viernes, 7 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 79: TRAICIONES


Sobre la puerta de la entrada de la posada colgaba un cartel resquebrajado en el que todavía se podía ver pintada la figura de un ciervo verde en pleno salto. El interior del edificio nos dio una calurosa bienvenida gracias al fuego de su chimenea. Nueve hombres vestidos con tabardos que lucían el blasón de la Orden Teutónica ocupaban dos mesas y nos observaron tensos y callados cuando entramos en la posada. El dueño del establecimiento, un hombre canoso y de edad indeterminada, nos atendió suntuosamente y puso las habitaciones que le quedaban libres a nuestra completa disposición desde el momento en que vio descansar sobre la mesa un pequeño montón de monedas de plata. El único dato de interés que pudo ofrecernos en su conversación banal y sumisa fue que la aldea en la que nos hallábamos tenía el nombre de Alceditz.

Mientras hablaba con ese hombre, Goratrix salió al exterior y lord Sirme le siguió de inmediato. Sin embargo, al poco rato volvió a entrar en la posada para susurrarme que nuestro "amigo" había desaparecido. Los caballeros de la Orden Teutónica permanecieron en silencio ante nuestra presencia y la de nuestros criados, pero era obvio que no perdían de vista nuestros movimientos y que trataban de escuchar todo lo que decíamos. Simulando toda la calma que fui capaz de reunir, salí con él al exterior. Lo buscamos juntos por los alrededores bajo la lluvia hasta que finalmente dimos con él detrás de una de las cabañas de los aldeanos. Nos miraba desafiante, como si nos estuviese aguardando. Cuando le preguntamos qué había estado haciendo, nos contestó que había salido a cazar, pero ni siquiera se esforzó en aparentar que tal cosa fuese cierta. Al volver a la posada, preguntamos a nuestros criados dónde estaban Crish y Dmitri, mas no supieron respondernos. Uno recordaba haberlos vistos hablando fuera de la posada, pero nada más. No podía enviar a lord Sirme a buscarlos, porque temía que Goratrix aprovechase la situación para obtener más ventajas, así que decidí permanecer personalmente en la misma habitación que él esa noche, mientras el Ventrue se quedaba fuera custodiando la puerta desde el pasillo.

La noche avanzó pausadamente y, unas horas antes del alba, oímos un tumulto en el piso inferior. Al poco, lord Sirme, alarmado, decidió entrar en la habitación para custodiar a nuestro prisionero mientras uno de sus guardias vigilaba la puerta. Goratrix se levantó del jergón en el que estaba sentado y dijo que estaba cansado de soportar nuestra presencia y que se iba a marchar con nuestro permiso o sin él. Al escuchar esas palabras, lord Sirme y yo nos interpusimos entre la puerta y él, listos para entablar combate si fuera necesario. La puerta se abrió a nuestras espaldas. Era Crish Competer, que nos habló con calma diciéndonos que no interviniésemos y ningún mal amenazaría nuestras no vidas. Lord Sirme pareció dudar durante unos instantes, pero al final se puso de mi parte en aquel feo asunto. Crish sacó un trozo de piel o de cuero blanco y lo blandió ante el Ventrue amenazadoramente. Lord Sirme creyó que aquello era una bufonada, una locura del Malkavian, y sonrió despectivo. No obstante, yo intuí que Crish estaba intentando realizar algún tipo de conjuro o maldición, aunque afortunadamente su mente indisciplinada no logró realizar con éxito esa tarea mágica. Aproveché la oportunidad para usar mi Dominación sobre él y obligarle a entrar en el sopor que los Cainitas llaman el Letargo, pero mis poderes no funcionaron sobre él. Crish se rió a grandes carcajadas y, con palabras entrecortadas por la risa, volvió a pedir que no nos interviniéramos en lo que iba a suceder. Lord Sirme envainó su espada reluctante. Sin su ayuda tuve que rendirme a la evidencia de que no podría enfrentarme en solitario a Goratrix y Crish, por lo que me vi obligado a permitir que nuestro prisionero saliese triunfante de la habitación. Después Crish cerró la puerta y permaneció en el pasillo, para asegurarse de que no pudiésemos salir.

Furioso, abrí el ventanuco de la habitación y, desde allí, convoqué con mi magia grandes tormentas y vientos, que incrementaron la fuerza del terrible temporal que estaba azotando los alrededores de la aldea.  Eso dificultaría su fuga y evitaría que Goratrix pudiese alejarse demasiado. Acto seguido, me deslicé por la ventana hasta caer al suelo embarrado. Rayos y truenos rugían con fuerza sobre mi cabeza, iluminando levemente las tinieblas de la noche. La lluvia caía como un manto de agua constante y la visibilidad era prácticamente nula incluso con mis agudos sentidos. Sin embargo, me pareció que Goratrix no había salido aún de la posada, por lo que me decidí a entrar de nuevo. En el salón había ocurrido una auténtica carnicería. El fuego de la chimenea iluminaba los cadáveres de los caballeros teutónicos que yacían en el suelo regándolo con su sangre. Sus cuerpos habían sufrido un fuerte maltrato y las caras de los fallecidos mostraban claramente la agonía que habían sufrido antes de que la Muerte les alcanzase. Este era el macabro resultado del alboroto que precedió a la entrada de Crish en la habitación.

Pude escuchar uno cánticos lejanos y contemplar el brillo de un resplandor dorado procedentes del piso de arriba, así que subí despacio por las escaleras. El Malkavian estaba allí, cortándome el paso hacia la fuente del resplandor y de la voz de Goratrix. Su mirada malévola parecía juguetona cuando me vio llegar a lo alto de las escaleras. Dio un par de pasos en mi dirección, divertido por mis esfuerzos. A su espalda, lord Sirme abrió la puerta, tenso y listo para actuar y para nuestra sorpresa, Dmitri salió de otra puerta, aunque nos miró impasible sin hacer ningún intento por ayudarnos.

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