lunes, 24 de diciembre de 2012

FARUQ (2 - 1)


Isla de Vancouver, Columbia Británica (Canadá)
7 de julio de 1992

A pesar de los nervios que sentía, hizo un gran esfuerzo para controlar el temblor de sus manos mientras esperaba sentado en una silla de plástico naranja de la sala de visitas del Centro Correccional Regional de la Isla de Vancouver. Cada pocos segundos, miraba la puerta cerrada situada al otro lado de la mampara transparente y su respiración volvía agitarse sin control.

"¿Me reconocerá?", se preguntó acobardado. Habían pasado muchos años desde que ella lo abandonó  a traición en Vancouver para desaparecer y no regresar nunca más. Durante mucho tiempo, Faruq había fantaseado con la idea de que ella volvería a buscarlo, explicándole las razones que la habían obligado a actuar de ese modo y suplicándole que la perdonase. En aquellos sueños infantiles, Faruq se hacía el duro, ella lloraba más y al final se reconciliaban con un fuerte abrazo que no podía borrar todo el dolor causado pero que sí tendería un puente improvisado entre madre e hijo.

Faruq desvió la mirada de la puerta una vez más. Miró la hora de la esfera blanca de la pared y se recostó contra el respaldo de la silla. Ya casi era la hora. "¿Qué hago ahora?", esa era otra pregunta que lo atormentaba desde esa mañana. ¿Debía mostrarse enfadado o distante? Por un lado, todavía sentía muy fresca la herida de un niño traicionado por la persona a la que más quería, lo cual avivaba la rabia que sentía en su interior. Por otro lado, aún tenía la ingenua esperanza de que ella pudiese explicar sus acciones de algún modo, tanto las pasadas como las presentes.

Una mujer vestida con el uniforme azul característico de los guardias de la prisión abrió la puerta del otro lado con gesto aburrido. Faruq se puso rápidamente en pie. Su corazón trotó desbocado inmediatamente, como si tuviese vida propia. "Lo más extraño es que lo que más echo de menos son sus canciones", pensó de improviso. Alejó el pensamiento cuando vio entrar a una reclusa vestida con las ropas rojas de la prisión.

Al principio, Faruq pensó que alguien la había cagado con el papeleo y que los guardias habían traído a otra persona. Estuvo a punto de expresar en voz alta esa idea cuando se detuvo para observar mejor a la recién llegada. La mujer era de estatura ligeramente baja, aspecto consumido, piel morena, melena cenicienta, pómulos hundidos y ojos tristes. Ella caminó delante de sus ojos con un andar inseguro y nervioso, hasta que se sentó en su respectiva silla, mirándolo fijamente con sus ojos vidriosos sin reconocerlo si quiera. "¡Dulce Gaia, es mi madre!", se dio cuenta mientras sentía como caía como un peso muerto sobre su propia silla. Ella lo miró extrañada y cogió el teléfono. Faruq hizo exactamente lo mismo sin pensarlo.

-¿Quién eres?-, preguntó ella con una voz ronca que no coincidía con los agradables tonos de sus recuerdos infantiles.

-Soy... soy...

-Escucha, muchacho, pareces nuevo en esto. Las visitas tienen un tiempo limitado, así que dime quién eres y qué quieres de una puta vez.

-Eso trataba de explicarte... soy el hijo al que abandonaste aquí en Vancouver.

-¡No, no puede ser!-, protestó ella incrédula. Parecía a punto de colgar el teléfono.

-¡No te atrevas a colgarme ahora!-, gritó él. -Llevo mucho tiempo buscándote y vas a hablar conmigo lo quieras o no.

Ella tembló visiblemente y se quedó quieta como una estatua, con la cabeza gacha para no mirar avergonzada a su hijo a los ojos. Aquella humillación sólo enfadó más a Faruq, que trató de controlar sus emociones por el bien de ambos. "Esto no está saliendo como esperaba", pensó con amargura.

-¿Cómo me has encontrado?-, preguntó ella con voz temblorosa.

-He descubierto a mi verdadera familia y ellos tienen muchos parientes en todas partes.

Su madre levantó la cabeza sorprendida al darse cuenta de la velada referencia a la Parentela de la Nación Garou, pero Faruq se dio cuenta de que había otra emoción más escondida en la oscura profundidad de sus ojos desesperados.

-¿Por qué me abandonaste?-, se atrevió a preguntar por fin, liberando todo su dolor en aquella sencilla pregunta. -¿Es que no era suficientemente bueno para ti? ¿O me había convertido en una carga que no querías aguantar?

-No, no-, negó ella débilmente.

-Pues dime la verdad. ¡Explícamelo!-, le exigió.

-Quería protegerte. Tan sólo eso-, las lágrimas cubrieron rápidamente su rostro. -Te juro por lo más sagrado que sólo quería protegerte.

-¿De qué querías protegerme?-, insistió él buscando la verdad.

-¡De mí, joder! ¡Quería protegerte de mí!-. Su madre ocultó su rostro lloroso bajo su mano y sollozó durante unos largos segundos. -No creo que lo recuerdes... pero en aquella época yo estaba empezando a probar la heroína. Todo era maravilloso mientras estaba colocada, pero el mundo volvía a ser una mierda cuando no tenía droga en las venas. Tú eras muy pequeño. Un día volví a nuestra pequeña caravana y te encontré jugando con una jeringuilla. Por suerte no te habías hecho daño con ella, pero en ese momento me dí cuenta de que podría haberte pasado cualquier cosa por mi culpa. ¡Por eso tuve que abandonarte! ¡Para que no te pasase nada malo!

