viernes, 25 de abril de 2014

BC 17: SURGUB


-¿Estás seguro de que quieres ayudarme?-, le preguntó Marius con un tono de voz neutro e indefinido. -Recuerda que eres mi invitado. No estás obligado a hacerlo si no lo deseas.

Zenón miró a su interlocutor en silencio durante unos segundos, sopesando silenciosamente las ventajas y las desventajas de la operación en la iba a verse implicado. Parecía fácil, una acción clandestina. Entrar y salir. Los Astartes se ocuparían de aplastar la resistencia y él sólo tendría que ocuparse de asegurarse de que la lanzadera llegase a su destino. Muy fácil. "Las cosas nunca son tan fáciles como parecen", se recordó en silencio.

-Te lo debo, Marius-, se decidió a decir. -Me salvaste de una muerte deshonrosa en los pozos de lucha y yo siempre pago mis deudas. Siempre.

"Y siempre cumplo mis juramentos", se prometió a sí mismo en silencio. "Si consigo ganarme la confianza de esos Astartes, tendré una sólida base de operaciones con la que trabajar. No puedo dejar pasar esta oportunidad."

-Gracias, Zenón. Ven conmigo. Tengo que contarte más cosas que debes saber.

-.-

Las pesadas pisadas de los Astartes resonaron por el hangar, indicándole que sus nuevos compañeros habían llegado puntuales. Zenón salió de la cabina, donde estaba haciendo las últimas comprobaciones de vuelo, y cruzó la bodega vacía de la lanzadera para salir a su encuentro. Los cuatro Marines Espaciales estaban esperándolo junto a la trampilla de carga y descarga, tres de ellos enfundados en sus armaduras energéticas y con las armas preparadas para hacer lo que mejor sabían hacer, mientras que el cuarto, al que no había visto hasta ahora, vestía una sencilla túnica sin adornos y su cabeza estaba coronada por una cornamenta. Asímismo, junto a ellos traían a un hombre desarmado de mediana edad, cuyos ojos huidizos lo miraron durante una fracción de segundos antes de volver su atención al suelo de la cubierta. Estaba casi completamente calvo, a excepción de unos mechones morenos que le nacían en los costados de la cabeza y sus ropas estaban surcadas por decenas de remiendos y costuras deshilachadas.

-Sed bienvenidos-, los saludó respetuosamente, ya que no quería atraerse innecesariamente las iras de esos gigantes sobrehumanos. -Ayer no tuve ocasión de presentarme personalmente. Mi nombre es Zenón.

-El acento de tu voz... ¿fuiste un ciudadano imperial, verdad?-, preguntó el líder de los Astartes con evidente curiosidad.

-Así es. Serví durante dieciséis años en la Armada Imperial como primer oficial en la Espada de Drusus, un crucero ligero clase Intrépido que pertenece a la Flota Koronnus.

-¿Y por qué has acabado en el Vórtice de los Gritos?-, preguntó Lambo.

-Contrabando-, respondió Zenón sin mostrar ni un ápice de nervios al verse enfrentado a ese improvisado interrogatorio. -Descubrieron mis actividades y tuve que huir para evitar una corte marcial. Uno de mis antiguos contactos era un pirata confeso, pero me aseguró que conocía un puerto seguro lejos de la autoridad imperial y me escondió en su nave a cambio de una considerable suma de tronos. Sin embargo, fuimos asaltados y abordados durante la travesía por otros compañeros de su profesión.

-Te capturaron durante el abordaje-, adivinó con facilidad el guerrero calibanita.

-No caí con deshonor-, se defendió él. -Mi habilidad con la espada es mortífera en un duelo honorable, pero me asaltaron como una jauría de perros rabiosos, pisoteando incluso los cadáveres de los piratas que había matado segundos antes. Al final, lograron reducirme y me vendieron días después como carne de cañón a un pozo de lucha para que sirviese de alimento a las bestias xenos, pero Marius y Lede me encontraron y salvaron mi vida. Desde entonces soy su invitado.

-Si caíste luchando, no debes avergonzarte.

