viernes, 11 de enero de 2013

CANCIÓN-OCULTA (2 - 3)


Alrededores de Cochrane, Alberta (Canadá)
6 de julio de 1992

La frustración de Canción-Oculta crecía por momentos. Nadie le había advertido que era posible que les atacasen siervos del Wyrm a lo largo del camino y ahora uno de ellos estaba apuntando directamente a Margaret con un viejo revólver. Durante unos segundos, intentó mantener su cuerpo completamente quieto mientras evaluaba las posibilidades que tenía para interponerse en la trayectoria del disparo y salvar la vida de la joven antes de que se recuperasen los otros dos atacantes.

-Sé lo que estás pensando-, le dijo el pistolero desde la ventana. -Crees que vas a convertirte en el gran héroe de tu bonita novia, pero esta no es tu noche. Aunque lograses protegerla con tu cuerpo, te mataría con la primera bala de plata... y luego ella pagaría de todas formas las consecuencias de tus actos.

-No tienes balas de plata. Es un farol...

-Si crees que miento, intenta jugármela-, respondió el hombre con una sonrisa malsana. -¡Vamos, adelante!

El Colmillo Plateado respiró pesadamente intentando contener su furia y pensar con claridad. Su instinto de Philodox le gritaba que el líder de aquellos sicarios no mentía. De hecho, ya había ganado el partido y ambos lo sabían. "Es tu oportunidad para liberar a Margaret de la esclavitud de los Colmillos Plateados y uniros juntos al Wyrm. ¡Cógela antes de que sea tarde!", susurró una voz dentro de su cabeza. Canción-Oculta trató de alejar los murmullos de la locura traidora que quería arrastrarle a su perdición y se concentró en el presente.

-¿Qué es lo que quieres?-, preguntó intentando ganar tiempo.

-Quiero que te transformes en humano y salgas fuera de la habitación para que podamos hablar de hombre a hombre-, le respondió el pistolero. -Hazlo despacio, lentamente.

Canción-Oculta miró a Margaret tratando de darle ánimos y luego caminó hacia la puerta mientras su poderoso cuerpo Crinos se empequeñecía hasta adoptar su forma Homínida. Los otros dos atacantes, que se habían puesto en pie torpemente, se apartaron de su paso sin perderle de vista. En el aparcamiento le estaba esperando el pistolero, que tenía una imagen verdaderamente pintoresca. Parecía un hombre de unos cuarenta y muchos años, de pelo rubio sucio y barba espesa. Vestía unos pantalones vaqueros, una camisa negra sobre la que llevaba puesta un cinturón de munición salpicado de balas normales y plateadas, y un pañuelo rojo anudado al cuello. También llevaba puestas unas gastadas botas de cuero con punta de metal y espuelas en los costados que le llegaban hasta la altura de las rodillas. El hombre le estaba apuntando con el típico revólver de las películas de Far West y tenía otro más descansando en una de las dos pistoleras que llevaba atadas al cinturón y a sus piernas.

El pistolero no estaba solo, por supuesto. Eso hubiera sido pedir demasiado. A su lado había una especie de persona hipermusculada hasta un punto nauseabundo, que se parecía más a un cáncer andante que a un ser humano. Aquel monstruo iba completamente desnudo, aunque afortunadamente no parecía tener genitales ni órganos sexuales de ningún tipo. El otro de los sicarios del Wyrm era un enano, que tenía la mitad de su cara "fundida" y arrugada en una especie de pliegue carnoso en el que había desaparecido su ojo izquierdo. Sus ropas, por llamarlas de alguna forma, eran un amasijo de andrajos y telas mugrientas que se estaban cayendo a cachos. "Son Fomori", se dio cuenta Canción-Oculta mientras daba unos pasos hacia el aparcamiento.

-¡Traed fuera a su novia!- gritó el pistolero sin dejar de vigilarle ni un segundo.

Margaret comenzó a chillar y tratar de resistirse. Canción-Oculta tuvo que tragarse su orgullo, permaneciendo completamente quieto. "No la cagues", se dijo a sí mismo. "Eres un Media Luna. Contén tu rabia y espera a que se confíen". Sus buenas intenciones casi se vinieron abajo cuando vio a la mujer vestida completamente de cuero negro sacando a Margaret de la habitación con el filo de su cuchillo apoyado sobre el cuello de su protegida. El hombre herido que había echado la puerta abajo también salió tambaleándose despacio. "Ese no aguantará muchos tiempo. Ha perdido demasiada sangre", se dijo a sí mismo para darse ánimos.

-Ahora te toca a tí, Gusano. ¡Busca!-, ordenó el pistolero.

