lunes, 29 de octubre de 2012

MATA-PARIENTES (1 - 1)


Brunswick Mountain, Columbia Británica

El joven lobo se inclinó para beber del arroyo. Tomó un par de tragos rápidos del agua fría que corría libremente entre las rocas y, a continuación, alzó la cabeza con las orejas bien estiradas, con la esperanza de escuchar cualquier ruido en los alrededores. Nada. Olfateó el aire nocturno para estar seguro. Los olores del bosque estaban debilitados debido a la temporada fría, pero aun así pudo percibir el olor de la resina de los árboles, el aroma de una comadreja que permanecía escondida en las cercanías y la orina y la sangre de un roedor cazado por un ave nocturna. El joven lobo agachó el hocico una vez más para beber y luego se alejó del arroyo al no encontrar huellas de presas más grandes, pues el hambre que sentía aún no era tan grande como para tener que cazar a los habitantes más pequeños del bosque para sobrevivir.

Corrió sobre la nieve sin prisa, concentrado en sus sentidos. Buscaba presas pero también cualquier otra señal que indicase la presencia de una manada de suyos en este territorio. El joven lobo había sufrido muchas noches de soledad desde que su antiguo grupo lo había expulsado y notaba en sus carnes la creciente necesidad de unirse a otros como él. Para un lobo, una manada significaba supervivencia y compañía. La soledad era pues muy peligrosa Te dejaba indefenso, traía consigo hambre y debilidad, y afectaba a las mentes de una forma demasiado aterradora como para pensar en ella mucho tiempo. Por tanto, sentía un poderoso impulso instintivo que lo empujaba a buscar una nueva manada.

Mata-Parientes.

Ese nombre le dolió como si fuese un colmillo afilado hundiéndose en sus entrañas. El joven lobo vivía y pensaba en el tiempo presente. Recordar y reflexionar acerca de hechos pasados era tan antinatural para él como intentar volar como  lo hacen los cuervos. Y sin embargo, su mente actuaba de forma extraña desde hacía poco tiempo. Sin desearlo, los recuerdos acudieron a él al mismo tiempo que sentía que la furia y la ira volvían a hacerle mella.

La temporada de frío era el momento en que los lobos luchaban entre sí para establecer su posición dentro de su manada. Esos desafíos eran muy importantes, pues permitían al más fuerte aparearse libremente y establecían una jerarquía invisible a la hora de cazar y comer. El joven lobo se había hecho fuerte, más fuerte de lo que sería nunca ninguno de sus hermanos de camada, y se sentía agitado cuando la luna mostraba todo su cuerpo en los cielos, como sucedió la noche en que retó al alfa cuando disputó su derecho a comer primero la carne de una alce demasiado joven que se había separado de su rebaño en la última cacería. El lobo alfa le gruñó enseñando los colmillos para exigirle que mostrara su vientre, pero el joven lobo respondió con ladridos de desafío. El tiempo de las advertencias dio paso a una feroz lucha.

No obstante, el alfa aún era fuerte y se defendió con fiereza. Ambos rodaron entre las rocas del suelo y se incorporaron para acosarse mutuamente. Los sucesos extraños comenzaron a partir de ese momento. La pelea irritó al joven lobo, haciéndole perder el control. La furia le llevó a saltar sobre el alfa, desgarrándole cruelmente con sus garras, unas garras demasiado grandes para ser naturales. El viejo alfa aulló de dolor, retrocediendo, pero el joven lobo lo aplastó fácilmente con su cuerpo hundió sus fauces en el lomo de su rival. El viejo alfa cayó al suelo, gimiendo y ofreciendo su vientre ensangrentando para rendirse. Sin embargo, el furioso joven siguió mordiendo, desgarrando e ignorando las lastimeras súplicas hasta que el cadáver del viejo dejó de debatirse. Cuando recuperó el control de sus actos, sólo quedaba una carroña maltrecha del orgulloso lobo que había liderado a su manada.

El joven lobo estaba aterrado por lo que había hecho. Se volvió hacia su manada, buscando su subordinación y compañía, pero ellos le rechazaron. Fue su madre, la loba alfa, la primera enfrentarse a él.

-Vete, Mata-Parientes-, ladró gruñéndole al tiempo que  todo su pelaje se encrespaba completamente.

El resto de la manada tenía miedo, pero se unió a la respuesta de su loba alfa. "Mata-Parientes. Mata-Parientes", ladraron acusadores. Aquello enfureció de nuevo al joven lobo. Confuso, les gruñó para que se sometieran. Ellos retrocedieron asustados. Él siguió gruñendo. Entonces su cuerpo creció sin control, de forma dolorosamente liberadora. Durante unos instantes, el joven lobo sintió un estremecimiento muy placentero y contempló para su sorpresa que miraba desde lo alto a todos los lobos de su manada pese a seguir tocando el suelo de roca con sus cuatro patas. Incluso en ese momento de culpa, confusión y vergüenza, se sintió fuerte e invulnerable. La loba alfa huyó y el resto le siguió.

