"La lanzadera estaba en un estado decrépito y descuidado, como si hubiese pasado mucho tiempo desde la última vez que había recibido adecuadamente los ritos de reparación, pero cumplió con creces su misión transportándonos de Elorum a Kymerus en apenas treinta minutos. En ningún momento tuvimos contacto alguno con sus pilotos, que permanecieron encerrados en la cabina de pilotaje durante todo el tiempo de vuelo. Demostraron ser unos auténticos estúpidos al pensar que una puerta cerrada podría protegerles si provocaban la furia de un Astartes.
Durante
nuestro breve viaje, Lambo y yo continuamos interrogando a Elika la Vidente
para confirmar la historia que nos había contado y, pese a que no cogimos a la
mujer en ninguna contradicción evidente, pudimos averiguar otros detalles
relevantes, como que el Oráculo de las Mentiras era una figura muy influyente
en el Vórtice de los Gritos o que muchos señores de la guerra y grandes piratas
le proporcionaban todo tipo de favores a cambio de contar con su beneplácito. Sin
embargo, a pesar de mi creciente escepticismo, ella seguía insistiendo
inútilmente en que su amo nos había conferido un gran honor al invitarnos a
visitar el Templo de las Mentiras."
-.-
Cuando disminuyó
el rugido de los motores y descendió la trampilla de carga y descarga, los dos
Astartes salieron para asegurar el perímetro, pero sus precauciones parecieron
innecesarias tras comprobar que no había nadie esperándoles en el hangar vacío
y mugriento en el que había aterrizado la lanzadera. Ningún técnico u operario
que tuviese que atender las necesidades de la lanzadera corrió a recibirles.
Ningún guardia que custodiase el hangar excavado en la fachada del barranco les
dio el alto. No había nadie allí. Nadie. De hecho, la débil luz proporcionada
por dos lúmenes en las paredes apenas era suficiente para iluminar
adecuadamente el lugar, lleno de tuberías oxidadas y manchas de aceite sobre
las sucias placas metálicas del suelo.
Elika la Vidente
salió de la lanzadera con la mayor dignidad que pudo reunir, cubriéndose el
rostro con la capucha de su túnica de cuero. En silencio, les hizo un gesto
hacia la puerta y comenzó a caminar hacia allí. Lambo y Nodius la siguieron
reluctantes. Al otro lado de la puerta sólo había un oscuro pasillo sin
iluminar y, más allá, las instalaciones habituales de un pequeño espaciopuerto.
Los dos Astartes obligaron a la mujer a que les mostrase el resto del edificio
antes de salir al exterior. Aunque encontraron algunas personas realizando
vagos ritos de reparación que nunca hubieran sido autorizados por los
tecnosacerdotes del Adeptus Mechanicus, la mayor parte del edificio parecía
hallarse en un estado cercano a la ruina total. Cortes de energía, paneles
oxidados, espíritus máquina dañados y en general toda clase de basura de basura
y chatarra ofrecían un fiel testimonio del abandono de las instalaciones. Había
dos hangares más, todos ellos vacíos y con aspecto de llevar así mucho más
tiempo del que pudiesen imaginar.
-Si tu amo es
una figura tan importante, ¿por qué permite que el espaciopuerto esté en unas
condiciones tan miserables?-, quiso saber Nodius.
-El
espaciopuerto no es suyo, mi señor-, respondió ella. -Pertenece a los
habitantes de Cuerpo Putrefacto, la única ciudad de Kymerus. Es cierto que sus
gentes tienen escasos recursos para su mantenimiento, pero hacen lo que pueden
con lo poco que tienen.
Los dos Astartes
se percataron fácilmente de que el puñado de hombres y mujeres que vieron en
las instalaciones del espaciopuerto estaban armados con armas rudimentarias
como grandes llaves inglesas, martillos, barras metálicas con clavos y
cuchillos oxidados. También descubrieron que esas personas, asustadas por su
imponente y amenazadora presencia, se esforzaban por concentrarse en sus tareas
de mantenimiento o apartarse de su camino tan rápido como podían.
Una vez que lo
hubieron inspeccionado todo, permitieron que Elika les guiase hasta los
portones de la salida. Sin embargo, la visión del exterior no mejoró respecto a
lo que habían encontrado en el espaciopuerto. La pálida luz anaranjada del sol
reveló un paisaje seco y desolador, interrumpido por pequeñas colinas rocosas y
los restos de antiguas naves espaciales reconvertidos en viviendas para alojar
a los aproximadamente doscientos o trescientos habitantes que debía tener el
asentamiento.
-Bienvenidos a
Cuerpo Putrefacto, grandes guerreros-, les anunció Elika. -Mi señor ha
dispuesto unos alojamientos apropiados para vuestro tamaño en las ruinas de
aquella barcaza elevadora-, dijo mientras señalaba en dirección a las ruinas de
gigantesca nave de carga industrial. -Su propietario, un joven llamado Theon,
tiene órdenes de atender todas vuestras necesidades. Yo debo adelantarme...
