domingo, 27 de mayo de 2012

C. DE T. 1 - 6: LA CONSPIRACIÓN


Esa segunda noche, crucé el río en una pequeña barca y me adentré en las calles de Buda. No esperaba que un Cainita enloquecido saliese a mi encuentro. Daba grandes voces hablando en una mezcolanza de idiomas, pasando sin pausa alguna del magiar al latín, el griego e incluso el bávaro. Era alto y musculoso, con un pelo salvaje y enmarañado de color rojo fuego y una larga barba que le llegaba hasta el pecho. Vestía pantalones de cuero y una sucia túnica cubierta de piezas sueltas de armadura. El extraño me habló de algo que iba a despertar y de ocho signos en las noches venideras que eran inevitables pero que, al mismo tiempo, se podían transformar. También me dijo que Zolot mentía y que debía evitar sus mentiras. Dicho esto, quedó en silencio con la mirada turbada, sin verme realmente. Supuse que esta alma atormentada debía pertenecer al clan Malkavian, pues el peso de la locura es el escudo de su linaje, pero sus palabras me conmocionaron en gran media. ¿Era un truco o la alucinación de una mente desquiciada? ¿Una prueba? De ser cierto lo que decía, ¿sería también Zolot un Cainita?

Antes de que pudiese hacer cualquier cosa, vino una pequeña turba con antorchas corriendo en nuestra dirección. Frustrado y temeroso, me alejé cuanto pude, pero los mortales no me persiguieron, sino que se quedaron junto al loco y muchos de ellos se arrodillaron ante él. Lo llamaban Havnor, como el antiguo dios del trueno y el relámpago de los paganos magiares. ¿Era ese loco el antiguo Havnor? De ser así, llevaba existiendo desde hacía más de mil años. En caso contrario, el Cainita estaría usando a los mortales como su culto de sangre particular. Ambas posibilidades eran muy peligrosas para mí, por lo que aproveché la oportunidad para perderme de nuevo en las calles y llegar de forma segura al distrito del castillo.

La reunión se celebró en un sótano oculto, excavado bajo uno de los establos de la plaza del mercado. Allí me esperaban mi sire Jervais y otros poderosos Cainitas con los que nunca me había encontrado, pero de los que había oído hablar con respeto. Mi antiguo maestro me comunicó lo que se esperaba de mí. Debía afrontar un penoso viaje a la frontera oriental del reino de Hungría, a una región al norte de Transilvania. Allí,  más allá de la ciudad de Bistriz, había un paso natural, el Paso de Tihuta, donde debía dirigir la construcción de una fortaleza defensiva que vigilase dicho paso montañoso. Naturalmente, me ofreció el servicio de criados, guardias, carretas y las suficientes monedas de oro y plata para afrontar una empresa como esa. Si seguía bien sus instrucciones, reforzaría la posición de la Casa Tremere en esa región e incrementaría nuestros apoyos entre los Cainitas presentes en esa reunión.

He de decir que mi sire Jervais me conocía mejor que nadie y supo elegir muy bien los argumentos que necesitaba para convencerme de la necesidad de semejante empresa. Ello me hizo reflexionar en las razones reales por las que él participaba en dicho envite. Cabía la posibilidad, por supuesto, de que esta reunión, y lo que allí se decidió, formase parte de una conspiración entre los principales líderes Ventrue y Tremere contra los señores Tzimisce del este. Había escuchado con anterioridad rumores que hablaban de la necesidad de formar una alianza semejante. Ambos clanes empezaban a compartir enemigos comunes. Los Tremere nos convertimos en Cainitras haciendo oscuros experimentos mágicos con cautivos Tzimisce y, cuando ese clan tuvo noticia de nuestros actos, nos declaró una guerra sin cuartel que proseguía hasta hoy en día. Por su parte, los Ventrue del Sacro Imperio Romano Germánico, guiados por el gran señor Hardestadt el Viejo y su chiquillo Jürguen, que a la sazón gobernaba como Príncipe en la ciudad germana de  Magdenburgo, querían expandir sus dominios tradicionales hacia el este, donde los Tzimisce tenían sus dominios. Así pues, una alianza entre mi Casa y el clan Ventrue sería muy beneficiosa para ambos y propiciaría con seguridad la caída de nuestros enemigos, rompiendo además el aislamiento político que habíamos sufrido los Tremere tras la destrucción del Antediluviano Saulot.

Tampoco se me escapaba el hecho de que al incluirme en dicha conspiración, Jervais utilizaba a un peón prescindible. Si yo fracasaba, se habría librado de un chiquillo molesto al que no lloraría y si, por el contrario, me alzaba con el éxito en mi empresa, la Casa Tremere aumentaría su esfera de influencia y él se llevaría todos los méritos y las alabanzas, puesto que habría trazado el plan desde sus orígenes. Y yo, aunque fui consciente de sus tretas, acepté el reto sin poner traba alguna a sus planes por el bien de nuestra Casa.

En esa reunión, también me presentaron al que sería mi compañero de viaje, el hermano William Arkeenstone, un delgado sajón de pelo castaño con tonsura y de aspecto demacrado y enfermizo, que mostraba evidentes marcas de ojeras, mejillas hundidas y una piel pálida como la de un cadáver. No me costó reconocer su decrépita apariencia como la maldición particular de los Cainitas del clan Capadocio. Vestía unos deshilachados ropajes de alguna orden monásticas menor. Hablamos durante poco tiempo, pero pareció que nos entendimos con rapidez. Al igual que yo, el hermano William era joven en la sangre y había sido elegido para esta tarea por medio de oscuras negociaciones para segurar el equilibrio político de los intereses implicados. Él era consciente de su delicada situación y me aseguró que me ayudaría con todos los medios disponibles a su alcance para conseguir que ambos saliésemos bien parados de la peligrosa tarea que nos aguardaba. Al final, acordamos reunirnos a la noche siguiente en la puerta principal de Pest para iniciar nuestro viaje.

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