Lambo. -Vigila a estos dos hasta que regresemos.

-Lo haré-, respondió ella con voz neutra.

-Vamos, hermanos-, dijo Mordekay mientras encabezaba la marcha.

-¡Estás equivocado, maldito idiota!-, oyeron gritar a un hombre en la multitud. -Nuestro maestro entiende realidades más complejas que las que verán nunca tus pobres ojos. Por eso, cuando ayer gritó a las lunas, en realidad estaba alzando su mente a los planos más complejos y...

-¡Mientes!-, espetó otra figura anónima. -¡Hace dos semanas gritó las mismas obscenidades a los demonios del fuego! Y dijo literalmente "malditos seáis todos, chusma chillona, porque vuestros lamentos ensucian mis oídos." ¿Todavía no lo entiendes? ¡Estaba hablando de la virtud del silencio para potenciar los poderes del alma! Si cogemos sus...

Los ruidos habituales de sus servoarmaduras alertaron por fin a la muchedumbre cuando se acercaron. Unos pocos se volvieron hacia ellos, pero les dieron la espalda nerviosamente para concentrarse de nuevo en sus propias tareas. Los tres Astartes empezaron a coger a los primeros de aquellos estúpidos y apartarlos con extrema violencia para abrirse paso. Hubo gritos de dolor, de pánico. Eso pareció despertar a la mayoría de las personas congregadas en la plaza, que se fueron apartando precipitadamente para dejarles avanzar, pisoteándose y empujándose entre sí como animales salvajes acorralados por un gran incendio en los bosques.

Ignorando las miradas de odio y miedo, los Astartes avanzaron rápidamente a través del improvisado pasillo y alcanzaron en poco tiempo la quejumbrosa escalera de acero dorado que debía conducirles hasta la Torre Retorcida. Subiendo en fila, comenzaron el duro ascenso. La escalera resistió su peso mejor de lo hubiesen esperado por su aspecto y pronto avanzaron con pasos más seguros y rápidos hacia arriba.

Cuando alcanzaron la base de piedra de la torre, Nodius, que cerraba la marcha del grupo, se detuvo unos segundos para asimilar lo que veían sus ojos. Desde esta nueva posición, podía contemplar la enloquecedora arquitectura de Surgub, con sus incontables torres arañando los cielos cargados de tormentas. Sus sentidos psíquicos podían percibir incluso más. Notaba con suma claridad las corrientes indómitas que se arremolinaban sobre la ciudad, así como la energía contenida en la propia Torre Retorcida. "¡Cuánto poder, cuánto poder!", reflexionó asombrado en silencio mientras volvía a ponerse en marcha para alcanzar a Lambo.

-.-

Tardaron más tiempo del que esperaban en alcanzar su destino. En el punto más alto de la Torre Retorcida, llegaron a ver una plataforma circular, que apenas dejaba sitio para otra cosa que no fuera un trono de mármol, labrado sin inscripciones ni emblemas, en donde estaba sentado el hechicero tecnócrata. Lambo no pudo evitar sentirse ligeramente decepcionado cuando comprobó que Selukus el Estilita parecía más un extraño ermitaño que un poderoso hechicero del Caos. Sin embargo, su aspecto fue más que coherente con la idea que se habían hecho Nodius y Mordekay.

Selukus era un hombre larguirucho y demacrado, con extremidades alargadas y angulosas, y un cuello extraordinariamente corto que daba la impresión de que la cabeza se sostuviera directamente sobre los hombros. Su piel tenía una tonalidad sobrenatural, casi púrpura, como si padeciese algún terrible mal desconocido para ellos. Tenía una larga melena oscura, del mismo color que su barba enmarañada, y unos ojos profundos y perdidos en algún punto del cielo cuando llegaron frente a su trono. Asimismo, el hechicero tecnócrata parecía contentarse con llevar puesto un sencillo taparrabos como única protección frente a los elementos.

-Saludos Selukus-, dijo Mordekay después de que pasasen unos largos segundos de espera.

Su anfitrión no dio señal alguna de reconocer su presencia, aunque los tres Astartes pudieron escuchar con claridad los suaves latidos de su corazón humano a pesar de las fuertes ráfagas de viento que azotaban la cima de la Torre Retorcida.

-Saludos Selukus-, intentó de nuevo Mordekay. -Somos los Astartes de la escuadra Laquesis de Caliban. ¿Por qué nos has hecho llamar?

-La falsedad de las sombras es una de las grandes ironías del reino físico-, respondió el hombre sin dejar de mirar inmóvil en su trono a las nubes cargadas de tormentas. Su voz era grave y parecía herida, como si hubiese estado gritando con todas sus fuerzas no hace demasiado tiempo.