-Hay combates que no se pueden ganar-, asintió Mordekay simpatizando inmediatamente con el renegado imperial. -Dime Zenón, ¿está lista la lanzadera para llevarnos a Q'Sal?

-Todo está en orden. Sin embargo, me gustaría comentaros algo dentro de la lanzadera antes de despegar.

-¿Por qué dentro de la lanzadera?-, preguntó Nodius intrigado.

-Porque Marius me advirtió que las naves doradas tienen ojos y oídos en los lugares más insospechados-, respondió Zenón repitiendo casi literalmente las palabras que había elegido antes su anfitrión.

-.-

Los Astartes escucharon con atención mientras Zenón trataba de explicarles el dilema que tenían que resolver antes de partir. Marius le había dicho que el protocolo habitual en su caso sería aterrizar en el espaciopuerto de Tarnor, repostar promethium y dirigirse a continuación a Surgub. Sin embargo, su anfitrión también le había contado que las ciudades de Q'Sal estaban aliadas con el Templo de las Mentiras y que, cuando conociesen el destino sufrido por el Oráculo Mentiroso a manos de los Astartes, probablemente Tarnor tomaría medidas en su contra. Por tanto, tenían que decidir si Zenón hacía aterrizar la lanzadera en Tarnor, como estaba previsto, o si, por el contrario, la dirigía directamente a Surgub, lo que probablemente también alertase a las dos ciudades.

Mordekay maldijo para sus adentros. El plan que había esbozado consistía en infiltrar a Orick y Zenón en Surgub para obtener información fidedigna desde el interior de la ciudad antes de iniciar el asalto contra la forja de Kharulan el Artífice. No obstante, tomasen la decisión que tomasen, ahora sabían que perderían muy pronto la ventaja del factor sorpresa.

-Vamos a tener que apostar fuerte desde el principio-, señaló Lambo.

-Estoy de acuerdo-, dijo Nodius a su izquierda. -Marius debió habernos advertido de estos pequeños detalles durante la reunión.

-No quería alertar a la tripulación de la nave dorada-, lo defendió Zenón-, pero estoy seguro de que será comprensivo si renunciáis a vuestro acuerdo.

-No-, respondió Mordekay irritado. -No podemos renunciar, ya hemos comprometido nuestra palabra. Vamos a matar a Kharulan y recuperar el artefacto. Zenón, llévanos a Surgub, pero no aterrices directamente en las ciudad. Busca un sitio seguro a una distancia prudencial.

-Dalo por hecho-, respondió el renegado imperial volviendo sus pasos hacia la cabina de vuelo para iniciar las maniobras de despegue. -Ven conmigo-, le ordenó al hombre que había permanecido callado como una tumba hasta entonces.

-Hermanos-, continuó diciendo la voz de Mordekay a su espalda. -¡prepararos para pronunciar los juramentos de combate!

-.-

Los motores de la lanzadera la impulsaron con lentitud fuera de los confines del hangar de la nave dorada y el espacio pronto sustituyó a la prisión de metal con su frío y oscuro abrazo. A los mandos del transporte, Zenón sintió una abrumadora sensación de libertad. "Vuelvo a ser el dueño de mi destino", reflexionó con un renovado entusiasmo. A su lado, Orick permanecía tenso en el asiento de copiloto, apretando los cinturones de seguridad con tanta fuerza que sus nudillos parecían tan blancos como la nieve.

-¿Es la primera vez que estás en una cabina de vuelo?-, le preguntó con cortesía.

-Sí, sí... pero no me gusta esta sensación.

-Entonces el aterrizaje te va a encantar-, susurró para sí el renegado imperial con una sonrisa divertida en sus labios.

Sin embargo, su atención se concentró muy pronto en las lecturas de los pobres augurios de la lanzadera y las vistas que veían sus propios ojos desde la cabina. Un gran orbe amarillo flotaba suspendido en el vacío, rodeado por tres lunas rocosas de distinto tamaño, dos de ellas casi completamente superpuestas, y un enorme anillo con espacios de atraque y astilleros, en cuyas puntas forjadas con acero dorado y runas impías atracaban otros navíos dorados, tan brillantes y resplandecientes como la elegante nave de la que acaban de salir.

