lunes, 3 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 75: ALFREDO DE CASTILLA


Un clima terrible devastó la región durante dos años a partir de 1.312. Las constantes ventiscas, tormentas de nieve, inundaciones, sequías, desprendimientos y avalanchas arruinaron los cultivos de los campos e ingentes cantidades de campesinos se congregaron en las ciudades junto con sus familias con la esperanza de encontrar los trabajos más miserables con los que eludir el hambre. Mis esfuerzos usando las artes mágicas del Rego Tempestas disminuyeron los peores efectos sobre Alba Iulia y sus tierras inmediatamente circundantes, pero poco más pude hacer para aliviar los padecimientos de sus gentes. 

Asimismo, en el año 1.313 recibí noticias poco halagüeñas procedentes de Ceoris. El Maese Bibliotecario Celestyn había desaparecido durante una de sus infrecuentes visitas al exterior. No existían indicios claros de lo que le había sucedido, pero todos los que supieron de su desaparición sospecharon en el acto de la perfidia de los despiadados Tzimisce o de la tenacidad de los magi de la Orden de Hermes. Sin duda, una vez que se hiciese pública su ausencia desaparecerían los tomos más valiosos de su amada biblioteca. La noticia me entristeció notablemente porque, a pesar de que Celestyn pertenecía al linaje de Etrius y se encontraba a regañadientes entre sus partidarios, presentía que era un alma afín cuya amistad hubiera podido cultivar con el tiempo.

Al final, la primavera de 1.314 supuso un tremendo alivio después de un inverno terrible y cruel. Con los pasos despejados de nuevo, comerciantes y viajeros volvieron a recorrer los caminos, devolviendo a las ciudades una semejanza de vida. Incluso los agricultores trataron de sacar el poco provecho que pudieron de las arruinadas cosechas que aún les quedaban. Fue durante aquellos inicios de primavera cuando mi criada Irena me informó de que lord Sirme me estaba estaba esperando en la antesala de la capilla. Una vez que me reuní con el Ventrue, me contó que había un nuevo Cainita en la ciudad que se había instalado recientemente en la posada de el Gallo Dormido. Lord Sirme y yo acordamos visitarlo esa misma noche, para que el recién llegado tuviese la oportunidad de presentarse debidamente.

Una vez que entramos en el interior del Gallo Dormido, subimos a las habitaciones de arriba y picamos a su puerta. El Cainita que buscábamos nos abrió la puerta él mismo. Era delgado y esbelto, con buena presencia a pesar de la palidez de su piel otrora morena. Sus ojos eran de un fuerte color castaño. Tenía el pelo corto y negro como la noche. El recién llegado vestía con ropajes costosos, de buena manufactura, pero obviamente extranjeros. Su porte, sus gestos y hasta su mirada daban a entender que había pertenecido a la nobleza de los mortales en el pasado. No hubiera podido evitar mostrar tanto de sí mismo aunque hubiese deseado lo contrario. Dijo llamarse Alfredo, del clan Lasombra, y nos explicó con voz serena y clara que había hecho un largo viaje desde la lejana corona de Castilla hasta llegar a esta región del mundo. También confesó con cierta ambigüedad en sus palabras que se sentía atraído por el estudio de la Estirpe y por ciertas cualidades y prácticas éticas y morales.

Alfredo deseaba, como no, mi permiso para residir temporalmente en Alba Iulia hasta que sus estudios e intereses le llevasen a cualquier otra parte. Pero, aunque era cierto que conocía bien las Leyes de Caín, que recitó con tanta formalidad como había hecho lord Sirme en el pasado, algo en él hizo que dudase al darle mi permiso. Se decía que en el linaje de los Lasombra abundaban los conspiradores y la ambición política, y que sus pujas por el poder les habían enfrentado frecuentemente con los Ventrue por el dominio de ciudades y regiones enteras. Si le ofrecía mi permiso para quedarse en mi ciudad, podía estar dando cobijo a un fiero competidor por el Principado de Alba Iulia. No obstante, también existían terribles rumores sobre los Tremere y, aunque muchos eran ciertos en mayor o menor medida, yo mismo era una prueba fehaciente de que no todos los Cainitas de un linaje estaban a la altura de las fechorías que les atribuían las calumnias. Así pues, decidí finalmente concederle mi permiso a Alfredo con tres condiciones: mi gesto le dejaría en deuda conmigo, debía jurar por su honor que nunca conspiraría contra mí ni contra mis allegados y dicho permiso estaría limitado a los próximos diez años si  no infringía las Leyes de Caín ni ninguna de mis condiciones. Alfredo las aceptó sin ninguna traba ni negociación, lo que me hizo dudar nuevamente de sus intenciones reales, mas no tuve tiempo de hacerle más preguntas ya que escuchamos gritos y fuertes ruidos procedentes del pasillo. Allí alguien estaba gritando mi nombre.

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