martes, 29 de mayo de 2012

C. DE T. 1 - 8: MYCA VYKOS



Después de unas horas, el hermano William y yo emprendimos nuestra marcha de nuevo, recorriendo el camino del este, que discurría en paralelo al río Muresul, un afluente menor del Danubio. Durante las siguientes noches me sumergí en mis estudios taumatúrgicos para olvidar a Sherazhina y, pese a mis mejores esfuerzos, no logré abstraerme de su recuerdo por completo.

Pasó un mes hasta que llegamos a Klausenburg. La ciudad no consistía más que en unas pocas calles embarradas entre casas de maderas y chozas de paja y argamasa. En su calle principal sólo se encontraban un puñado de talleres y una iglesia descuidada. No obstante, la ciudad estaba rodeada por una recia muralla de piedra, con un baluarte central anexo a ella. El hermano William y yo entramos en una de las tabernas, mientras nuestros criados se ocupaban de los caballos y de comprar las provisiones necesarias. Sin embargo, no fuimos bien acogidos por los lugareños, que nos exigieron que nos marchásemos. A mi parecer, ellos y todos los aldeanos con los que nos habíamos encontrado con anterioridad pertenecían al mismo tipo de persona ruin y mezquina: el transilvano típico. Viendo que sería peligroso quedarse en una ciudad tan hostil hacia los forasteros, emprendimos nuestro camino de nuevo esa misma noche para evitar cualquier posible amenaza durante el día.

En nuestro flanco derecho había un alto barranco desde el que se divisaban las turbulentas aguas del río Muresul, mientras que en el margen izquierdo del camino había un tenebroso bosque de árboles retorcidos y sombras siniestras. La única buena noticia era que la carretera se ensanchaba, pero nuestra suerte no duró por mucho tiempo.

La primera señal de peligro fue el relinchar de un caballo que se encabritó inesperadamente. Los carros se detuvieron a pocos metros entre sí y todos permanecimos tensos y expectantes. Entonces nos atacaron los lobos. Eran bestias enormes de pelaje oscuro como la noche y ojos brillantes que atravesaron velozmente el follaje del bosque para asaltarnos. Logré matar a dos de esas bestias inmundas invocando el poder de la sangre para fortalecer mi cuerpo, al mismo tiempo que los soldados eran heridos y lo caballos caían muertos o huían. Derlush también demostró su valía hiriendo gravemente a otra bestia con un certero tiro de su arco. Me dirigí raudo al primer carromato y cerca de él vi a un Cainita alimentándose de un soldado caído. Vestido con una larga capa de lana negra, una camisa y unos pantalones gastados, el Cainita aparentaba ser un joven cazador de poco más de veinte años, de pelo corto y enmarañado y barba descuidada. Sus ojos brillaban rojos como ascuas en una hoguera, de lo que deduje que me enfrentaba a un Cainita del clan Gangrel, lo que le convertía en un oponente extremadamente mortífero para mí. Temiendo que quizás tuviese aliados ocultos, huyó corriendo a una velocidad sobrenatural de vuelta a la seguridad del bosque. 

Aproveché esos valiosos segundos para mirar a mi alrededor. Derlush acababa de rematar con su espada a la bestia a la que había herido antes y se estaba poniendo a cubierto detrás de un carromato junto con otro guardia. No veía a Lushkar, por lo que deduje que había seguido mis órdenes y estaba protegiendo mi carromato. Por su parte, el hermano William estaba tendido sobre el cadáver de uno de los lobos muertos, alimentándose con su sangre. No tuve tiempo a reunirme con él para explicarle la naturaleza de nuestros asaltantes, ya que empezaron a llovernos flechas negras. Nuestro enemigo tenía numerosos lacayos. Una de esas flechas, cargada de brea, se quedó clavado en el carromato tras el que me estaba cubriendo, pero logré arrancarla antes de que lo prendiese pese a los atemorizados golpes de la Bestia Interior ante la presencia del fuego. Viendo lo apurado de nuestra situación, dibujé en el suelo embarrado del camino los símbolos de los espíritus del viento y del agua y, junto con las palabras adecuadas, liberé el aliento del dragón en la zona. Una repentina niebla comenzó a cubrir poco a poco la carretera.