La mirada experta de Zenón también se fijó en que el anillo estaba lleno de espinas de baterías láser y de cañones extraños, además de hangares para cazas espaciales, así como en los curiosos ingenios dorados que se desplazaban lentamente con sus múltiples patas sobre la superficie metálica del anillo. "La Flota Koronnus necesitaría sus mejores naves para sitiar este planeta", se dio cuenta con asombrado silencio. A su lado, Orick también parecía muy impresionado por lo que estaban viendo con sus propios ojos.

El renegado imperial volvió a concentrarse en la misión, dirigiendo la pesada lanzadera directamente hacia el planeta. Q'Sal parecía un mundo dominado por grandes continentes en su hemisferio norte y extensas zonas marinas en el sur. Sin entonar ninguna plegaria respetuosa al espíritu máquina del cogitador de la cabina, Zenón hizo los cálculos pertinentes para buscar un vector de aproximación a Tarnor, en los desiertos del norte, desde el que pudiera desviarse luego para dirigirse al sur, hacia Surgub, con el menor número de maniobras posibles. Una vez que obtuvo los cálculos correctos, aceleró los motores de maniobra y la lanzadera inició el descenso.

-.-

Unos treinta minutos más tarde, la lanzadera aterrizó torpemente sobre la superficie amarillenta. Las patas se hundieron unos centímetros en el suelo, conservando completamente su verticalidad. "Otro aterrizaje perfecto", se dijo a sí mismo sin poder evitar una sonrisa autosatisfecha. A su lado, Orick había dejado de gritar, pero seguía teniendo los ojos abiertos como platos y su cara mostraba cierta palidez mortecina. Había sido un verdadero incordio durante todas las maniobras de reentrada atmosférica, aunque al menos no había vomitado dentro de la cabina, lo cual era una especie de milagro en sí mismo.

-Hemos llegado-, comunicó el renegado imperial por los altavoces mientras apretaba la runa que haría descender la trampilla de carga.

-¡Escuadra Laquesis, formación delta!-, oyó ordenar a Mordekay.

Como un solo individuo, los Astartes descendieron con fuertes pisadas abriéndose en cuña mientras apuntaban con los bólter preparados para proteger los flancos y la parte trasera de la lanzadera, sin importar que hubiera o no enemigos a la vista. El paisaje que los rodeaba estaba formado por pequeñas colinas con matorrales de color pardo, hierbas altas y zonas de agua estancada.

-Zenón, ¿me recibes?

-Afirmativo, Mordekay.

-Usaremos esta frecuencia para comunicarnos. Hasta que contactemos contigo, mantendremos un silencio total de radio, pero cuando recibas nuestra señal, transmítenos unas coordenadas seguras de extracción lo más cerca posible de Surgub.

-Recibido. La ciudad está a unos seis kilómetros en dirección noreste, junto a unas marismas y un río. Sin embargo, me inquieta que no hayan intentado comunicarse con nosotros ni enviado naves de interceptación.

-Nos aprovecharemos de ese error. ¡Buena suerte!

-¡Buena suerte!

-.-

No tardaron mucho tiempo en recorrer la distancia que los separaba de su objetivo, pero cuando lograron tener una visión clara de la ciudad se tomaron unos valiosos segundos para asimilar todo cuanto vieron a la luz del sol de la mañana. Al final de la bahía creada por un gran río, se hallaba una enorme isla de unos veinticinco kilómetros de largo y ocho de ancho. Allí, los altos edificios se alzaban como gigantes de cristal y metal por encima de una débil neblina anaranjada, desafiando a la sobrecogedora tormenta eléctrica que rugía a poca distancia sobre sus altas agujas.


Islas más pequeñas yacían dispersas por los alrededores, siempre junto a la costa, ocupadas por fábricas y talleres de aspecto extravagante. También había numerosas embarcaciones, la mayoría de las cuales estaban atracadas en los puertos y embarcaderos; tan solo unas pocas flotaban plácidamente sobre las aguas, inmóviles como si esperasen una señal incierta.

