miércoles, 30 de enero de 2013

CANCIÓN-OCULTA (3 - 2)


St. Claire, Washington (EE.UU.)
2 de noviembre de 1992

Tal y como había temido en un principio, su manada estaba luchando en esos momentos por sobrevivir. Él mismo estaba enzarzado en un fiero combate con una versión corrupta de sí mismo: un Colmillo Plateado al servicio del Wyrm. Los Galliard llamaban Espirales Plateadas a semejantes traidores, que suponían una gran vergüenza para el honor de toda su tribu. Sin embargo, Canción-Oculta no tenía tiempo para sentirse avergonzado. Sólo podía concentrarse en su adversario y tratar de derrotarlo. Ni siquiera la voz invisible que se ocultaba en las profundidades de su mente había tenido tiempo para entonar sus cantos de sirena.

Su enemigo era rápido, pero no demasiado hábil, lo que igualaba mucho el combate a pesar de que le sacara más años, y por tanto más experiencia, que los que poseía el joven Philodox. Su rápida aparición caminando de lado desde la Penumbra le había proporcionado la oportunidad de sorprenderle y golpearle a traición durante los primeros segundos, pero Canción-Oculta se había impuesto a la sorpresa y ahora los dos estaban rodando por el suelo, forcejeando para encontrar un espacio donde hundir las garras o morder con sus grandes fauces en forma Crinos.

La Espiral Plateada logró ponerse encima suyo y le clavó con fuerza las garras en sus brazos. Canción-Oculta aulló de dolor sin dejar de forcejear. Su rival apartó la cabeza para coger impulso antes de darle una buena dentellada, pero esta vez el joven Philodox se anticipó a su ataque y consiguió que sus garras atravesasen la piel de su cuello. Su enemigo se apartó de él de inmediato con un entrecortado gañido de dolor mientras usaba una de sus grandes manos para contener la sangre que manaba a chorros desde su garganta.

Libre para moverse con libertad, Canción-Oculta rodó por el suelo para aumentar la distancia que lo separaba de su rival. Con un rápido vistazo, vio a Lars y Voz-de-Plata luchar contra dos hombres más, mientras Crow aferraba firmemente el tobillo del más gordo. El Theurge debía haberles seguido por la Penumbra y caminado de lado para ayudar a sus hermanos más necesitados. A pesar de la profunda furia que sentía en su interior, Canción-Oculta se obligó a pensar con frialdad. La Espiral Plateada estaba gravemente herida, aunque ni mucho menos derrotada, un francotirador permanecía escondido en alguna parte y podrían llegar refuerzos enemigos en cualquier momento. Por más que le doliese, su fría mente de Philodox llegó a la única conclusión razonable: huir.

Se alejó corriendo hacia sus hermanos mientras la frustrada Espiral Plateada desenrollaba con la mano libre un látigo de púas y espinas que había llevado hasta ese momento alrededor de la cintura. Probablemente su reacción también había sorprendido al misterioso francotirador que había cerca porque llegó a cobijarse tras unas tuberías sin recibir ni un solo disparo. Justo ese momento Lars hundió profundamente sus garras en el tipo obeso al que Crow aferraba por el tobillo con sus fauces, condenándolo a una muerte larga y extremadamente dolorosa. No obstante, también vio a tres guardias, armados con fusiles automáticos, venir corriendo hacia ellos tan rápido como podían. "No vamos a quedarnos", pensó él con rapidez.

-¡Marchaos!-, les ordenó a sus hermanos usando el tono de voz más autoritario que pudo reunir dadas las circunstancias. -¡Volved a la arboleda!

Un disparo hizo saltar chispas contra una tubería a pocos centímetros de su cabeza. "Maldito francotirador", maldijo el Colmillo Plateado mientras procuraba agacharse para no ser un blanco fácil.

-¿Y Faruq?-, aulló Voz-de-Plata desde su posición. -¿Y los niños?

-Yo me encargo de eso-, le respondió él. -Lars, ¡sácalos de aquí ahora mismo!