-Hemos desperdiciado un tiempo valioso para nada-, susurró Lambo malhumorado en calibanita.

-Déjame intentarlo una última vez, hermano-, le respondió Mordekay sin esconder su frustración. -Selukus, tus guardias dijeron que predijiste nuestra llegada a Surgub, que querías tratar con nosotros asuntos de gran importancia. Esta es tu mejor oportunidad.

El hechicero tecnócrata apartó la mirada por primera vez de los cielos y, en su lugar, la clavó en Mordekay. Sus ojos parecían cargados de tanto poder como la misma tormenta que rugía sobre sus cabezas. Efecto óptico natural o no, incluso parecía que el color púrpura que bañaba su piel se había aguado uno poco cuando lo hizo.

-Sé quiénes sois, forasteros. Os he hecho llamar para que me ayudéis a realizar la voluntad de Tzeentch.

-Siento decirte que no trabajamos al servicio de los dioses, sean quienes sean, pero si quieres hacernos una propuesta, habla y la consideraremos.

-¡Son ellos!-, gritó el hechicero tecnócrata poniéndose en pie de improviso. -Ellos, ellos, ellos, ellos. Sus parloteos distraen mis meditaciones... ¡me distraen!-, gritó alzando la voz. Su piel no sólo había perdido del todo su color púrpura, pero ahora estaba adquiriendo un tono rosa extremadamente lívido. -Hablan y hablan, hablan y hablan.

-¿Te refieres a tus seguidores?-, preguntó Lambo confundido.

-¡NO! Estoy hablando de los obtusos, dos chiquillos perdidos e ignorantes que se hacen llamar Kharulan el Artífice y Lady Nepythys. Sus voces resuenan en el éter, perturbando mis meditaciones. Ofenden a Tzeentch con sus estúpidos juegos. Matadlos a los dos en sus propias cortes... ¡Tomad estos poderosos encantamientos para hacerlo! ¡Usad uno con cada uno de mis enemigos!

A un gesto suyo, dos pergaminos aparecieron detrás del respaldo trono, flotando lentamente en el aire como si tuviesen vida propia. Ambos volaron sin gracia hacia Mordekay, aterrizando en el suelo inmediato a sus pies.

-Puedo garantizarte la muerte de Kharulan, pero no la de Lady Nepythys. ¿Quién es? ¿Dónde está?-, preguntó el sargento calibanita sorprendido.

Selukus el Estilita no respondió, sino que se limitó a mirar el pie del trono, con la mirada más perdida aún que la primera vez que lo vieron. Su piel fue perdiendo el color rosa y recuperó una cierta tonalidad "normal", aunque no volvió a oscurecerse de púrpura. Entretanto, Nodius se inclinó para recoger los pergaminos. Estaban sellados y despedían un aura energética cargada de maldad y peligro.

-¿Qué recompensas nos ofreces?-, aventuró Lambo ante el silencio del sargento.

-Os recompensaré con un hechizo creado con las almas de un millar de almas de los siervos engañados del dios cadáver-, respondió el Estilita con voz lejana y perdida mientras se refería a los fieles imperiales que adoraban actualmente al Emperador de la humanidad como un dios viviente. -Mi regalo será capaz de ayudar al portador a imponer su voluntad sobre los senderos de un destino incognoscible.

-No queremos esa recompensa, poderoso Selukus-, respondió Mordekay.

-¿Qué estás diciendo?-, preguntó Lambo inmediatamente por la frecuencia de vox de la escuadra.

-Hermano sargento, deberías reconsiderar tus palabras-, le dijo Nodius casi al mismo tiempo.

-¡Somos Astartes!-, les reprendió a ambos, sumamente irritado por tener que darles explicaciones delante de su anfitrión aunque fuese usando su idioma materno. -Forjamos nuestros propios destinos con la fuerza de las armas, no con encantamientos y supersticiones baratas.

Por fortuna, el Estilita parecía demasiado perdido en las profundidades de su mente como para haber sido testigo de aquel desliz diplomático. Más tarde, tendría tiempo para disciplinar a sus hermanos, pero ahora debía llevar a buen puerto estas últimas negociaciones.

-Selukus, mataremos a Kharulan y Nepythys en tu nombre, aunque no queremos a cambio el hechizo que nos ofreces. En su lugar, nos vendría bien contar con un aliado firme en la ciudad de Surgub, una persona influyente que nos apoye incondicionalmente. Esa es la recompensa que pedimos a cambio de nuestra ayuda. ¿Aceptas este pacto?

-Sea así-, respondió el hechicero tecnócrata sin levantar la vista del trono.

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