-Sí, jefe-, respondió el enano corriendo con paso irregular hacia la habitación que habían ocupado hasta entonces.

Canción-Oculta no necesitó más pistas para saber lo que estaba pasando. Esos bastardos querían la carta destinada a lady Agata Blaisdon. El joven maldijo en silencio a lord Abercorn y Cunnigham por no haberle advertido de la importancia que tenía esa misiva. "Si hubiesen confiado en mí, habría tomado algunas medidas de precaución", reflexionó con amargura. "Nos van a matar por su puta culpa". Cerca de él, Margaret seguía llorando, imaginándose sin duda las cosas terribles que no tardarían en pasar.

Después de unos largos minutos, el enano salió triunfante de la habitación sosteniendo en alto la carta enrollada que Canción-Oculta había traído consigo desde Vancouver.

-¡La tengo! ¡La tengo!-, exclamó eufórico.

A continuación, el enano se alejó corriendo entre las risas alegres de sus compañeros y desapareció en las sombras más allá de las luces de neón del motel de carretera. El pistolero lo ignoró por completo y habló con Canción-Oculta como si fuesen viejos amigos.

-¿Cuál es tu nombre?-, preguntó con voz tranquila.

-Jacob-, respondió él cortante.

-Encantado de conocerte, Jacob-, dijo el pistolero ignorando el tono de su voz. -Yo soy Relámpago.

-Ya veo. ¿Debería decirme algo ese nombre?

-Por supuesto-, respondió el pistolero visiblemente decepcionado, -pero el tiempo discurre de un modo extraño en Malfeas, así que puede que ya no se hable tanto de mí como antes...

Canción-Oculta sintió un siniestro escalofrío recorriendo su espalda cuando escuchó ese nombre maldito. Malfeas. El reino del Wyrm. Se decían muchas cosas de ese lugar, pero todas las historias estaban de acuerdo en que era una tierra de locura y corrupción, situada en los confines más remotos de la Umbra Profunda, donde estaba oculto el maldito Laberinto de la Espiral Negra. "¿Por qué desearían los señores de Malfeas la carta de lord Abercorn?", se preguntó inútilmente Canción-Oculta. Sin embargo, el pistolero interrumpió de nuevo el rumbo de sus pensamientos.

-En cualquier caso-, comenzó a decir, -aquí estamos tú y yo. Te diré lo que vamos a hacer. Siempre que me tropiezo con un Colmillo Plateado le doy la misma oportunidad.

Relámpago dejó de apuntarle con su pistola, abrió el tambor y sacó todas las balas excepto una. Canción-Oculta se planteó atacar en ese momento, pero la mujer de cuero negro no le perdía de vista y, de hecho, apretó ligeramente el filo de su cuchillo contra la piel de Margaret, provocando un pequeño hilillo de sangre en su cuello a modo de advertencia. "Mierda, mierda", se dijo a sí mismo el Colmillo Plateado.

Relámpago volvió a cerrar el tambor del revólver y lo alzó para que pudiese verlo mejor.

-Es un colt del cincuenta y uno-, le dijo orgulloso. -Ya no se fabrican armas como esta. Es toda una preciosidad-. Bajó el revólver y se lo lanzó sin dificultad con un movimiento rápido y fluido. -Si me matas, Colmillo Plateado, tú y tu chica os habréis ganado vuestra libertad.

-¿Crees que soy estúpido? Si te mato, tus monstruos de feria la matarán a ella para vengarse antes de que los destroce.

-No, no, no. Ellos no son como tú piensas. ¿Verdad, chicos?-, se burló Relámpago.

Los Fomori reunidos comenzaron a intentar negar sus sospechas entre risotadas divertidas y expresiones obscenas. Estaba claro que estaban disfrutando enormemente con el espectáculo que les estaba ofreciendo su jefe. Margaret, por su parte, lo miró con los ojos llenos de lágrimas pero decidida a darle ánimos para terminar con esta farsa. Su apoyo le dio al metis las fuerzas que necesitaba para intentar salvarla.

-Está bien. Jugaré a tu maldito juego.

Relámpago asintió satisfecho y retrocedió unos cuantos pasos para dejar una distancia "justa" entre ellos, mientras movía despacio los dedos de su mano izquierda con anticipación a escasos centímetros de la culata de su revólver. Ambos se miraron a los ojos, estudiándose. Canción-Oculta no se hacía ilusiones sobre sus posibilidades reales de ganar. Sabía que los Fomori nunca aceptarían un desafío justo. Él estaba condenado, pero tal vez pudiese liberar a Margaret del sufrimiento que le esperaba.

-Dispara-, gritó el pistolero.

