viernes, 21 de marzo de 2014

BC 9: CUERPO PUTREFACTO


-Una historia interesante-, reconoció Nodius sin mucho entusiasmo una vez que el ex Cráneo Plateado hubo terminado de hablar.

-Así es-, asintió Mordekay. -De hecho, ha reforzado mi intención de hacerte una propuesta, Karakos.

-¿Y cuál es?-, preguntó el aludido con manifiesta curiosidad.

-Ocurra lo que ocurra mañana en el Templo de las Mentiras, necesitarás formar parte de un grupo poderoso para sobrevivir en este Vórtice de los Gritos habitado por piratas y herejes, como has dicho antes. Nosotros te ofrecemos un puesto en nuestra escuadra, con todos los honores, derechos y deberes que ello implica. Te prometo que reconstruiremos nuestras fuerzas y nos cobraremos justa venganza sobre el maldito Imperio. ¿Quieres ser nuestro hermano de armas, Karakos?

-Lo lamento-, respondió tras unos largos segundos de larga reflexión silenciosa, -pero acabo de recuperar mi libertad y no me agrada la idea de perderla ingenuamente. No obstante, es obvio que compartimos muchos intereses comunes. Por ello te pido más tiempo para conoceros mejor y reflexionar acerca de las ventajas de tu propuesta.

-No hace falta que seas diplomático conmigo. Tómate el tiempo que necesites-, concedió el sargento con gesto huraño. A continuación Mordekay se dirigió a los demás. -Debemos aprovechar bien el tiempo que nos queda. Nuestra mayor prioridad es conseguir energía para recargar nuestras servoarmaduras. Este asentamiento debe tener algún tipo de generador o planta energética que suministre electricidad a la red local. También deberíamos obtener toda la información que podamos sobre el Templo de las Mentiras, Cuerpo Putrefacto y el resto del planeta.

-Es una población pequeña-, murmuró Nodius. -No deberíamos tardar mucho tiempo en dar con el generador.

-¿Nos agrupamos por parejas?-, preguntó Lambo dubitativo.

-Sería lo más conveniente-, reconoció Mordekay. -¿Quieres ayudarnos, Karakos?

-Será un placer-, asintió él. -No necesito recargar mi servoarmadura pero estaré encantado de poder ayudar de todos modos.

-Entonces decidido. Lambo y Nodius buscarán el generador, mientras tanto Karakos y yo sondearemos a los lugareños.

-.-

Tal y como habían supuesto, no tardaron mucho tiempo en dar con la estructura que proporcionaba energía a todo Cuerpo Putrefacto. Sólo que tuvieron que seguir los cables que conectaban los edificios y ruinas habitadas hasta llegar a un pequeño armazón cilíndrico con numerosos remaches, una sola apertura por puerta y una maraña de cables negros que salían desde su techo extendiéndose al resto los edificios en ruinas del asentamiento como una siniestra telaraña de la que a veces saltaban peligrosas chispas sin previo aviso. Los Astartes pudieron percibir con claridad los zumbidos sordos producidos por los espíritus máquina de la planta energética incluso desde el exterior del edificio.

Un niño de unos seis u ocho años y tez oscura se entretenía junto a la puerta desmontando un aparato mecánico, pero cuando los vio acercarse dejó inmediatamente lo que estaba haciendo y corrió hacia el interior del edificio con la cara dominada por el más absoluto temor. Seguido de cerca por Nodius, Lambo entró en el edificio sin pedir permiso. El interior de la estructura parecía un vertedero, lleno de chatarra inútil, vigas metálicas y trozos de plástico. Un sólido pilar circular de metal unía el techo con el suelo, adentrándose en sus profundidades. Los ocupantes del edificio retrocedieron temerosos al verlo cruzar la entrada.

-¿Quién es vuestro líder?-, preguntó Lambo decepcionado al no encontrar ningún generador a la vista.

-Yo-, respondió una voz entre la multitud. Era un hombre de unos cincuenta años, un verdadero anciano entre las gentes de Cuerpo Putrefacto. Tenía una larga melena blanca y una barba recortada del mismo color, ojos oscuros, nariz aguileña y vestía un mono de trabajo que había recibido demasiados remiendos improvisados como para identificar su procedencia. Un cinturón de herramientas colgaba pesadamente de su delgada cintura, obligándole a caminar con dificultad.

-¿Cómo te llamas?

-Torak Guantequemado-, respondió el anciano con voz ronca y temblorosa. -Por favor, no nos haga daño. Haremos lo que quiera.

