viernes, 14 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 84: LA FUGA DEL TRAIDOR


Mientras esperaba la respuesta del Consejero Etrius, decidí visitar a mi sire Jervais. No tenía ninguna duda de que estaría al tanto de mi participación en la captura de Goratrix y que estaría de un humor intratable debido a mis actos. Puede que este delicado asunto desencadenara una grave enemistad entre nosotros, pero sentía que le debía al menos una explicación de los hechos al hombre que me había tomado como su aprendiz. No importaba si ese maestro había sido un monstruo brutal o un sádico extremadamente cruel, sin su intervención jamás hubiese entrado en los misterios de la Casa Tremere.

Hallé a Jervais en sus aposentos en la tercera planta. La puerta se abrió justo antes de que picase para pedir permiso para entrar. Había olvidado la suntuosidad y el lujo de los que disfrutaba mi sire. Caros tapices decorados con motivos mitológicos helénicos, sillones de terciopelo, un enorme jergón de madera de roble con elaboradas columnas y cabecera, un armario de casi dos metros y medio de alto en cuyas puertas estaba labrada una figura alegórica de rostro iracundo que representaba el poder, un enorme baúl y numerosas estanterías en las paredes repletas de libros, viales y tarros llenos de un líquido incoloro llamado vis vacuum. Jervais se hallaba de pie, esperándome en el centro de la cámara con los brazos cruzados. Una vez que entré en la cámara, la puerta se cerró por sí sola.

Mi sire me preguntó tranquilamente por los motivos que me habían traído a Ceoris. Cuando le respondí de forma evasiva, noté cómo su humor se irritó notablemente. Su rostro incluso se contrajo por la ira. Me sentí  de nuevo como si aún fuese su aprendiz cuando bajé la vista al suelo para evitar mirarle a los ojos y, luego, le expliqué que en el pasado había contraído una gran deuda con un Tzimisce llamado Myca Vykos para construir la fortaleza del Paso de Tihuta, que ahora los húngaros llamaban el Paso de Borgo. Mi sire no me interrumpió y su mirada se volvió más intensa cuando oyó el nombre del Tzimisce. Le seguí explicando que Vykos había exigido la restitución del favor debido, obligándome a llevar cautivo a Goratrix ante la justicia de nuestra Casa. Yo nunca hubiera deseado involucrarme en tales asuntos, pero debía saldar mis deudas con honestidad si quería ser de utilidad en los juegos políticos de la Casa Tremere.

Jervais me dirigió una intensa mirada que no supe interpretar y me explicó que eso ya no importaba. De algún modo, Goratrix había conseguido escapar de Ceoris sin que nadie se diese cuenta hasta que fue demasiado tarde. Se le había juzgado in absentia, acusándole de debilitar la posición de la Casa Tremere con sus vulgares intentos de infiltración en la Iglesia francesa, en la inquisición de la cruzada cátara y en la caída de la Orden del Temple. Finalmente, el Consejo de los Siete lo había condenado con la expulsión inmediata de la Casa Tremere y con la muerte definitiva. A continuación, Tremere otorgó el puesto vacante en el Consejo de los Siete a Grimgroth, un chiquillo del mismo gran maestro, y lo destinó de inmediato al reino de Francia.

La idea de que Goratrix hubiese escapado me llenó de inquietud. ¿Cómo había logrado semejante proeza? Era obvio que había recibido ayuda de otros Tremere, aquí, en Ceoris. ¿Estaría implicado mi sire en su fuga? No había modo alguno de saberlo. En cualquier caso, tendría que velar aún más por mi seguridad dentro de los muros de Ceoris, no fuera que alguno de los partidarios de Goratrix tratase de desquitarse conmigo. Por fortuna, al menos podría tener la seguridad de que Goratrix no intentaría vengarse personalmente de mí, puesto que sin duda el prófugo pondría la mayor distancia entre él y Ceoris para huir del poder del mismo Tremere.

-En cualquier caso, Dieter, debo anunciarte que he creado una nueva chiquilla-, me dijo Jervais con voz pausada, obligándome de golpe a prestarle toda mi atención. -Su nombre es Eidna y, ya que tienes problemas tan graves con el culto de Kupala, considero una buena idea enviarla a tu capilla para reforzar nuestras filas allí. Si estás de acuerdo, claro está.

Sus palabras me desconcertaron. Nunca le había hablado del culto de Kupala. ¿Quién le había informado de mis problemas de Alba Iulia? Por otra parte, su chiquilla vendría a espiarme, no a ayudarme, pero en ese asunto no tenía elección. Negarme hubiese sido una prueba de que trataba de esconder los problemas porque no estaba a la altura de mi cargo de Regens de Alba Iulia. Tuve que elegir la que esperaba que fuese la opción menos peligrosa y aceptar la presencia de su chiquilla en mi capilla. Después de eso, me despedí respetuosamente de él y salí fuera de sus aposentos. Necesitaba tiempo para pensar, pero no lo tuve. Un criado me informó de que el Consejero Tremere me estaba esperando de nuevo en mis aposentos.

Cuando llegué allí, Gardanth y él terminaron repentinamente la conversación que estaban teniendo. Etrius se incorporó y me confirmó que gravaría las runas en los muros de Ceoris. Sentí un inmenso alivio. Al menos, había logrado eso. Le entregué los pergaminos en los que estaban señaladas las runas, así como los lugares más adecuados para inscribirlas, y le pedí permiso al Consejero para marcharme la noche siguiente. Él me lo dio con aire distraído y, sin despedirse, salió de la habitación. No le pregunté a Gardanth de qué habían hablado Etrius y él. Mi paranoia natural en Ceoris tenía esas respuestas. Ambos descansamos el resto de la noche, sumidos cada uno en sus propios pensamientos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario