viernes, 25 de mayo de 2012

C. DE T. 1 - 5: SHERAZHINA


Mi nombre es Dieter Helsemnich y soy un monstruo maldito. Mi legado son décadas y centurias de conspiraciones, muerte y sufrimiento. Siendo un monstruo, no tuve más opción que comportarme como un monstruo para sobrevivir, pero mi conciencia no ha permanecido ociosa. Al contrario, he sido plenamente consciente de cada decisión tomada y de sus terribles consecuencias. Es el peso de esta culpa lo que me mueve a compartir en estas páginas parte de la carga que asola mi alma. He deliberado mucho tiempo sobre su conveniencia y, no obstante, creo que todos los recuerdos atesorados harán un mayor servicio si pueden ofrecer consuelo o consejo a los recién llegados a la maldición de Caín. El lector prudente sabrá ejercer un razonamiento equilibrado en la maraña de verdades y mentiras que forzosamente forman una memoria de siglos de antigüedad... 

Pero, ¿por dónde debo iniciar mi relato? ¿Por mis años mortales? ¿Por mis primeros y torpes pasos en la senda de la maldición de Caín? No, nunca dejaría constancia de esos recuerdos a nadie. Serían una herramienta demasiado útil para un mal uso. Entonces, ¿en qué momento y lugar debo iniciar este diario? En la encrucijada en que la rueda del destino se puso inexorablemente en marcha, por supuesto.

Todo empezó cuando fui enviado a Buda-Pest para reunirme con cierto grupo de Cainitas. En aquellos tiempos del año 1.198 de nuestra era, la primavera se estaba despertando perezosa del frío abrazo invernal y el tormentoso Danubio separaba ambas ciudades, que acogían alegremente a los esforzados comerciantes venidos de tierras lejanas. Tras cruzar las puertas de Pest antes de que sus guardianes mortales las cerrasen,  mis criados y yo seguimos avanzando por la calle principal hacia el oeste.

Lushkar era el que llevaba más tiempo a mi servicio. Era un joven bávaro, de constitución desgarbada, alto para su peso, y con un corto pelo rubio ensortijado. Hijo segundo de una pequeña familia de la nobleza, había estudiado durante años con los grandes maestros de la universidad eclesiástica de Bolonia, y después, había conseguido un puesto como escriba al servicio de un embajador húngaro cuyo nombre no es importante. Conocí a Lushkar durante una visita a la pujante ciudad de Viena y decidí ponerlo a mi servicio por sus amplios conocimientos académicos y su viva perspicacia. Mi otro criado se llamaba Derlush, un infiel maometano de origen anatolio, con un oscuro pasado, que había huido de la compañía de los suyos y buscado fortuna en los reinos cristianos más allá de los últimos dominios del Imperio Bizantino. Pese a sus maneras rudas y bárbaras, era un excelente jinete y usaba el arco como pocos cazadores. Destacaba fácilmente entre el gentío por su piel morena, sus largos bigotes,  y sus ropas hechas con pieles de animales. En aquellos tiempos, necesitaba a un criado que supiera defenderse con las armas y su ayuda me fue muy útil en numerosas ocasiones.

Ambos sirvientes me eran extremadamente fieles gracias al poder de la sangre Cainita. Ello garantizaba su lealtad y les proporcionaba cierto vigor y fuerza del que carecían el común de los mortales. Sin embargo, los años pasados junto a mi maestro y sire me habían inculcado una sana desconfianza, por lo que preparaba un bebedizo que ellos ingerían una vez cada luna llena sin conocer el origen del preciado líquido al que eran adictos. Toda precaución era poca para sobrevivir en aquellos peligrosos tiempos.

Como iba diciendo con anterioridad, nos internamos en las malolientes calles de Pest y llegamos al mercado de ganado, donde se estaba celebrando una subasta de esclavos, de todas las edades y géneros, que iban a ser vendidos a los mejores postores. Comerciantes y curiosos salidos de las tabernas cercanas miraban al nutrido grupo de esclavos. Asqueado por este triste espectáculo, iba a alejarme cuando me percaté de la presencia de otro Cainita en la multitud. Era un apuesto hombre de mediana edad, vestido con los elegantes y llamativos ropajes de un comerciante que ha alcanzado el éxito en su oficio. Parecía contemplar la subasta con un aburrimiento evidente. Movido por la curiosidad, encargué a Lushkar y Derlush que buscasen una posada donde pasar las próximas horas del día, pagando generosamente por tener un espacio privado, y les advertí que tomasen las medidas adecuadas para proteger el interior de la habitación de los rayos del sol. Me uniría a ellos más tarde.

De este modo, seguía observando al extraño desde la distancia cuando una de las esclavas, una apuesta muchacha de larga melena negra y retales de ropas que hablaban de una familia importante caída en desgracia, derribó al suelo al vendedor y salió corriendo entre la multitud, que estaba complacida por el gracioso e inesperado espectáculo. Sin ayuda, no pasaría mucho tiempo antes de que los guardias de la ciudad diesen con ella y se la entregasen de nuevo al esclavista a cambio de alguna pequeña recompensa. Sin embargo, sus ansias de libertad me conmovieron y corrí tras ella, dispuesto a auxiliarla.

Corrimos juntos entre las casas hasta que la llevé a un oscuro callejón. Sus sombras despistaron a los guardias, pero no al Cainita que había visto entre el público. Estaba allí, en la entrada del callejón, pero sin atreverse a adentrarse en él. Debió de darse cuenta de que yo también compartía la maldición de Caín, porque actuó de forma extremadamente cauta. Se identificó como el senescal del Príncipe de Buda-Pest, el Vencel Rikard del clan Ventrue, y exigió que le fuese entregada la muchacha, pues era propiedad del señor de la ciudad. Sus palabras me parecieron cargadas de autoridad, pero hubo algo en ellas que me hizo dudar, por lo que hice gestos a la joven para que permaneciese en silencio y me arrodillé en el suelo para convocar el aliento del dragón. Una repentina niebla inundó el callejón y las calles vecinas, cubriéndolas con un pesado manto espectral. Iba a utilizarla para encubrir nuestra retirada, pero el supuesto senescal se puso nervioso y decidió alejarse. Aprovechando la oportunidad, hicimos lo mismo por el camino contrario antes de que tuviese tiempo a avisar a alguien más.

La muchacha me confesó más tarde que se llamaba Sherazhina y que pertenecía a la antigua y noble familia valaca de los Basarab. Estaba muy agradecida por mi inesperada ayuda y se ofreció a acompañarme hasta su hogar, donde sería recompensado con generosidad. Yo rechacé su oferta, por supuesto. Pese a que parecía que había recibido una educación esmerada e insólita fuera de los muros de los monasterios y conventos de la Iglesia, y pese a que me sorprendió descubrir que su conversación me resultaba muy grata, sospechaba en cambio que mi compañía podría ponerla en graves peligros. Sin embargo, consentí en darle protección y ayudarla a volver a su hogar sana y salva.

Descansamos todos juntos en la misma habitación de la posada. Mientras yo dormía el sopor propio de los no muertos, Lushkar y Derlush nos protegieron durante las horas del día. Al despertarme a la noche siguiente, les encargué a los tres que me esperasen aquí de nuevo. Por mi parte, tenía una importante reunión a la que debía acudir.

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