viernes, 26 de octubre de 2012

LARS (1 - 1)


Un hombre le despertó con brusquedad, mientras le tapaba la boca para que no hiciese el menor ruido. Creyó que había llegado el día de su muerte pero se sintió inmensamente aliviado cuando al abrir los ojos vio que sólo era Gaulag. La gruesa mano de su amigo permaneció sobre su boca durante unos instantes más de lo necesario y luego se apartó. Gaulag se incorporó cuan alto era, vestido únicamente con sus pieles y sin más armas a la vista que sus poderosos brazos. Por algo lo llamaban Gaulag el Fuerte en todas las aldeas vecinas. Todo los hombres y jóvenes lo envidiaban y le temían al mismo tiempo, lo cual era bueno.

-Ha llegado el momento-, le dijo su amigo con voz rasposa. -Esta noche debes liberar a Fenris.

-Estoy preparado-, respondió de inmediato con una voz que no reconocía como suya.

-Entonces... ¡corre!

Siguió el consejo de su amigo sin dudar. El frío lo caló hasta los huesos nada más salir por la puerta de la cabaña de madera donde había estado descansando. Había nevado mucho durante los últimos cuatro días. Un grueso manto de nieve cubría el suelo y las ramas de los árboles, por lo que tuvo que abrirse paso con grandes dificultades y esfuerzos. Sin pieles para protegerlo, pronto estuvo calado hasta los huesos por la humedad de la nieve.

No pasó mucho tiempo antes de que escuchase el primer aullido. Otro se sumó al primero y luego otro y otro, hasta que una multitud de bestias unieron sus aullidos en un solo coro de que anunciaba el comienzo de la cacería. A pesar del dolor que sentía en brazos y piernas por el esfuerzo, renovó sus esfuerzos por alejarse hacia las montañas pues sabía que él era una de las presas escogidas. Tenía que encontrar a las otras si querían liberar a Fenris. Tenía que...

-.-

Vancouver, Columbia Británica
14 de  febrero de 1992

Lars se despertó en ese momento. Su corazón latía con tanta fuerza que le hacía daño en el pecho y todo su cuerpo estaba cubierto de sudor. Miró a su alrededor presa de la confusión. Estaba tumbado en el suelo metálico del viejo container que se había convertido en su improvisado hogar. Se dio cuenta con asombro de que se había estado debatiendo en sueños, arrastrándose por el suelo en su carrera onírica. Tenía los brazos y las piernas agarrotadas, tal y como había soñado. Suspirando, se sentó sobre el sucio colchón que descansaba en el suelo y volvió a taparse con la manta apolillada para proteger su cuerpo del frío. La verdad es que hacía mucho frío.

Cogió la botella de plástico que había al lado del colchón y bebió un par de tragos de agua, aliviando la sequedad que sentía en su garganta. Inmediatamente después, emitió un largo suspiro mientras miraba una de las paredes oxidadas del container. Los sueños lo habían acosado desde que era muy pequeño. A pesar de que muchas veces no los recordaba, otras sí y parecían experiencias tan auténticas como las vividas en el mundo real. Al principio había tratado de racionalizarlo, de decirse a sí mismo que sólo estaba tratando de huir de una realidad en la que no quería vivir, refugiándose en lo más profundo de su imaginación, pero a veces los sueños le decían cosas que él no sabía y que luego descubría que eran reales de un modo u otro.

Suspiró otra vez, temiendo haberse vuelto completamente loco. Quizás lo estaba. Por enésima vez, Lars volvió a recordar la cadena de sucesos que lo había llevado a ese sucio container. Él era natural de Langesund, una pequeña ciudad portuaria del sur de Noruega, donde había tenido lo que se dice una infancia difícil. Su padre era un pescador y un borracho violento, mientras que su madre, otra alcohólica profesional, trabajaba en una peluquería para señoras. Lars recordaba que había más botellas en esa casa  que en todos los bares del país. No, desde luego que las cosas no habían sido fáciles. Su hermano mayor acabó metido en las drogas cuando él era muy pequeño y acabó en la cárcel cumpliendo condena por un atraco frustrado a un restaurante de Brevik que terminó con la muerte de uno de los clientes. Desde ese momento, todo había empeorado.