El caballo superviviente del carromato que había salvado trotó desbocado, arrastrando consigo el carromato. Maldiciendo mi fortuna, volví a invocar los poderes de la sangre, saltar sobre el carro, aferrarme a él y detenerlo usando mis pies como freno. Aún así, el caballo rompió las riendas y escapó aterrado. Pude verlo alejarse mientras la niebla cubría ahora todo el lugar. Dejaron de caer flechas y el lugar pareció presa de una pesada calma. No se oyeron más gritos ni relinchos de caballos. Sin embargo, pronto vino un montañés armado con una antorcha para prender fuego al carromato, mas logré derribarlo al suelo y saciar mi hambre con él.

Nuestra situación era desesperada, pero antes de que recibiésemos nuevos ataques, escuché a lo lejos el estruendo provocado por los cascos de los caballos de un numeroso grupo de jinetes. Nuestros atacantes también pudieron oírlos y volvieron a los bosques para esconderse. Hice un rápido balance de nuestra apurada situación: dos carromatos habían sobrevivido al asalto, sólo nos quedaba un caballo, y Lushkar, Derlush y un guardia eran los únicos sirvientes que nos quedaban con vida. Cuando pregunté dónde estaba el hermano William, Lushkar respondió que lo había visto luchando contra dos asaltantes y que se precipitó con ellos por el barranco.

Los jinetes alcanzaron nuestra posición y nos rodearon, inspeccionándonos y comprobando que no formásemos parte de una emboscada para atacarles. Eran hombres bien armados, lo que me hizo pensar que su señor podría convertirse en un valioso aliado si obraba con inteligencia. Hablé con el líder del grupo y este me condujo hasta su señor, que llegó al lugar en su propio carromato cerrado. Su belleza ultraterrena me hizo sospechar rápidamente de su naturaleza Cainita. Vestía ricos ropajes negros de bordes dorados y mostraba un porte noble y altanero. Así fue cómo conocí a uno de los Cainitas que cambiaría muchos de mis puntos de vista a cerca de la no vida de forma irrevocable. Así fue cómo conocí a Myca Vykos. Pasé bajo su hospitalidad gran parte de la noche conversando con él en su carromato. Nuestra charla fue una lucha dialéctica e la que Myca intentaba obtener información de mí y yo le respondía con medias verdades, desinformándole tanto como pude. Le conté con sinceridad que era un Tremere que viajaba por esta región buscando lugares de poder ocultos e investigándolos. Eso le divirtió y compartió su siniestro humor conmigo al explicarme que él pertenecía al clan Tzimisce. Y a pesar de nuestras lealtades, continuamos dialogando de forma serena, tanteándonos mutuamente, explorando nuestros límites intelectuales como rivales en un torneo de espadas. Hasta donde yo sabía, los Tzimisce eran famosos por su hospitalidad, pudiendo llegar a grandes extremos por proteger a un invitado en sus dominios. Sin embargo, dudaba mucho de que esa protección se extendiese a los míos y esperaba una traición en cualquier momento. A Myca debió divertirle aún más mi recelosa cautela al intentar ocultarle ciertas cosas a la par que trataba de entretenerlo hablándole de otros temas importantes. Al final, me confesó que iba a visitar al Príncipe Radu de la ciudad de Bistriz, otro Tzimisce, y se ofreció a escoltarme hasta allí de una forma que no pude rehusar sin llegar a una violencia inútil y suicida. Al finalizar esa noche, me ví atrapado en una fina y sutil telaraña, pero mi mente no puedo apartar la fascinación que empezaba a sentir por Myca Vykos, pese a sus intenciones ocultas.

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