-Fascinante-, murmuró Karakos por primera vez en voz alta.

-Sargento, percibo fuertes corrientes disformes en la tormenta... y en la misma ciudad-, informó Nodius preocupado. -Marius no nos informó de estos datos. Recomiendo abortar la misión.

-Negativo, Nodius. Cuando aceptamos el trato, sabíamos que la misión sería difícil. No importa la naturaleza de los peligros a los que nos enfrentemos. Saldremos victoriosos.

-Uno o dos de nosotros podríamos quitarnos las servoarmaduras y nadar hasta los barcos-, propuso Lambo pensativo. -No debería ser muy difícil hacernos con el control de uno y convencer a los marineros supervivientes para que nos acerquen a Surgub.

-Entonces deberíamos capturar un carguero para llevarnos también el artefacto-, pensó Mordekay en voz alta. -Lambo, vienes conmigo.

-.-

"Nuestros hermanos nadaron al amparo de la bruma, acercándose sigilosamente a uno de los islotes factoría, cerca del cual estaba atracado un carguero a la espera de recibir su mercancía. El osado plan de Mordekay contenía una laguna llena de errores tácticos. Nuestro sargento no había previsto el peligro de la fauna nativa, ni que la aparente calma que gobernaba los alrededores pudiese ser una astuta trampa de los habitantes de Surgub para eliminar a los asesinos del Oráculo Mentiroso, ni otra decena de posibilidades que jugaban en nuestra contra.
Karakos y yo permanecimos a la espera, con los bólter listos para abatir cualquier amenaza. Ambos podíamos sentir la fuerza indomable de los remolinos de la Disformidad atrapados en la tormenta, al igual que las repentinas corrientes que trataban de escaparse durante breves momentos. Para nosotros, psíquicos como éramos, ese fenómeno era tan palpable como las ráfagas de viento en mitad de una tormenta invernal. Pero de algún modo, ese poder indómito no destruía Surgub y darme cuenta de ese hecho me llenó de más preocupación que mil enemigos bien entrenados y armados frente a nosotros.
El tiempo pasó con extrema lentitud, pero al final comprobé que nuestra buena fortuna no nos había abandonado del todo cuando la proa del carguero se acercó lentamente a la costa, apartando en silencio la bruma que encontraba a su paso."

-.-

-Matamos a cuatro de ellos. Estos dos estarán encerrados aquí mientras un tercero maneja los mandos del barco-, le informó Mordekay hablando en calibanita mientras lo ayudaba a ponerse de nuevo la servoarmadura en la bodega del navío. -Lambo lo está vigilándolo en la cubierta. Les hemos hecho creer que somos parte de un ejército de saqueadores que van a invadir Surgub y que los dejaremos con vida si colaboran.

-No podemos confiar en ellos, sargento-, respondió Nodius pensativo. -Nos traicionarán a la menor oportunidad.

-No quiero muertes innecesarias. Si cooperan con nosotros, los dejaremos con vida.

-Entiendo. ¿Han dicho por qué está todo tan tranquilo?

-Dicen que los Catorce Factores, los gobernantes de su ciudad, están reunidos en una sesión y que todos los habitantes de Surgub estarán encerrados en sus casas hasta que sus amos salgan para proclamar nuevos edictos en nombre de Tzeentch.

-¡Menudo disparate!

-Tal vez, pero es una coincidencia afortunada que nos ayudará a entrar en la ciudad sin ser descubiertos.

-¿De verdad crees que es una coincidencia?

-.-

Zenón suspiró después de hacer la última comprobación de los limitados augurios de la lanzadera. No había enemigos cerca de su posición. Satisfecho, decidió estirar un poco las piernas. Se levantó echando una última mirada al exterior y abrió la puerta de la cabina. Al hacerlo, escuchó unos extraños ruidos metálicos. "¿Qué estará haciendo Orick?", se preguntó intrigado mientras daba unos pasos procurando no hacer el menor ruido.