Antes de que
pudiese continuar, escucharon un enorme rugido a sus espaldas. Tanto Lambo como
Nodius se dieron la vuelta sabiendo de antemano lo que iban a ver. Tal y como
temían, la lanzadera en la que habían venido estaba elevándose hacia el cielo
anaranjado. Habían perdido su única forma de escapar del planeta. Estaban
atrapados en Kymerus.
-¡Haz que
vuelva!-, rugió Lambo a través de los altavoces de su yelmo mientras cogía a
Elika del cuello, elevándola con facilidad del suelo. -¡Ahora!
-No puedo...No
es... no es... de aquí... Son pi... ra... tas...
Lambo la soltó
al darse cuenta de que estaba apretando demasiado fuerte. Elika cayó torpemente
al suelo, tosiendo y tocándose la garganta. Nodius, por su parte, no intervino
en ningún momento, sino que se dedicó a contemplar las ruinas que formaban
Cuerpo Putrefacto y luego la colina en la que estaba excavado el espaciopuerto.
"Ciertamente, la ciudad se merece este nombre", pensó con frialdad.
-¿Cuándo
volverán?-, preguntó Lambo recuperando la compostura.
-No lo sé-,
respondió ella con una grave ronquera. -Vienen y van a su antojo. Regresarán
cuando quieran volver a comerciar. Sólo colaboraron para traeros a Kymerus
porque mi amo se lo ordenó.
-Un transporte
de ese tamaño no puede alejarse mucho sin una nave espacial. ¿Dónde está?
-Supongo que
está en órbita, poderoso guerrero, pero... ya habrán terminado todos sus
asuntos aquí, de modo que lo más probable es que se marchen a destinos más
rentables para ellos.
-Antes nos
dijiste que tu amo recibía visitas-, intervino Nodius tranquilo. -¿Cada cuánto
vienen?
-Cuando mi amo
los invita.
-¿Y no hay forma
de saber cuándo volverá otro transporte, ni siquiera para comerciar?
-No hay forma de
saberlo con seguridad, mis señores. Podrían pasar semanas, incluso meses, hasta
que Kymerus vuelva a tener visitantes, pero lo cierto es que volverán. Siempre
regresan tarde o temprano.
Los tres
permanecieron callados durante unos minutos. Los planes de los dos Astartes se
habían desmoronado por completo y el resto de sus posibilidades eran muy
limitadas: seguirle el juego al Oráculo Mentiroso o jugar según sus propias
reglas. Lambo no tardó mucho tiempo en decidirse.
-Llévanos con tu
amo ahora.
-Nada me
gustaría más, pero no puedo hacer eso. Como intentaba deciros antes, debo
adelantarme para anunciar vuestra llegada. Vosotros debéis descansar en la
barcaza de Theon y mañana el Templo enviará un transporte para llevaros allí.
-¿Un
transporte?-, preguntó Nodius sorprendido. -¿A cuánta distancia está el templo
de esta... esta ciudad?
-A una hora
caminando en dirección oeste, mi señor, aunque el terreno es irregular y está
lleno de pendientes, barrancos y recodos.
- No pienso
esperar a mañana para ver a tu amo, Elika. Iremos ahora mismo.
-Pero los
preparativos...
-Muy bien-, la
cortó Lambo con sarcasmo. -Vete a avisar a tu amo.
A pesar de sus
dudas, la mujer hizo una atemorizada reverencia y se alejó caminando
lentamente. Después, cuando estuvo a unos veinte metros de distancia de ellos,
aligeró el pasó. Lambo y Nodius se miraron durante unos segundos en completo
silencio, tras lo cual comenzaron a seguirla sin hacer ademán alguno de
esconderse o disimular, ya que eran bien conscientes de que los constantes
ruidos producidos por sus servoarmaduras energéticas delatarían igualmente su
presencia.
-.-
Llevaban
caminando diez minutos aproximadamente y sólo habían cubierto una parte muy
pequeña de la distancia que debían recorrer. No obstante, los cortos pasos de
Elika los habían ralentizado más de lo necesario, pero, como no querían
perderla de vista por si les había intentado engañar, muy a su pesar tuvieron
que mantener. Al menos en dos ocasiones, Elika se volvió para comprobar si
estaban ahí y luego retomó la marcha intentando ocultar cualquier emoción en
las sombras más profundas de su rostro encapuchado.