Si tener un padre alcohólico puede ser una maldición, tener dos es un auténtico infierno. Quien no lo ha pasado por ello, no puede hacerse una idea aproximada de lo que es convivir con dos personas que vagan entre la violencia, la vergüenza, la depresión y el patetismo. Quien no haya sufrido en sus propias carnes esos males, no conoce el impacto que puede tener un menor. Lars también recordaba perfectamente que la escuela fue un completo fracaso para él. No mostraba interés por los estudios y sus profesores lo consideraron pronto una bala perdida. Sí, estaba perdido pero nadie le quería ayudar. Eso hizo que se volviera introvertido y evitara a sus compañeros, a los que envidiaba con rencor. Sabía que ellos no tenían la culpa de sus miserias, pero no podía evitar sentirse así. Después de repetir un par de cursos, comprobó que el instituto era más de lo mismo, así que lo dejó antes de convertirse en blanco de las burlas de sus compañeros. Ya tenía suficientes humillaciones en casa, muchas gracias.

Su único alivio fueron esos misteriosos sueños que acudían a él sin ningún motivo aparente. Los mismos sueños que hicieron que se interesase por la historia de su pueblo y el folclore mitológico de los mal llamados vikingos, pero llegó un momento en que ni siquiera esas fantasías podían aliviar el tormento diario que sentía con sus padres. Tenía que marcharse de inmediato o acabaría como ellos. Tenía 17 años cuando tomó esa decisión trascendental en su vida

Se coló en una embarcación pesquera que iba a faenar al mar del Norte. No obstante, sus sueños casi naufragaron cuando lo descubrieron al día siguiente de abandonar el puerto de Langesund. Al capitán del pequeño navío no le hizo ninguna gracia saber que tenía un polizón a bordo, y para colmo uno menor de edad, pero si daba media vuelta perdería al menos dos días de trabajo. Así pues, lo aceptó a regañadientes y le encargó los trabajos más duros que pudo imaginar para castigarlo. Ninguno de los otros marineros a bordo se portó mejor con él, pero Lars soportó todas esas humillaciones con estoicismo. En ese momento, sólo pretendía alejarse todo lo posible de su familia.

Después de varios días de dura faena, el barco atracó en Reikiavik, Islandia, donde el capitán intentó entregarlo a las autoridades. Lars se las había visto venir y se escapó sin que nadie pudiese evitarlo antes de que llegase la policía. Tuvo mucha suerte. Ese día no lo cogieron. Cuando llegó la noche, salió arrastrándose debajo del manojo de redes de pesca en el que se había escondido, apestando como un pez más. Tenía hambre y frío, pero supo que si se quedaba en Reikiavik la policía no tardaría en echarle el guante. Por ello decidió que tenía que esconderse en un navío extranjero.

Dos embarcaciones llamaron su atención esa noche. Uno era un pesquero norteamericano y el otro un buque de carga canadiense. Tomó la decisión de subirse al primero sin más razón que todas esas películas y series llenas de mujeres hermosas que había visto durante todos esos años en la televisión. Nos obstante, cuando se estaba acercando al gran pesquero, oyó que alguien lo llamaba por su nombre en la oscuridad de la noche. Miró en todas las direcciones. Nada. La voz volvió a llamarlo. Lars volvió a mirar a su alrededor y, por alguna casualidad, se le ocurrió mirar al suelo. Allí había una pequeña ardilla de ojos oscuros que lo miraba con mucha atención. ¿Qué diablos estaba haciendo una ardilla en un puerto? ¿Se habría escapado de alguna jaula? Entonces el animal habló con una voz que sonó muy parecida a una humana:

-¡Idiota! Ese barco está lleno de maldad y muerte. Si te escondes allí, acabarás siendo comida para los gusanos.

