lunes, 1 de octubre de 2012

C. DE T. 1 - 95: EL REGRESO DE LA BESTIA


Después de que la Peste Negra barriese los reinos cristianos, el reino de Valaquia continuó sumergido en sus rencillas internas. Los mortales de Alba Iulia permanecieron ajenos a estos juegos y trataron de recuperarse de los estragos de la plaga. Sus habitantes Cainitas actuamos de igual modo, intentado no atraer la atención de los nuevos Príncipes impuestos por los Ventrue del Sacro Imperio Romano Germánico, los Príncipes locales y los señores Tzimisce, que luchaban entre sí con salvaje abandono. Nova Arpad, la Princesa Ventrue de Medias, logró conservar su principado, pero su influencia en el territorio disminuyó considerablemente ante la afluencia de tantos enemigos y rivales.

La historia de las siguientes décadas tuvo de nuevo a los mortales como protagonistas de los hechos que sacudirían hasta sus cimientos las viejas estructuras de los reinos cristianos orientales. Un ejército compuesto por mercenarios turcos, comandado por Suleyman Paça, hijo del sultán Orhan I, ocupó el puerto militar de Galípoli, clave para el control del viaje marítimo por el estrecho de los Dardanelos. Dicha circunstancia rompió el frágil equilibrio de los coemperadores bizantinos Juan V Paleólogo y Juan VI Cantacuzeno, provocando un golpe palaciego que terminó en la abdicación forzosa del último. No obstante, la toma de Galípoli por los otomanos supuso el primer paso de las ambiciones turcas sobre los frágiles reinos cristianos orientales..

Tras años de envites y negociaciones, el sultán turco Murad I tomó la ciudad de Adrianópolis en el año 1368, mientras Juan V Paleólogo realizaba sus negociaciones con Roma para convocar una nueva cruzada contra la amenaza otomana. A pesar de los problemas que tuvo que solventar con los venecianos, Juan V logró que Roma convocase una nueva cruzada cuando se convirtió personalmente al catolicismo. Un ejército cristiano, al mando del conde Amadeo VI de Saboya, recuperó el control de Galípoli y devolvió aquel importante puerto al trono bizantino. No obstante, pese a los éxitos iniciales, la nueva cruzada terminó en un tremendo fracaso.

A pesar de que se había cortado toda posibilidad de contacto y reabastecimiento de los turcos a través de los estrechos, los invasores que ya se encontraban en territorio bizantino expandieron con gran éxito sus operaciones hacia el norte. En el año 1.371, los señores serbios fueron derrotados en las orillas del río Maritza, lo que permitió a los turcos extenderse a través de Macedonia, Tesalia y Epiros. Lo que quedaba del Imperio Bizantino quedó desgarrado por las luchas civiles y pronto se convirtió en un estado vasallo de los turcos, pagándoles tributo y ofreciéndoles soldados para su ejército.

Por su parte, el rey de Hungría, Luis I el Grande, lideró en 1.375 una serie de batallas contra valacos y turcos, que logró contener temporalmente el empuje de los invasores. Ello no impidió que los otomanos tomasen también Sofía en el año 1.382. Su sucesor, el rey Segismundo de Hungría, lideró una amplia coalición de ejércitos cristianos que fue derrotada por los turcos en la Batalla de Kosovo en 1.389. La noticia estremeció los corazones de todos los cristianos de los reinos vecinos. Los invasores prosiguieron su avance con la única oposición de los ejércitos húngaros, que apenas pudieron contenerlos. En el año 1.391, los primeros ejércitos turcos invadieron las tierras del reino de Valaquia. Sin embargo, el rey Mircea el Viejo tuvo la sabiduría suficiente para aliarse con el monarca Segismundo de Hungría, repeliendo la invasión.