Sin embargo, el joven lobo no se dio por vencido. Siguió su rastro durante varios días, pero cada vez que intentaba acercase a su antigua manada, ellos volvían a huir o se sometían temporalmente para escapar poco después. Al final, el joven lobo tuvo que rendirse a la evidencia. Había sido expulsado. Por primera vez desde que había nacido, estaba se encontraba realmente solo. Sin embargo, la sensación de ser expulsado de su familia no era el peor de los sufrimientos que sentía en ese momento, ni tampoco lo era la confusión de desconocer lo que estaba sucediendo. No. Su mayor dolor era el nombre con que lo había llamado su madre: Mata-Parientes. El joven lobo intuía que portaría esa marca hasta el final de sus días, al igual que la furia sin control con la que había puesto fin a la vida del viejo alfa, y aulló muchas veces por ello con gran pesar.

-.-

Mata-Parientes se detuvo. La luna se hallaba en lo alto, parcialmente oculta por las nubes. Aulló a su única compañera compartiendo con ella nuevamente su pena y su dolor. Se sorprendió mucho cuando escuchó una respuesta. Al principio creyó que provenía de la misma luna, pero otros aullidos se sumaron pronto al primero. Eran cuatro lobos que debían encontrarse en uno de los montes del sur. Esperanzado, Mata-Parientes corrió con todas sus fuerzas en esa dirección.

Tiempo después, llegó al monte pero tardó menos en encontrar su olor y seguir su rastro hasta el pie del monte por la otra cara de la elevación., Al final encontró en un pequeño claro a un lobo corpulento, con un pelaje gris oscuro, hombros anchos, una mandíbula enorme y varias zonas que mostraban horrendas cicatrices. A pesar de que parecía estar esperándole, cuando Mata-Parientes se acercó para olfatearlo, el lobo le enseñó sus grandes colmillos y gruñó con agresividad. Por instinto, Mata-Parientes le respondió del mismo modo. En ese momento, el lobo gris se hizo más grande, convirtiéndose en un extraño animal lobuno que se sostenía sobre sus patas traseras. El extraño le sacaba más de tres cabezas de altura. Mata-Parientes, asustado, agachó el hocico, bajó la cola escondiéndola entre sus piernas y se tumbó sobre la nieve, dejando al descubierto su vientre. Sin embargo, el extraño no aceptó su sumisión y se abalanzó sobre él dándole dolorosos mordiscos en las patas.

Mata-Parientes se alzó, gruñendo para defenderse, pero el lobo gris no tuvo piedad con él. Otro extraño apareció corriendo para atacarle. Mata-Parientes trató de alejarse para huir por donde había venido, pero un tercer lobo le cortó el paso. Sin detenerse en ningún momento, el joven giró para escapar en otra dirección. Sus perseguidores le siguieron, mordiéndole en los cuartos traseros cuando conseguían darle alcance. Mata-Parientes corrió para salvar su vida. Una loba de pelaje blanco como la nieve saltó sobre él para cortarle el paso. Mata-Parientes tuvo que volver a desviarse de su camino una vez más para evitarla.

El joven lobo no podía pensar en otra cosa que en escapar del dolor de los ataques de la manada. Huía sin control corriendo sobre la nieve tan rápido como podía. Estaba cansado y herido, pero sus perseguidores no cesaron de atormentarlo en ningún momento. De hecho, a veces aparecían de nuevo en otras partes del bosque, obligándole a desviarse por otros lugares. Por primera vez, Mata-Parientes comprendió lo que debía experimentar una presa durante la cacería.

-.-

Poco después del amanecer, cayó completamente exhausto sobre la hierba recubierta de escarcha de una colina bastante alejada del monte en donde había empezado la persecución. Cubiertas de heridas y arañazos, sus patas ya no era capaces de sostenerle. El corazón le latía desbocado. Abrió la boca respirando entre jadeos con la lengua fuera una vez más y trató inútilmente de incorporarse para defenderse por última vez de sus atacantes. Los cuatro lobos de la manada se acercaron a él desde distintas direcciones, cortándole cualquier posibilidad de huida. La furia volvió al joven lobo, ofreciéndole nuevas fuerzas.

-¡No soy una presa!-, logró ladrar resollando.

La manada se detuvo pero seguían preparados para abalanzarse sobre él en cualquier momento. El lobo  gris habló con una voz familiar cargada de gruñidos desconocidos pero vagamente familiares de alguna forma inexplicable.

-Ya lo veremos, cachorro. ¿Quién eres? ¿Por qué has entrado en nuestro territorio?

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