No siguieron
ningún camino establecido, aunque encontraron numerosas marcas de uno o más
vehículos de orugas en el suelo polvoriento, lo que parecía indicar que estaban
siguiendo la dirección correcta. El terreno se fue volviendo más escarpado, con
pequeñas colinas y barrancos áridos de colores pardos, naranjas y amarillos que
no mostraban más vegetación que unas pocas malas hierbas creciendo con
dificultades en el cadáver podrido de algún pequeño animal salvaje nativo del
planeta. Muy pronto también pudieron comprobar que, al igual que en el caso de
Elorum, los niveles de humedad de Kymerus eran exageradamente bajos.
Los dos Astartes
avanzaron en silencio, vigilando el escarpado relieve a la búsqueda de
cualquier indicio de enemigos escondidos entre los peñascos. Por sus
experiencias previas durante la instrucción, ambos tenían bien presente que
aquel camino era perfecto para una emboscada bien organizada. Sin embargo, a
pesar de sus precauciones, no divisaron a ningún francotirador agazapado en las
rocas, ni otros tiradores ocultos, por lo que continuaron siguiendo Elika a una
distancia de menos de diez metros.
El
"camino" se estrechó entonces todavía más en una nueva pendiente, hasta
el punto de obligarles a subir de uno en uno, a una distancia de cinco o seis
metros entre sí. Nodius, que cerraba la marcha del grupo, optó entonces por
volverse con frecuencia y a intervalos irregulares para vigilar la retaguardia.
Sus precauciones parecían infundadas, pero aun así permaneció alerta.
Casi habían
llegado a la cima de la pendiente cuando un pequeño zumbido de alas, hizo que
Lambo alzase la cabeza justo a tiempo para ver una pequeña figura ocultándose
entre las rocas que tenían a su izquierda. No llegó más que a intuir su forma
alada de vientre abultado, pero eso fue suficiente para darse cuenta del
peligro. Reaccionó inmediatamente corriendo hacia Elika para protegerla o
retener a su guía si aquella criatura salvaje se decidía a atacarles mientras
desenfundaba su pistola bólter. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de su
error de cálculo, ya que una treintena de esos seres se alzaron desde sus
escondites en lo alto del peñasco para caer sobre ellos planeando sobre sus
alas membranosas y cubiertas de escamas donde su pellejo carnoso parecía más
duro.
Su pistola
bólter descargó una pequeña ráfaga de tres proyectiles, que abatieron a dos de
esas cosas, haciéndolas estallar en el aire como si fueran bombas vivientes de
cartílago y sangre. Nodius alzó ambas manos e invocó sus energías psíquicas,
creando una llamarada ardiente entre sus dedos blindados. Elika se echó al
suelo aterrada, gritando de puro pánico. Casi al mismo tiempo, el enjambre de
criaturas cayó vorazmente finalmente sobre ellos. Sus pequeñas garras y
colmillos arañaron las superficies blindadas de sus servoarmaduras sin lograr
atravesar las placas defensivas. Elika no tuvo tanta suerte y sus manos
desarmadas pronto estuvieron cubiertas de sangre cuando intentaron espantar inútilmente
a aquellos seres.
Mientras Lambo
cogía su gladius con la mano izquierda a la velocidad del rayo, Nodius liberó
las llamas psíquicas que había invocado. El fuego, libre de sus ataduras, bañó
a las criaturas con su toque ardiente, quemando con facilidad alas, carne y
metal. Cuatro cadáveres carbonizados cayeron pesadamente sobre la superficie
rocosa. Dos más les siguieron cuando Lambo comenzó a asestar tajos y cortes con
su espada. Aquella carnicería debería haber espantado a una manada "normal"
de criaturas salvajes, pero esos seres continuaron atacando con toda la
ferocidad que pudieron reunir. Una docena de ellos se arremolinó inútilmente
alrededor de los Astartes, mordiendo y arañando. Otros intentaron aferrarse a
Elika, pero sólo lograron destrozar su túnica de cuero con sus garras.
Riéndose como un
demente dentro de su servoarmadura, Lambo atacó a las cuatro criaturas que
asaltaban a Erika. Tres de ellas quedaron horriblemente destrozadas por los
tajos implacables de su gladius. A su lado, Nodius volvió a recurrir a sus
poderes pirománticos utilizando las llamas que todavía ardían sobre algunos
cadáveres. Sus poderes avivaron los fuegos convirtiéndolos en pequeñas columnas
ígneas, que provocaron que cuatro seres más acabasen convertidos en ascuas
humeantes.
Los seres alados
intentaron huir en ese momento, soltándolos de pronto y alzándose en el aire.
Lambo alzó la pistola bólter que empuñaba en la mano diestra y disparó una
nueva ráfaga de tres proyectiles, derribando a dos más. Fuera del alcance de
sus poderes psíquicos, Nodius se vio obligado a hacer lo mismo. Sin tiempo para
apuntar, disparó una ráfaga directamente contra el enjambre en fuga. Sus
disparos acertaron a una criatura más antes de que el resto llegasen a la
seguridad de las rocas en las que se habían ocultado previamente.
