martes, 18 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 86: DRAGOMIR BASARAB


 De nuevo en Alba Iulia, reuní a mis chiquillos y aprendices, Lushkar y Gardanth, para examinar sus progresos personales así como para realizar una inspección de la capilla antes de que Jervais enviase a su espía. Para mi gran regocijo, comprobé que Lushkar había realizado numerosos avances en las artes de la Taumaturgia y que sus estudios del mundo invisible avanzaban a buen ritmo. Pronto lo introduciría en los misterios del sexto círculo de iniciación. Gardanth era un caso aparte. Obedecía las órdenes de mala gana, pero no mostraba ningún interés en el aprendizaje ni en los estudios que debía cursar todo aprendiz de la Taumaturgia. Me temía algo así. Durante nuestro reciente viaje a Ceoris, había observado con consternación su conducta reservada y el tiempo que dedicaba a la oración todas las noches. Su mente no aceptaba el cambio en su cuerpo y en su alma, por lo que estaba fracasando como aprendiz de la Casa Tremere. Ya le había dado mucho margen para que aceptase su nueva condición. ¡Incluso le había concedido un tiempo considerablemente mayor que el que me ofreció a mí Jervais en su momento! ¿Hasta cuándo me seguiría decepcionando ese desagradecido?

Sospesando todas las opciones y tras inspeccionar toda la capilla e interrogar a los criados, decidí escribir una misiva a la única persona que conocía con la suficiente autoridad moral para consolar y juzgar el alma de mi amargado chiquillo. En mi misiva, le pedía al hermano William que hablase con Gardanth y aliviase sus preocupaciones espirituales, ya que yo mismo me sentía incapaz de auxiliarle en el tránsito a su nueva no vida. Gardanth tenía mi permiso para quedarse en la abadía todo el tiempo que fuese necesario hasta que estuviese restablecido, pero le pedí al Capadocio que se esforzase por romper la melancolía de mi chiquillo o, de lo contrario, como su sire me vería obligado a destruirlo para poner fin a sus penas. Una vez escrita la carta, ordene a Gardanth que se la llevase personalmente al hermano William esa misma noche. Cuando se hubo marchado, consulté mis diarios y todas mis anotaciones personales, buscando cualquier cosa sobre el culto de Kupala que se me hubiese pasado inadvertida en el pasado, mas fue una búsqueda fútil.

A la noche siguiente, mi criada Irena me informó que había llegado una misiva para mí por la mañana. Estaba  escrita por el hermano William. En ella me comunicaba que Zelios le había escrito y que le había contado que aún quedaba una fortaleza en la que grabar sus runas. La fortaleza en cuestión se hallaba a poca distancia de nuestra ciudad, por lo que debíamos encargarnos de hacerlo inmediatamente ya que el Nosferatu aseguraba que nos estábamos quedando sin tiempo. Por tanto, el hermano William me pedía que fuese a buscarlo a la abadía y que partiésemos juntos a labrar las runas que faltaban. Por último, el Capadocio también me decía que Gardanth había llegado sin incidentes a la abadía y que le ofrecería toda la ayuda que estuviese en su mano. Dejando a un lado la misiva, salí de mis aposentos para informar a Lushkar que estaría fuera de la ciudad unas noches y que él volvería a estar al mando de la capilla hasta mi regreso.

Fuera de los acogedores muros de la capilla, el tiempo era extremadamente tormentoso. Los vientos y la lluvia azotaban todo a su paso. Los nubarrones ocultaban la luna y las estrellas, pero iluminaban la noche con sus amenazadores rayos. Daba la sensación de que el cielo se derrumbaría en cualquier momento sobre nuestras cabezas. Sin perder el tiempo, forcé a mi montura todo lo que pude para llegar a la abadía del hermano William, que me estaba aguardando junto bajo el portal de la abadía. El Capadocio me explicó que la fortaleza en cuestión estaba en el feudo de los Basarab. Recordaba bien que ese era el feudo que gobernaba la familia de Sherazhina, la muchacha que había rescatado en el mercado de esclavos de Buda-Pest hacía más de un siglo. Recordé su mirada traicionada cuando la obligué a alejarse de mí por temor a que le ocurriese algún mal en mi compañía. Tuve que hacer un gran esfuerzo por apartar de mi mente las preguntas que me asediaban interrogándome por saber cuál habría sido su destino y centrarme en el grave asunto que teníamos entre manos. En condiciones normales podríamos llegar cabalgando en un par de horas, mas los dos teníamos bien presente que la tormenta haría que tardásemos el doble de ese tiempo. Así pues, no nos demoramos más y partimos de inmediato.