-Te doy mi palabra de que nadie saldrá perjudicado si colaboráis conmigo, Torak. Dime, ¿cómo obtenéis la electricidad?

-Del espíritu máquina que hay bajo este edificio. Mi familia lo ha servido durante siglos, realizando los ritos sagrados cuando es necesario.

-¿Y quién os enseñó esos ritos?-, quiso saber Nodius, al entrar en la estructura.

-Un sacerdote de metal que fue invitado al Templo de las Mentiras por aquel entonces. Fue él quien abrió la tierra para que acogiese al espíritu máquina y fue él quien enseñó a la familia Guantequemado los misterios que agradan al espíritu.

-¿Un sacerdote de metal?-, repitió Lambo. -¿Te refieres a un tecnosacerdote del Adeptus Mechanicus?

-No lo sé, terrible gigante-, respondió el anciano. -Nuestras historias simplemente lo llaman sacerdote de metal.

-No perdamos el tiempo con supersticiones-, sentenció Nodius tajante. -Muéstranos la entrada al espíritu máquina.

-No puedo hacer eso-, respondió Torak con tono lastimero. -El sacerdote de metal no dejó puerta alguna para que el espíritu no fuese profanado, sólo runas e instrumentos. Digo la verdad. ¡Lo juro!

-Te creo-, respondió Lambo. Se quitó el yelmo para que el anciano y todos los presentes pudiesen ver su fiero rostro antes de seguir hablando. -Nuestras servoarmaduras necesitan energía. ¿Puedes recargar sus generadores?

-No lo sé... puedo intentarlo. ¿Son estos dos?

-Estos dos y otro más-, aclaró él. -Los tres tienen que estar operativos mañana a primera hora de la mañana.

-Eso es imposible-, volvió a lamentarse el anciano. -No puedo alimentar los generadores de vuestras armaduras al mismo tiempo sin enfurecer al espíritu máquina y ponerlos en peligro. Últimamente está muy irascible y furioso. Tendremos que nutrirlos de uno en uno realizando con cuidado cada una de las plegarias.

-Muy bien. Alimenta primero el mía hasta la mitad de su capacidad. Cuando esté listo, haz que lo lleven a la barcaza de Theon. Luego ocúpate de los demás en el orden que prefieras. Y otra cosa...

-¿Sí?

-No nos traiciones. Soy muy peligroso cuando me enfurecen. ¿Lo has entendido bien, Torak?

-Sí, sí-, asintió rápidamente el anciano. -Os juro que os devolveremos vuestros generadores sin desperfectos ni daño alguno.

-Eso espero.

-Acabemos con esto cuanto antes, hermano-, murmuró Nodius deseando salir de la sala. -Te ayudaré a quitarte tu servoarmadura.

-.-

Mordekay y Karakos dieron una vuelta rápida para inspeccionar el asentamiento. Sus impresiones iniciales se vieron confirmadas casi inmediatamente. El estado calamitoso de las viviendas explicaba mejor que las palabras las duras condiciones de vida de los habitantes de Pueblo Putrefacto, pero lo que más les llamó la atención fue la total falta de defensas organizadas para protegerse de incursiones y saqueos por parte de piratas y otros grupos igual de peligrosos. Tampoco había armerías, establecimientos comerciales, calzadas ni edificios de gobierno. "¿Qué clase de lugar es este?", se preguntó a sí mismo el último sargento de la Escuadra Laquesis.

Por fortuna, pudo aprovechar el paseo de reconocimiento para responder las preguntas de Karakos, informándole de los sucesos que habían ocurrido en Caliban, la traición de Lion El'Johnson, el bombardeo del monasterio fortaleza de Osul, su viaje forzoso a través de las corrientes de la Disformidad y finalmente la invitación del Oráculo Mentiroso que le entregó en persona el demagogo Tristam Denieri. Karakos escuchó maravillado todo lo que le contó, interrumpiéndole únicamente para hacerle unas pocas preguntas en asuntos que el calibanita había dado por sentado.

-Es una historia asombrosa-, reconoció el psíquico claramente impresionado. -¿Crees que fue esa estancia milenaria en las profundidades de la Disformidad la que provocó que brotasen los cuernos de la cabeza de Nodius?

-¿De qué hablas?-, preguntó Mordekay sorprendido y deteniéndose de golpe. -Nodius no tiene cuernos.

-Sí, sí los tiene. Te lo aseguro.

-¿Y por qué no los hemos visto ni Lambo ni yo?-, preguntó mirando fijamente a los ojos de su interlocutor.