Ese mismo año, un viejo conocido al que todos dábamos por muerto volvió a Alba Iulia, presentándose de improviso en la abadía del hermano William. Era Morke. El Capadocio le permitió quedarse y nos escribió de inmediato para contarnos la nueva noticia. A la noche siguiente lord Sirme y yo fuimos a la abadía acompañados por un grupo de soldados bien armados y, después de tanto tiempo, pudimos hablar en persona con el Gangrel. A pesar de la suciedad de los andrajos que cubrían su cuerpo, pudimos observar que soportaba heridas terribles y sangrantes, mas él parecía sacar fuerzas del aquel dolor, mostrándose tan obstinado y vital como siempre. No obstante, también pudimos comprobar que la maldición que sufrían los Gangrel se había agravado en él. Sus orejas habían dejado de ser humanas, asemejándose en su lugar a las de los lobos o los perros, y su rostro estaba cubierto por un pequeño pelaje animal de color pardo oscuro.

Divertido, Morke nos explicó que se había encontrado con un Anda cuando Alba Iulia se había rendido pacíficamente ante la Horda de Oro. El Anda y él habían medido sus fuerzas y, pese a que había sido un combate honorable, ocurrió un terrible suceso que había provocado la muerte definitiva del extranjero. Morke no quiso explicar la causa de esa desgracia y prosiguió diciendo que el fallecido tenía dos hermanos consanguíneos que trataron de matarle sin mediar palabra. Dado que no podía enfrentarse con dos enemigos como aquellos al mismo tiempo, el Gangrel se había visto obligado a huir para salvar su no vida, perseguido de cerca por los dos Anda. Así pues, todas las noches, Morke volvía a huir desde el atardecer y dormía en la tierra instantes antes de que llegase el siguiente amanecer. Al no conseguir dejar atrás a sus perseguidores, tuvo que adoptar una medida desesperada. Entró profundamente en territorio Lupino y allí les plantó cara. Los Anda, cansados de aquella cacería, no dejaron pasar la oportunidad de acabar con él de inmediato y tomar toda su sangre. Morke se defendió como pudo, pero hubiera sido derrotado de no haber sido por la oportuna aparición de los licántropos, que les atacaron sin previo aviso desde todas las direcciones.

Sin embargo, Morke logró escapar de los Lupinos, al igual que uno de los perseguidores, aunque ambos estaban muy malheridos. Se acecharon mutuamente durante semanas, hasta que se enfrentaron por última vez en las colinas del sur y el Anda perdió aquel combate. Morke nos dijo que sus heridas eran entonces mucho peor que las que lucía en ese momento en la abadía, por lo que sintió una fatiga tan sobrehumana que se hundió en la tierra para dormir el sopor sin sueños que los descendientes de Caín llaman el Letargo. El Gangrel no supo cuánto tiempo estuvo en ese estado, pero despertó de inmediato gracias el olor de la sangre fresca recién derramada. Saliendo de la tierra, descubrió a unos mortales matándose entre sí con salvaje abandono. No le importó quiénes eran, simplemente los masacró allí mismo para beberse toda su sangre y volvió directamente a Alba Iulia, no para protegernos, nos explicó con toda sinceridad, sino para defender su territorio en caso de que hubiese más Anda que tratasen de disputarle lo que era suyo.

Tras comprobar que el hermano William le había explicado los sucesos que habían acontecido desde que había caído en Letargo, me sorprendió descubrir que Morke se dirigía a mí con mayor respeto del acostumbrado por él cuando supo que había derrotado recientemente a un poderoso Cainita en combate singular. Aprovechando dicha circunstancia, le expliqué que esperaba que vigilase las aldeas, atento a cualquier señal que delatase la presencia del culto de Kupala. Él juró que destrozaría a esos bastardos si se atrevían a llevar su corrupción a sus dominios y, asimismo, juró también que no descansaría hasta dar con los infernalistas. Satisfecho por sus palabras, regresé de nuevo a la ciudad. Con Morke siguiendo su rastro, estaba convencido de que tarde o temprano erradicaríamos a todos los adoradores de Kupala que se escondían en Alba Iulia.

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