martes, 4 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 -76: LAS PROFECÍAS DE OCTAVIO


Salí fuera de la habitación de inmediato, con lord Sirme y Alfredo pisándome los talones. En las escaleras me encontré a un hombre barbudo y de piel pálida, al que reconocí como el enloquecido Cainita con el que había hablado en 1.198 en Buda-Pest, y a dos ghouls del Ventrue que intentaban mantenerlo en su sitio  sin éxito a pesar de que estaban usando todas sus fuerzas. Cuando me vio, el Cainita se liberó con pasmosa facilidad de los ghouls y corrió precipitadamente a mi encuentro, reuniéndose conmigo al pie de las escaleras. Hice un gesto con la mano para contener a lord Sirme, que estaba haciendo ademán de desenvainar su espada. Alfredo, por su parte, se hallaba en lo alto de las escaleras, contemplando friamente todo lo que ocurría con sus ojos oscuros. El Cainita, al que una muchedumbre había confundido con el dios pagano Havnor, me habló atropelladamente de las tres señales que vendrían: la toma de los Santos Lugares, la caída de un poderoso mago y la caída de una antigua orden. Además, también me acusó de no haber detenido el primer signo.

Intenté igualar mi voz con la suya, preguntándole cuál había sido ese signo del que hablaba. Havnor me respondió con mirada febril que el primer signo era el Amaranto de Saulot. Aquello era un sinsentido. El mismo gran maestre Tremere había cometido Amaranto contra el Antediluviano Saulot un año antes de que mi madre mortal me trajese al mundo. Confuso y nervioso, traté de poner un poco de orden en las palabras del loco pidiéndole saber qué eran esos signos de los que hablaba y qué señalaban. Havnor respondió histérico que señalaban la llegada de la Gehena, el acontecimiento escatólogico más temido en los mitos de los descendientes de Caín. Farfullando, dijo que los antiguos dormían en su lecho de piedra, ansiando la sangre de sus descendientes. Apenas tuvo tiempo para contar que aún quedaban otros siete signos que debían ser cambiados cuando todo su cuerpo se tensó en el mismo momento en que gritó a grandes voces que Kupala se despertaría de su sueño al cabo de un año. Intenté preguntarle dónde se despertaría el demonio, mas Havnor no respondió, sino que de repente vomitó su sangre sobre mi persona y cayó entre convulsiones al suelo, con una espuma sanguinolenta saliendo de su boca mientras se retorcía con espasmos que hubiesen roto la columna de cualquier mortal.

Ignorando la sincera preocupación de lord Sirme y la curiosidad del taimado Alfredo, me arrodillé asqueado junto a él y seguí preguntándole dónde despertaría Kupala. Havnor no contestó nada en absoluto, sino que permaneció luchando contra su cuerpo durante largo tiempo. Por fin, se detuvo y se sentó en el suelo, pero no recordaba nada de lo sucedido y no dejó de preguntar una y otra vez dónde se encontraba. A pesar de la confusión que reinaba en su mirada, la mente del Cainita parecía más lúcida que nunca. Le ayudé a levantarse y le pregunté cómo se llamaba. Me respondió que su nombre era Octavio y que solía habitar en la ciudad de Obuda, que se llamaba Aquincum en su juventud. Le expliqué que se hallaba en Alba Iulia y que había entrado ruidosamente en aquella posada pronunciando todo tipo de profecías y vaticinios. Octavio me miró sin comprender y, a continuación, me pidió permiso para irse.

Cansado y derrotado, lo dejé marcharse. Decidí que no deseaba continuar la conversación anterior con Alfredo. Ya había aceptado su petición durante diez años, así que no tenía sentido darle más vueltas. Le ordené a lord Sirme que usase su Dominación para hacer que los mortales de la posada olvidasen lo que había sucedido y, dejando ese asunto en sus manos, volví rápidamente a mi capilla. Una vez allí, usé la sangre aun fresca que manchaba mis ropajes para practicar la Rego Vitae y dos rituales taumatúrgicos, pudiendo averiguar todo el linaje de Havnor, desde su sire Marcus al fundador de su linaje, el Antediluviano Malkavian. Aquello confirmaba lo que era evidente a todas luces: Havnor era uno de los ejemplos más dementes de un linaje maldito con la locura. Y, sin embargo, había algo en sus palabras que me hacía dudar de un juicio tan simple.