No tuvo ninguna oportunidad. Relámpago se movió a una velocidad sobrehumana que apenas era posible de seguir con la mirada. Para cuando comenzó a alzar el revólver, el pistolero ya había desenfundado su arma y disparado sin misericordia contra él. Canción-Oculta sintió un dolor desgarrador en el pecho antes de ser consciente siquiera de haber escuchado el disparo. "Lo siento, Margaret", quiso decir mientras su boca se llenaba de sangre. En cuestión de simples, pero dolorosos segundos, la negrura lo envolvió por completo.

-.-

Pasó un tiempo indeterminado del que no fue consciente. No oyó los gritos, ni las risas, ni las voces de los monstruos. Cuando finalmente volvió en sí, un dolor agónico se fundió con él en un doloroso abrazo que parecía no tener fin. Abrió los ojos despacio, a costa de un gran esfuerzo. Estaban otra vez en el aparcamiento, bajo el cielo nocturno. Tenía frío, mucho frío, y sentía una hoguera ardiente dentro de su pecho. Una voz familiar intentó tranquilizarle.

-Calma, ya se han ido-, murmuró Margaret llorando. La hermosa joven tenía un aspecto horroroso. Su cara estaba llena de moratones y pequeñas cicatrices, lo que dificultaba reconocerla. Tenía sangre por todas partes: en su piel, en los restos de su camisón...

-¡Hijos de...!-, intentó decir Canción-Oculta. -¿Qué te...?

-Sshh, sshh-, le dijo. -¡Ya ha pasado, ya ha pasado!- Sus palabras se rompieron en un torrente de lágrimas que le causó más dolor al metis que todas las heridas que pudieran hacerle sus enemigos.

Canción-Oculta intentó hacer un gesto para abrazarla, para consolarla de la única forma que podía, pero ni siquiera podía levantar los brazos sin sentir una agonía. Aun así lo intentó de todas formas. Ella protestó, apartando su mano de golpe, mientas le cubría con una manta de una de las habitaciones. El maltratado rostro de Margaret estaba cubierto de lágrimas.

-Lo siento... lo siento-, intentó murmurar Canción-Oculta. -Es... mía... culpa mía. No fui... rápido.

-Él quería que te diera un mensaje-, le respondió ella con un hilo de voz mientras se estremecía por el dolor o el frío de la madrugada. -Dijo que nos había dejado vivos para fueses un rival mucho mejor la próxima vez que os encontraseis. A mí... a mí me dejó con vida para que tuviera... a su... a su bastardo. Dijo que él nunca fallaba-, la voz de Margaret se quebró en ese punto y lloró desconsolada.

Canción-Oculta cerró los ojos incapaz de mirarla a la cara de la vergüenza que sentía al no haber sido capaz de protegerla como era su obligación. A pesar del dolor que lo inmovilizaba, hizo un nuevo intento de elevar al menos un brazo, para cogerle la mano.

-¿Y los dueños del motel? ¿Han llamado a la policía?-, preguntó sospechando la respuesta.

-No, están muertos... a ella también la violaron... pero la mataron... ¿por qué no me hicieron los mismo? ¿Por qué? Yo... no quería... no quería vivir... sólo quería morirme también.

Ambos permanecieron mucho tiempo allí, llorando bajo la indiferencia de las estrellas sobre el frío asfalto del aparcamiento del motel. Ni siquiera la luna creciente que veían parecía capaz de ofrecer algún consuelo ante una situación tan desesperada. Sin embargo, Margaret era más fuerte de lo que ninguno de los dos creía y después de un tiempo lamentándose sin encontrar alivio alguno para el infierno que había sufrido, reunió las suficientes fuerzas de voluntad para volver hablar:

-Todo esto es culpa vuestra... Quiero irme lejos, muy lejos, donde nadie me pueda encontrar... Quiero irme Jacob... ¿Cuántas veces tengo que sufrir para que lo entiendas?

-Vete, vete-, respondió el metis habiendo tomado su propia decisión. -Sé libre... haz lo que siempre soñaste... yo asumiré todas las culpas... Coge el coche y vete ahora mientras puedas.

-No. No puedo dejarte solo-, se negó ella. -Tus heridas...

-Sobreviviré... Soy un maldito hombre lobo... Huye, por favor.

-Gracias, gracias-, dijo ella llorando de nuevo. Su breve fortaleza se había venido abajo. Le acarició la frente con sus dedos temblorosos en un último gesto de despedida y luego se alejó tambaleándose hacia el coche. Canción-Oculta cerró los ojos sin intentar contener el torrente de lágrimas que venía a su encuentro. "Adiós, Margaret. Adiós".

No hay comentarios:

Publicar un comentario