Lo vio de rodillas en el suelo, rebuscando en una caja de herramientas. El renegado imperial tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba buscando una que pudiese empuñar como arma. ¿Para usarla contra él o contra los q'salianos? Orick no parecía ser el tipo de hombre pudiese resultar peligroso con objetos punzantes, pero Zenón prefirió no arriesgarse.

-¿Buscas algo?-, preguntó con un tono severo que le recordó inmediatamente los ahora lejanos días de autoridad en la Espada de Drusus.

-¿Qué, qué?-, preguntó Orick mientras alzaba rápidamente la cabeza para mirarlo con la boca abierta y unos ojos bovinos completamente aterrorizados que confirmaron las peores sospechas de Zenón.

-Pregunto si buscas alguna herramienta concreta-, respondió el renegado imperial mientras apoyaba su mano ostensiblemente en la empuñadura de su espada sierra. -Me he pasado casi toda mi vida en naves espaciales. Puedo ayudarte... si quieres.

-No, por favor. No hace falta... yo sólo... ¡estaba curioseando!-, dijo petrificado en el mismo sitio en el que se encontraba.

-No me gusta que hagas eso, Orick. Podrías mover alguna manivela, apretar una runa o estropear otra parte sensible de la lanzadera que podría ponernos en peligro cuando nos marchemos de Surgub, de modo que no vuelvas a hacerlo. ¿Lo has entendido?

-Lo entiendo. Gracias, gracias.

Zenón se sintió más tranquilo ahora que había puesto a Orick en su lugar. El hombrecillo parecía verdaderamente aterrorizado por las consecuencias de sus actos. Casi le dio lástima. Casi.

-Dime Orick, ¿por qué acompañas a los Astartes?-, preguntó intrigado.

-No fue decisión mía. Me secuestraron.

-¿Te secuestraron?

-Sí. Yo era un siervo del Templo de las Mentiras. Me ocupaba de transportar mercancías y visitantes en un viejo vehículo de orugas. Pero cuando los Astartes llegaron a Kymerus, mataron al Oráculo Mentiroso y me llevaron con ellos durante su huida en contra mi voluntad.

-¿Y para qué te quieren con ellos?

-Para que sea su sirviente. A veces limpio sus armas y armaduras, y hago todo lo que me ordenan.

-Entiendo. Ahora dime la verdad... ¿te gustaría ser libre?

-Sí-, confesó Orick nervioso tras unos largos segundos llenos de dudas y luchas internas.

-Pero les tienes demasiado miedo, ¿no es cierto?

-Sí, claro que les tengo miedo.

-Pues vete-, respondió Zenón al tiempo que apretaba una runa situada en la pared. El ruido sordo de la trampilla de carga y descarga inundó la bodega de la lanzadera, ahogando cualquier otro sonido. Orick lo miró confuso, sin entender sus intenciones. Zenón alzó la voz para hacer oír. -Eres un hombre. Compórtate como tal. Si quieres recuperar tu libertad, huye. Los Astartes están demasiado lejos para impedírtelo y, cuando descubran tu fuga, ya no podrán hacer nada para evitarla. Vete, yo no te detendré.

Para dar mayor énfasis a sus palabras, Zenón volvió a entrar en la cabina, dejando la puerta abierta para escuchar con claridad lo que ocurriera en la bodega. Quería darle a Orick la oportunidad para huir en una situación controlada, cuando no pudiese ponerles en peligro. Estaba seguro de que la trampilla abierta ante él sería demasiado tentadora. En silencio, Zenón desenfundó su pistola láser y aguardó con paciencia el inevitable desenlace.

No obstante, Orick lo sorprendió sinceramente cuando se acercó a la cabina arrastrando con desgana los pasos sobre el suelo metálico. En sus ojos había una mirada baja, derrotada. Era la mirada de un hombre que se había condenado a sí mismo a la esclavitud. Zenón lo vio derrumbarse sobre el asiento del copiloto. Maldiciendo para sus adentros, guardó de nuevo la pistola láser en su funda.

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