Esa misma noche, lord Sirme envió a uno de sus criados a mi capilla para pedirme que acudiese a su fortaleza rápidamente. Cuando llegué, el Ventrue estaba reunido con otros dos Cainitas. Uno era Crish Competer, el Malkavian cuyos frescos habían causado tanta impresión entre los mortales de la ciudad. El otro era un recién llegado a la ciudad que se presentó como Dmitri Kurikov, del clan Brujah. Dmitri era un varón fornido y de buena talla, de pelo rubio y ojos azules. Sus ropajes de seda, seguramente procedentes de Constantinopla, eran muy caros y llamativos. El Brujah confesó que únicamente se hallaba en la ciudad para traer un mensaje privado de Myca Vykos para mí. Necesité recurrir a toda mi disciplina para no delatar el escalofrío que sentí al escuchar ese nombre.

Lord Sirme y Crish abandonaron la cámara en ese momento para darnos mayor privacidad. Una vez que estuvimos a solas, Dmitri me enseñó el anillo personal de Vykos y, después de que hubiese comprobado su autenticidad, me entregó una carta lacrada. Rompí el sello evitando mostrar cualquier vacilación o duda en aquel simple gesto. Pude percibir la pulcritud de la caligrafía de Vykos de inmediato, confirmándome en el acto que era efectivamente el autor de la misiva. Comencé a leer cada vez más preocupado. Vykos me informaba que quería que le restituyese el favor que le debía escoltando a Goratrix, que me esperaba pacientemente en una iglesia de la ciudad de Timisoara, hasta la capilla de Ceoris. Vykos temía que uno o varios de sus hermanos más irracionales del clan Tzimisce tratasen de capturar a Goratrix por su cuenta y, puesto que pensaba que sería más justo que fuese castigado por la misma Casa Tremere, Vykos había decido involucrarme para que le diese escolta durante ese peligroso viaje.

Cuando terminé de leer, Dmitri me informó que vendría conmigo durante el viaje, ya que también estaba en deuda con Myca Vykos. En mi fuero interno, sospechaba que Vykos había enviado al Brujah no sólo para auxiliarme en la tarea que nos pedía, sino también para vigilar que cumpliera mi parte. Ahogando todas las preguntas que acudían a mi mente en ese momento, asentí con firmeza y salí de la cámara para ordenar a lord Sirme que reuniese a todos los Cainitas residentes en Alba Iulia a la noche siguiente en su fortaleza. El Ventrue me miró con preocupación y asintió en silencio. Luego, tras despedirme de los presentes, volví a mi capilla. Me reuní inmediatamente con mi chiquillos para explicarles que partiría de viaje a la noche siguiente. Lushkar, como aprendiz de mayor instrucción, sería el responsable de la capilla, y de la hermandad secreta de artesanos, durante mi ausencia. Gardanth aceptó los hechos con su melancolía habitual, sin participar realmente en lo que se le estaba diciendo. Después, ordené a uno de los criados de la capilla que preparase un saco con piedras imbuidas en sangre como reservas durante el viaje, así como algunos otros pertrechos  que necesitaría en la travesía.

El resto de la noche permanecí alterado y nervioso. En ningún momento se me escapó la gravedad de la situación. El Consejero Goratrix iba a ser castigado en Ceoris. ¿Por qué motivo? ¿Había triunfado Etrius en sus maquinaciones contra su odiado rival? ¿En qué posición desventajosa me dejaba ese suceso? ¿Cómo se había enterado Vykos de este asunto interno de la Casa Tremere? Sabía que podía comunicarme mediante rituales taumatúrgicos con mi sire, pero también estaba seguro de que, si él llegaba a descubrir que el destino de Goratrix estaba en mis manos, trataría de ordenarme alguna locura. Así pues caminaba a ciegas en este asunto. Lo única certeza que podía tener es que Goratrix había sido convocado a Ceoris y que iba a ser castigado de algún modo.

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