-Tal vez os neguéis a verlos, aunque son bien visibles. Quizás vuestras mentes todavía no se han serenado del todo de vuestra estancia en la Disformidad. Sea cual sea la causa, yo puedo verlos sin recurrir a mis poderes psíquicos y apostaría a que también pueden verlos los habitantes de Cuerpo Putrefacto.

-Lo que dices es muy preocupante-, murmuró Mordekay visiblemente alarmado al tiempo que volvía a caminar mirando al frente, -pero ahora debemos reunir información. Luego averiguaremos si lo de Nodius es cierto. Llegado el caso, déjamelo a mí. Yo me encargaré de decírselo.

Su paseo les llevó al espaciopuerto, donde pudieron contemplar con sus propios ojos que el estado de las instalaciones eran tan ruinoso como les habían descrito Lambo y Nodius. Hangares vacíos, dispositivos estropeados y unas pocas personas realizando labores de mantenimiento que difícilmente podían contribuir a las reparaciones que necesitaba el espaciopuerto con tanta urgencia. Mordekay decidió no perder más tiempo y se acercó a uno de los trabajadores, un hombre de mediana edad, más bajo y delgado de lo normal, con la piel extremadamente pálida y un ojo de color azul cielo y el otro rosa aguado.

-Necesito que respondas a unas preguntas-, le dijo acercándose más de lo necesario para intimidar todavía más al hombre. -¿Dónde está todo el mundo?

-Trabajando en las minas del norte, terrible guerrero.

-¿Minas? ¿Qué sacáis de esta tierra polvorienta?

-Cobre rojo y otras rocas que no sé cómo se llaman.

-¿Y qué hacéis luego con los minerales? No he visto fundiciones ni forjas.

-Lo traemos aquí y los dejamos en los hangares para comerciar con los viajeros que vienen a Kymerus.

-Eso es interesante ¿Qué productos os entregan a cambio?-, quiso saber Karakos, uniéndose al interrogatorio.

-Agua y comida, sobre todo. A veces también nos traen alcohol, herramientas, armas, ropas casi nuevas y esclavos, pero los esclavos son muy caros y pocas veces podemos comprarlos.

-No entiendo por qué los piratas simplemente no os quitan todo lo que tenéis-, reconoció el calibanita. -No tenéis defensas y vuestras armas son endebles. ¿Por qué no os atacan?

-Porque Cuerpo Putrefacto está protegido por el Templo de las Mentiras. Nadie se atrevería a hacer enfadar al Oráculo Mentiroso. Él nos protege...es muy poderoso... y tan sólo nos pide que le demos la mayor parte de lo que conseguimos comerciando... y a veces también nos ordena que le entreguemos a varios de los nuestros cuando necesita hacer sacrificios.

-Cuerpo Putrefacto y el Templo de las Mentiras, ¿son los únicos asentamientos humanos del planeta?

-Sí, sí. Dices bien. En el resto de Kymerus sólo hay desiertos vacíos.

-¿Puedes contarnos cómo es el interior del Templo de las Mentiras?-, quiso saber Karakos.

-Nunca he estado allí, poderoso guerrero, pero todo el mundo sabe que se parece al vientre de una nave espacial, aunque está lleno de libros y de cosas todavía más extrañas y terribles... hay muchos fantasmas y demonios recorriendo sus oscuros pasillos.

-Entiendo-, asintió Karakos siguiéndole la corriente al lugareño.

-Y además del Oráculo Mentiroso, ¿quién manda en Cuerpo Putrefacto cuando tenéis que tomar alguna decisión?

-Las familias. Las familias se reúnen y los viejos hablan y hablan. No suele haber peleas, aunque a veces son cosas que pasan. Recuerdo que una vez...

-Ya nos hacemos una idea-, lo interrumpió Mordekay perdiendo lo poco que le quedaba de paciencia al darse cuenta de que las pesquisas no iban a salir de la forma que él había esperado en un principio. -Gracias por tu ayuda.

Los dos Astartes salieron del espaciopuerto en silencio. En el exterior, el cielo anaranjado había dado paso a un azul polvoriento y oscuro, que indicaba la proximidad del atardecer. A lo lejos, también pudieron ver una fila silenciosa de hombres y mujeres que venían del norte arrastrando sacos repletos de piedras minerales y metales en bruto. Debía haber más de un centenar de personas de todas las edades, con sus ropas polvorientas, caras sucias y gestos cansados. Los habitantes de Cuerpo Putrefacto estaban regresando a casa.

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