-¡Suerte!-, gruñó el Theurge.

Canción-Oculta se arriesgó a echar otro vistazo. Los tres guardias estaban tomando posiciones a su alrededor, con sus mortíferas armas listas para realizar su trabajo. No habían entendido los aullidos y gruñidos de la lengua Garou, pero la Espiral Plateada sí que lo había hecho, aunque no pudiera hacer nada para impedirles escapar.

Resguardados en su posición, sus hermanos estaban contemplando su propio reflejo con suma atención. Canción-Oculta no esperó a verlos desaparecer caminando de lado, sino que corrió con todas sus fuerzas entre las tuberías, adentrándose hacia el interior de las instalaciones.

-No os quedéis ahí parados, imbéciles-, escuchó gritar a una voz destrozada con un marcado acento ruso. -Perseguid al que se escapa. ¡Acabar con él, maldita sea!

-.-

No había dejado de correr desde entonces, a pesar de estar completamente agotado. Sólo se había detenido en dos ocasiones. La primera vez lo había hecho para usar su don espiritual de Resistir Dolor, lo que le permitió ignorar los sufrimientos de las heridas causadas durante su pelea contra la Espiral Plateada. También había aprovechado ese breve respiro para recuperar su forma Homínida. Más tarde estuvo a punto de darse de bruces con una de las patrullas de guardias, pero logró esconderse a tiempo detrás de unas cajas durante un largo y aterrador minuto. La voz invisible de su cabeza eligió ese momento para susurrarle todo tipo de amenazas y proposiciones de traición inimaginables, con una fuerza que aturdió al joven Philodox, pero logró ignorarla a fuerza de recordarse los lazos que lo unían con sus hermanos de manada y el profundo cariño que les tenía.

Durante la carrera, no había encontrado ni rastro de Faruq, aunque por otro lado tampoco había escuchado nuevos disparos. Eso parecía una buena señal o, al menos, eso quería creer. Aprovechando la ocasión, decidió colarse en el edificio principal utilizando una entrada abierta de carga y descarga. Parecía que la alerta antiterrorista había cogido en plena faena a los trabajadores de aquel pequeño almacén, porque dentro había un pequeño furgón de reparto, con la puerta abierta y cajas de cartón en completo desorden por todas partes. Canción-Oculta pasó junto a dos carretillas elevadoras y varias estanterías metálicas llenas de productos cosméticos empaquetados. Sólo se detuvo cuando escuchó una voz baja detrás de una puerta del almacén:

-¿Cuándo terminará este jodido simulacro?

-No lo sé, pero esta vez ha sido muy realista. Por un segundo creí que había oído disparos de verdad.

-¡Eh, vosotros dos! Espabilad. Tenemos que terminar de responder a las preguntas de las hojas de evaluación de pruebas de emergencia antes de poder volver al trabajo.

El joven Philodox perdió el interés por la conversación y abandonó el almacén a través de unas escaleras de emergencia. Subió hasta la última planta, confiando en que allí no lo buscarían por ahora mientras trataba de idear sin éxito un plan que lo ayudase a encontrar a Faruq y a los menores secuestrados. Cuando llegó al último piso, la puerta de la escaleras le condujo a un pasillo alfombrado que daba al ascensor y a dos puertas, una en cada extremo del pasillo. Otra puerta de emergencia junto al ascensor debía conducir a la azotea. En las paredes había cuadros de paisajes urbanos surrealistas. Inseguro acerca de lo que debía hacer a continuación, se acercó a una de las puertas y se puso a escuchar. Nada. Resoplando se dirigió a la otra puerta. Esta vez sí pudo escuchar una voz masculina muy enfadada:

-Me importa una mierda lo que diga Dmitri. Quiero este desastre controlado antes de una hora o empezarán a rodar cabezas-. Hubo unos instantes de silencio antes de que la voz volviese a hablar. -Exacto. ¡Díselo con esas putas palabras!