Siguiendo las instrucciones de un ajado mapa del hermano William y preguntando algunos aldeanos a lo largo de nuestro viaje, dimos con un sinuoso sendero en las montañas que ascendía hasta dar a una sombría fortaleza de numerosas torres. Un minúsculo punto de luz delataba la presencia de habitantes en su interior. Al acercarnos, pudimos comprobar el estado ruinoso en el que se hallaba el castillo, así como la falta de guardias vigilando sus muros. Llamamos a la puerta varias veces, mas no obtuvimos respuesta alguna. Decidimos abrir el portón. Inseguros, el hermano William y yo entramos en el interior para cobijarnos de la lluvia. Pronto nos dimos cuenta de que un Cainita nos estaba observando desde una galería en el piso de arriba. Vestía con las típicas y ostentas vestimentas de los nobles de la región, aunque el tejido parecía viejo y descolorido. El extraño tenía el pelo moreno, la tez pálida y los ojos verdes. Sentí un escalofrío al reconocer la semejanza de sus rasgos con los de Sherazhina Basarab. El dueño de la fortaleza debía ser uno de sus familiares y, no sólo eso, también era un Cainita como nosotros.

Tras preguntarnos quiénes éramos, consintió en recibirnos en el salón principal del castillo. El Cainita se comportaba de forma extremadamente incoherente, experimentando cambios repentinos de humor. Durante unos instantes, incluso creí que padecía el mismo mal que afectaba al Malkavian Octavio porque nos hacía preguntas que luego parecía olvidar y las volvía a preguntar de nuevo más tarde. En su locura, incluso llegó a confesar que había cometido Amaranto sobre su abuelo, por considerarlo demasiado débil. Una mirada del hermano William me bastó para comprobar que él también estaba igual de nervioso que yo ante el rumbo que estaba tomando la conversación. Al final, después de mucho insistir, nos concedió su permiso para gravar las runas.

Temiendo que volviese a cambiar de idea, corrí hacia las murallas de inmediato y tallé las runas siguiendo las instrucciones que Zelios había dejado por escrito para nosotros. El hermano William no se separó de mí en todo el proceso, al igual que nuestro anfitrión, que nos observaba con una extraña mezcla de curiosidad y desidia. Una vez que las runas estuvieron inscritas, brillaron con un extraño fulgor carmesí que se desvaneció lentamente. Al mismo tiempo, la lluvia y el viento comenzaron a amainar casi de inmediato. Los nubarrones del cielo se deshicieron perezosamente hasta el punto de que llegamos a atisbar algunas estrellas. Fuera cual fuese la magia telúrica que estaba usando Zelios, estaba dando resultado.

Tanto William como yo tardamos unos instantes en darnos cuenta de que el dueño del castillo yacía en el suelo de piedra del muro, en un estado completamente inconsciente. ¿Había sucedido como consecuencia de la magia de las runas? ¿Quería decir eso que Kupala también había ejercido su perniciosa influencia sobre él? Entre los dos, lo llevamos hasta el gran salón, sentándolo en una de las sillas de madera. Cuando el Cainita se recuperó, su mente no tenía ningún recuerdo de lo que había pasado esa noche, al igual que le había pasado a Octavio, recordé alarmado. Por fin, el Cainita nos reveló su nombre: Dragomir Basarab, del clan Tzimisce. Reconocí su nombre de inmediato. Era el hermano de Sherazhina. Experimenté una gran inquietud al imaginarme lo que podría haberle echo ese monstruo enloquecido. Decidí averiguar la verdad ye intentar destruirlo en el acto si había osado hacer daño a su propia hermana.

La mente de nuestro anfitrión estaba tan confusa que pensaba que aún nos encontrábamos en el siglo XII. Con paciencia, el Capadocio y yo volvimos a presentarnos, le explicamos por qué estábamos allí y en qué año nos encontrábamos. Aprovechando su confusión mental e ignorando la mirada atónita del hermano William, le pregunté a Dragomir por el sino de su hermana Sherazhina. Sus ojos se abrieron de inmediato. Con voz malhumorada, nos explicó que su abuelo había oído que un Ventrue del linaje de los Arpad había ultrajado el honor de los Basarab y la había convertido en Cainita sin su permiso. Sentí una punzada de ira. Quería hacerle muchas más preguntas, pero no podíamos permanecer más tiempo del necesario en ese castillo, ya que Dragomir podría volver a recaer en la locura en cualquier momento, y partimos de inmediato con sus bendiciones aprovechando que aún quedaban varias horas de noche. 

Para nuestro gran alivio, habíamos escapado del alcance de Dragomir Basarab antes de que nuestra sangre despertase su sed y habíamos finalizado la jaula mística que encerraba a Kupala. Pasamos las horas del día encerrados en la inmunda cabaña de unos ganaderos y, a la noche siguiente, regresamos a Alba Iulia.

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