Sospechando que
las criaturas habían aprendido la lección, bajó la mirada para contemplar uno
de los cadáveres que había matado Lambo con su gladius. Parecía ser una pequeña
amalgama caótica de carne y metal, que recordaba vagamente a una figura
humanoide con cabeza calva, el cuerpo hinchado, alas membranosas y un par de
brazos y piernas regordetas. Algunos de ellos tenían incluso más de dos brazos
o mostraban escamas de colores brillantes en la piel de su cuerpo.
Nodius supo que
le resultaban muy familiares. "¡Son Querubines!", descubrió con gran
asombro. Los Querubines eran constructos fabricados por los tecnosacerdotes,
servidores de carne y metal que recordaban a niños alados. No obstante,
alguien... o algo había retorcido sus cuerpos hasta hacerlos prácticamente
irreconocibles. Tuvo una intuición, quizás un recuerdo borroso de algo que
había visto en el pasado. Cerró los ojos y concentró su mente para percibir el
toque de la disformidad. Sin embargo, la turbación que sentía en esos momentos
le impidió confirmar si sus sospechas eran ciertas.
Entretanto,
Lambo observó a Elika. A pesar de la sangre que teñía sus brazos y sus manos,
parecía no haber sufrido ninguna herida grave. "Necesitará que la atienda
un apotecario, pero sólo le quedarán unas cicatrices inofensivas", pensó
para sí. Ella rechazó la mano que le ofreció, se puso en pie y miró hacia las
rocas con el rostro todavía desencajado por el pánico.
-Si no te
hubiésemos seguido, te habrían matado-, afirmó él sin dudar.
-Tienes razón-,
murmuró ella sintiendo un escalofrío. -Os debo mi vida y estoy dispuesta a
pagar esa deuda ahora mismo. No vayáis hoy al Templo de las Mentiras. Si
Renkard Copax descubre que os encontráis ante su puerta antes de que se hayan
hecho los preparativos para vuestra reunión, os matará sin dudarlo. No
subestiméis su poder.
-Tú subestimas
el nuestro y acabas de contemplar con tus propios ojos lo que podemos hacer a
los que se cruzan en nuestro camino. Tu amo no me da ningún miedo.
-Aun así,
hacedme caso-, le suplicó ella. -Esperad a mañana para hablar con él y
salvaréis no sólo vuestras vidas sino también vuestras mismas almas.
-Está bien-,
concedió Lambo sorprendido por la persuasión de la mujer. "Si me está
mintiendo, tiene un talento insuperable", reconoció para sí. -Esperaremos
a mañana, pero te acompañaremos de todas formas hasta las cercanías del Templo
de las Mentiras para asegurarnos al menos de que llegas con vida.
-.-
Los tres
retomaron la marcha formando un solo grupo, siempre en dirección oeste, como
les había dicho Elika cuando se lo preguntaron a la entrada del espaciopuerto
de Cuerpo Putrefacto, y tomando toda clase precauciones. Sin embargo, no
sufrieron más ataques ni accidentes imprevistos. Después de casi una hora
serpenteando a lo largo de rocas y peñascos, subieron a la cima de la última
colina y contemplaron un paisaje verdaderamente impresionante. Al otro lado
había una enorme llanura de ruinas y escombros que se extendía varios
kilómetros cuadrados en todas las direcciones.
En dicha
llanura, excavados profundamente en la tierra, reposaban los restos de una
gigantesca nave espacial. Debió haberse estrellado contra el planeta en algún
pasado distante, aunque el impacto la había quebrado, en lugar de destruirla
por completo, dejando únicamente ruinas monolíticas en medio de la enorme
llanura. Sobre las ruinas principales, alguien había hecho algunas reparaciones
rudimentarias y añadido unas puertas dobles tan grandes que podían verse con
claridad desde kilómetros de distancia.
Pero sin duda el elemento visual más impresionante del Templo de las Mentiras eran las pequeñas siluetas de formas voladoras que sobrevolaban los vientos alrededor del edificio principal. Nodius ajustó las lentes de su yelmo para conseguir una imagen más nítida. Sus ojos vieron la forma de un animal con aspecto de raya marina, con enormes colmillos sobresaliendo de la boca y púas afiladas sobre su piel rosada con los extremos blancos. Aquellos seres "nadaban" sobre el aire con total libertad, del mismo modo que lo harían los grandes escualos de los océanos. Nodius recordó haberlos visto en un lugar que no quería recordar. Eran habitantes de la Disformidad. Algunos eruditos los llamaban entidades o inteligencias incorpóreas. Los ignorantes los conocían por una sola palabra: demonios. En ese momento, el psíquico sintió un siniestro escalofrío recorriendo todo su ser.
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