Lars retrocedió espantado cuando oyó a la ardilla proferir aquellas palabras. Se frotó los ojos, incrédulo, y volvió a abrirlos. La ardilla ya no estaba allí, ni en ninguna otra parte. Aquello le puso los pelos de punta. Volvió a alzar la vista, contemplando el pesquero norteamericano. A continuación, retrocedió sin poderse explicar a sí mismo la razón. Era algo instintivo. De repente, el oscuro casco del pesquero le parecía amenazador y sombrío. Maldiciendo, Lars se subió a hurtadillas al carguero canadiense y se escondió en las tripas del navío.

Fue la mejor decisión que pudo tomar, aunque no había forma en que pudiera saberlo esa aterradora noche. Pasó dos días más sin comer ni beber, escondido como una rata. Al final, uno de los marineros lo descubrió mientras estaba inconsciente. Cuando se despertó, el capitán del navío, un hombre de pelo canoso y barba tupida llamado Arthur Collins, estaba muy enfadado. Lars trató de convencerlo para que lo aceptase como un tripulante más hasta llegar a un nuevo puerto, sin pagarle un salario. Le aseguró que se ganaría la comida y la cama con su propio trabajo. Al final, el viejo marino aceptó a  Lars a regañadientes.

Pasaron las semanas. El viejo navío recaló en varios puertos, pero el capitán escondió a Lars de las autoridades y permitió que se quedase con ellos. Viajaron por la costa este de Norteamérica y cruzaron el canal de Panamá para subir luego por la costa occidental de México, Estados Unidos y Canadá. Cuando desembarcó en el puerto de Vancouver, Lars tenía ya 18 años. Despedirse de la tripulación del Alexander, fue duro, pero lo fue más aun hacerlo del viejo capitán Collins, que había sido para él lo más parecido a un padre que había tenido nunca. Al despedirse, el buen hombre incluso le pagó un pequeño salario de su propio bolsillo. Lars tuvo que contener las lágrimas ante aquel gesto, pero nunca se atrevió a decirle al capitán que quería desembarcar en aquella ciudad porque sus sueños se estaban volviendo cada vez más violentos y salvajes, y temía acabar haciendo daño a uno de sus amigos si se volvía definitivamente loco.

El primer día en Vancouver había sido literalmente horrible. Un carterista le robó el dinero en un bar del puerto sin que se diese cuenta. Al menos, pudo pagar su cerveza con las escasas monedas que le quedaban en el bolsillo. Luego, vagó por los muelles hasta que encontró un viejo y oxidado container lleno de agujeros y grietas. Estaba en muy mal estado, pero nadie se había molestado todavía por sacarlo de allí. Era un buen sitio donde quedarse hasta que ganase algo de dinero. Lars fue paciente. Forró las grietas y los agujeros metálicas con cartones e incluso pudo traerse un colchón y una manta que un barco había abandonado en uno de los contenedores de basura del puerto.

Llevaba dos semanas allí metido y los sueños habían empeorado. Como ese mismo día. A veces quedaba atrapado en ellos durante todo el día, incapaz si quiera de levantarse y otras se ganaba la vida como podía. Aquella no era la forma en que quería vivir, pero era lo mejor que podía conseguir por ahora. Cansado, Lars decidió salir fuera de su "hogar temporal". Necesitaba un poco de la fría brisa marina para despejar sus ideas. Al salir, la luz del sol le hizo daño en los ojos, pero definitivamente la brisa le vino muy bien. Al borde del muelle, un puñado de cuervos picoteaba con avidez los restos de dos peces muertos, probablemente las capturas de un pescador aficionado. Y a lo lejos pudo ver una vieja furgoneta volkswagen t1 que se acercaba lentamente pasando junto a otros containers y almacenes. Lars sintió un escalofrío premonitorio cuando uno de los cuervos dejó de picotear y lo miró directamente a los ojos.

-Ya vienen-, anunció.

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