lunes, 17 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 85: LOS ERRORES DE ALFREDO


 Abandonamos Ceoris al despertarnos a la noche siguiente. Nuestros criados habían recibido instrucciones mías para que hiciesen todos los preparativos necesarios para el viaje de regreso a Alba Iulia. Antes de partir, entregué una misiva a uno de los siervos de Ceoris y usé mi Dominación para que se la entregase directamente a mi sire Jervais. En ese escrito, le comunicaba que la fuerza de ciertos acontecimientos me obligaban a regresar a Alba Iulia antes de lo previsto, por lo que debía partir sin demora. En cualquier caso, le aseguraba que mi capilla estaría lista para recibir a su nueva chiquilla, Eidna, para que prosiguiese debidamente con sus estudios taumatúrgicos. Aunque sabía con certeza que mi sire consideraría mi repentina desaparición como un gesto de insolencia deliberada, esperaba resolver el problema de los adoradores de Kupala antes de que dar cobijo entre los míos a su espía. Así pues, mis criados, Gardanth y yo nos echamos a los caminos esa noche tormentosa con la única idea de regresar cuanto antes a nuestra ciudad.

El temporal siguió empeorando durante todo el trayecto, por lo que tardamos casi dos semanas en volver a Alba Iulia. Nada más regresar a la ciudad, Gardanth permaneció en la capilla mientras que Lushkar y yo nos reunimos con lord Sirme en su fortaleza. El Ventrue envió a sus criados y, una hora más tarde, se unieron a nosotros Alfredo y el hermano Arkestone. El Brujah Dmitri había regresado a Constantinopla y no había nuevas noticias del Malkavian Crish. Era el momento de cobrarnos nuestra justa venganza. Todos los presentes disfrutamos bajo la lluvia de la sensación de anticipación que nos embargaba antes de atacar la casa de piedra en los barrios bajos. Los guardias de lord Sirme, armados con arcos y flechas, se apostaron en los tejados de las casas colindantes y encendieron la brea de las puntas de sus flechas, dispuestos para disparar en cuanto su amo lo ordenase. Los Cainitas rodeamos la casa acompañados por más guardias del Ventrue, de forma que nadie pudiese escapar al asalto antes de que los Cainitas tuviésemos que intervenir. Después, Alfredo irrumpió en la casa. Pudimos escuchar ruidos, golpes y los gritos doloridos de personas que suplicaban piedad y ayuda a Dios. Algunas figuras escaparon torpemente del edificio mas fueron abatidas por los arqueros de lord Sirme. Alfredo salió de la casa con las ropas manchadas de abundante sangre. Todo había sido demasiado fácil. Investigando más a fondo, descubrimos que aquellos mortales no estaban implicados con el culto de Kupala, sino que habíamos matado a buenos cristianos. Alfredo cayó sobre sus rodillas y lloró lágrimas de sangre con gran amargura y evidente pesar.

Sin tiempo para los remordimientos, nos dirigimos a la pequeña aldea donde estaba el granero del que nos había hablado Alfredo. Ninguno de sus vecinos salió de las pequeñas casuchas en las que vivían para oponerse a nuestro paso. Bajo la lluvia que caía constantemente, rodeamos en silencio el granero con la mayor prudencia. Esta vez usé el ritual taumatúrgico del Paso Incorpóreo para introducirme en el edificio a través de una de sus paredes. El granero estaba vacío, mas descubrí una trampilla oculta entre la paja del suelo. Al abrirla, hallé unas escaleras de madera que descendían en la tierra hasta dar a un estrecho corredor y, más allá, a una sala vacía de todo ornamento o mueble. No había más entradas ni salidas en ese lugar. Frustrado, salí del granero y les expliqué mis descubrimientos o, mejor dicho, mi falta de hallazgos en el interior del edificio.

Lord Sirme interrogó a los aldeanos del pueblo usando sus poderes, pero ninguno de ellos supo decirnos algo importante. Era evidente que alguien había excavado el túnel y la sala en la tierra, pero ninguno de aquellos patanes recordaba haberlo hecho. Por una vez, Alfredo perdió la gran confianza de la que hacía gala hasta ahora. Rehuía nuestras miradas y procuraba mantenerse apartado. Había sido él quien afirmaba que estos eran los lugares donde se reunía el culto. Su lengua viperina había asegurado pagada de sí misma que había sido fácil dar con ellos, como si no entendiese por qué habíamos tardado tantos años en atajar ese problema. Efectivamente lo habían engañado con demasiada facilidad. Darse cuenta de algo así era un trago muy difícil de digerir para alguien con su carácter y, me avergüenza confesarlo, durante unos instantes sentí un profundo regocijo al contemplarlo humillado de ese modo, aunque fuese a costa de la vida de los humanos inocentes que se habían convertido esa noche en nuestras víctimas.

Abatidos, regresamos por fin a Alba Iulia. La lluvia y los truenos no nos dieron respiro. Quizás el clima cruel de esa noche afectó a mi frustrada mente de algún modo, porque en seguida ideé nuevos planes. Razoné que el culto debía tener una influencia mayor en los campos que en Alba Iulia, simplemente porque nosotros podríamos descubrir su influencia y contrarrestarla. Así pues, su base de poder estaba en los campos, usando a los labriegos como peones y fuentes de almas para sus ritos. Por lo tanto, si queríamos debilitar a nuestro enemigo invisible, debíamos mermar primero a sus lacayos. Hablé de ello con lord Sirme y ambos acordamos que él usaría su Dominación sobre un grupo de aldeanos de otras tierras para convertirlos en bandidos que asaltarían las aldeas vecinas. Entretanto, sus guardias provocarían un incendio durante las horas del día en los barrios bajos de la ciudad, donde tenían su vivienda muchos jornaleros y pequeños propietarios de las tierras vecinas, y enviaríamos a los guardias de la ciudad a registrar de nuevo en las alcantarillas romanas para apresar a cualquier Cainita que buscase refugio allí. Ignoraba si funcionaría estos movimientos de desquite, pero de ser así, obligaríamos a nuestros enemigos a perder el tiempo ocultando su rastro y remendando su maltrecha red de peones. En cualquier caso, ello nos daría más tiempo a nosotros para pensar en nuestro próximo movimiento.

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