Ambos permanecieron en silencio un buen rato. Faruq estaba desgarrado por dentro, pero a diferencia de su verdadera madre, hizo todo lo que estuvo en su mano por no llorar delante de ella. No sabía si podría perdonarla con el tiempo, pero por ahora no estaba seguro de que ella se mereciese saber cómo se sentía él en esos desgraciados momentos. Su madre siguió llorando. Había acumulado un mar de lágrimas durante todos estos años y lo estaba liberando con una angustia conmovedora. Faruq apartó la vista y contempló el reloj. Sólo quedaban cinco minutos.

-Madre...-, empezó a decir inseguro de la dirección a la que le llevarían sus palabras. -Nos queda poco tiempo. Aún no sé si podré perdonarte, ni siquiera estoy seguro de que quiera volver a visitarte, pero deseo que sepas que lo entiendo. Entiendo las razones que te llevaron a hacer lo que hiciste.

Ella permaneció en silencio mientras lo escuchaba. Tenía el rostro más demacrado que antes, si eso era posible. A Faruq se le partió el corazón una vez más al verla en ese estado. Se obligó a cambiar de tema, exprimiendo los pocos minutos que le quedaban.

-Lo que no entiendo es por qué te arriesgaste a introducir armas automáticas en Canadá. Ya estuviste muchas veces aquí. ¿Es que no sabías que los de la RCMP persiguen especialmente ese tipo de delitos?

-Sí, lo sabía, pero no me quedaba otra alternativa. Tenía muchas deudas con gente muy peligrosa y un amigo se ofreció a ayudarme si traía esas armas escondidas. Pero los hijos de puta de las aduanas sospecharon algo, desmontaron el coche, encontraron las armas, y me trincaron allí mismo. Me han caído tantos años de condena que me pudriré en esta cárcel de mierda antes de poder salir de nuevo.

Faruq asintió taciturno. La confesión de su madre cayó sobre él como un inesperado jarro de agua fría, que lo dejó aturdido durante unos segundos sin saber qué decir.

-Ya sé que no he sido una buena madre, pero tienes que hacerme un favor, Faruq-, le suplicó ella con voz más serena y segura de sí misma. -Necesito cigarrillos y dinero para sobrevivir aquí dentro. Cualquier cosa vale, de verdad. ¡Pero apiádate de tu madre, te lo suplico!

-¿Para qué?-, preguntó Faruq furioso. -¿Para que te compres droga también aquí dentro? ¿Crees que soy tan imbécil que voy a financiar tus vicios?

-No, no, no. Escúchame Faruq, escúcham...

El Ragabash colgó el teléfono con un golpe seco mientras su madre protestaba desesperada al otro lado de la puerta, dando pequeños golpes contra la mampara. Faruq permaneció sentado mientras observaba con estupor cómo los guardias entraban en la sala y se llevaban a rastras a su madre, que no dejaba de retorcerse entre sus brazos, agitándose como una bestia enloquecida.

-.-

-¿Y bien?-, preguntó el conductor cuando se subió al coche.

-Mejor no preguntes. ¡Vámonos, por favor!-, respondió Faruq mientras se recostaba en el asiento con el rostro enrojecido y la respiración agitada.

El otro Garou asintió en silencio y puso el motor en marcha, alejando el viejo coche de la prisión. Galen Hawes, mejor conocido como "Fuerza-de-la-Letanía", era un Philodox que también pertenecía a los Caminantes Silenciosos. Tenía unos cuarenta años, una piel morena que delataba los orígenes ancestrales de su tribu, y unos ojos oscuros que ocultaban una inteligencia aguda y afilada cuando la situación lo requería. Faruq agradeció infinitamente su serenidad y trató de imitarlo tranquilizándose poco a poco. Los minutos de la tarde fueron pasando a su alrededor mientras el Garou más joven se recuperaba de su reencuentro con su madre.

-Era ella, pero estaba muy cambiada-, logró decir. -Las drogas han machacado su cuerpo y su alma. No estaba preparado para verla así-. Una diminuta lágrima logró escapar de su barrera emocional y deslizarse por su mejilla antes de que la limpiase con el dorso de la mano.

-No te preocupes. Nadie está preparado para ese tipo de situaciones.

-No lo sé-, respondió Faruq sin saber muy bien qué responder, -pero quiero darte las gracias por ayudarme a encontrarla.

-No me las des a mí, dáselas a Roger Daly y sus Moradores de Cristal. Sin ellos nunca hubiésemos conseguido descubrir dónde estaba actualmente tu madre.

-Lo haré, te lo juro.

Galen Hawes asintió levemente. Parecía preocupado por Faruq, echándole breves vistazos cada poco, hasta que al final se atrevió a romper el silencio que se había creado lentamente entre ellos.

-¿Qué vas a hacer ahora?-, le preguntó.

-No tengo ni idea, Galen-, respondió el Ragabash. -Estoy hecho un lío. No sé si debería odiar a mi madre para siempre o si debería darle una oportunidad. ¡Es muy complicado!

-No tienes que decidirlo hoy ni mañana. Tómate todo el tiempo que necesites. Estoy seguro que encontrarás la decisión más justa y adecuada.

-Tal vez-, respondió él encerrado en sus propios pensamientos.

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