Canción-Oculta escuchó un fuerte golpe cuando el propietario de la voz colgó el teléfono. "Ahora o nunca", se dijo con firmeza. Adoptó la forma de hombre prehistórico que los Garou llamaban Glabro, aumentando su masa corporal y su musculatura. A continuación abrió la puerta de una violenta patada. Al otro lado había un lujoso despacho desde cuya cristalera se divisaba parte de las instalaciones de Pangloss, así como toda la ciudad de St. Claire. A un lado había un surtido mueble bar junto a un cómodo sofá de cuero blanco y el televisor nuevo más grande que hubiese visto nunca el joven Philodox. Al otro un ejecutivo sorprendido se sentaba sobre una cómoda silla detrás de un enorme escritorio de caoba, casi completamente desocupado salvo por un ordenador nuevo de la marca Sunburst y unos informes llenos de gráficos y columnas de datos.

El ejecutivo era un hombre de buena constitución que aún no debía haber cumplido los cuarenta años. Tenía el cabello corto y ondulado, con alguna cana en las sienes, y vestía un traje gris oscuro con una corbata color burdeos y camisa blanca. Canción-Oculta corrió hacia el escritorio para evitar que el tipo llamase a los guardias de seguridad. En lugar de hacer eso, el hombre abrió con decisión uno de los cajones de su mesa y sacó una pistola automática negra. El Colmillo Plateado cogió el teléfono y golpeó con él violentamente la cara del ejecutivo antes de que pudiese emplear su pistola. El tipo se desplomó sobre su silla, con la nariz rota y la cara cubierta de sangre. El Philodox le quitó el arma sin encontrar resistencia esta vez. Luego le quitó el cargador y observó su contenido: balas plateadas. "¿De dónde sacarán tanta plata?  ¿Y quién les fabrica las balas?", se preguntó irritado mientras arrojaba el cargador a un lado y la inofensiva pistola al otro.

-Sólo te lo voy a preguntar una sola vez. ¿Dónde tenéis a los niños secuestrados?

El ejecutivo respondió con un repentino puñetazo en la cara. Le impactó con fuerza y habilidad, rompiéndole a él también el puente de la nariz. Canción-Oculta retrocedió por la sorpresa y el hombre se levantó por fin de la silla, separando las piernas y manteniendo una posición de guardia con sus manos. "No tengo tiempo para estos juegos", decidió el Philodox mientras hizo que su cuerpo adoptase la forma Crinos. Para su sorpresa, el ejecutivo no enloqueció de terror ni se vio afectado por ningún otro efecto del Delirio que afligía a los humanos mundanos cuando recordaban instintivamente los terrores primigenios del Impergium. En lugar de eso, el hombre le dio una patada por detrás de la rodilla, doblándosela con la suficiente fuerza como para derribarlo al suelo si hubiese estado en forma Homínida. Canción-Oculta tuvo que agacharse involuntariamente para no perder el equilibrio, momento que aprovechó el ejecutivo para alzar su puño de nuevo contra su cara, pero en esta ocasión el Colmillo Plateado lo atrapó con su manaza y luego la apretó con todas sus fuerzas. Los gritos del hombre no les impidieron escuchar a ninguno de los dos el crujido provocado por los huesos al partirse al unísono.

Canción-Oculta soltó la mano del ejecutivo y lo agarró por el cuello, alzándolo en vilo a unos buenos centímetros del suelo. Sin embargo, se detuvo al escuchar ruidos a su espalda. Utilizando al ejecutivo como escudo humano, se volvió a tiempo para ver a dos guardias de seguridad apuntándole con sus pistolas automáticas.

-¡Suelta al señor Norge! ¡Ahora!-, le gritó el más viejo de los dos, pero su voz parecía más asustada que amenazadora.

-¡No!-, gruñó Canción-Oculta con una voz gutural e inhumana. -Soltad las armas o lo mato.

-¡No! ¡Ni se os ocurra soltarlas!-, gritó el hombre que tenía apresado. Había un fuerte deje nasal en sus palabras-¿Qué? ¿Hacemos un trato, hijo de puta?

Canción-Oculta tenía que reconocer que el tipo era un hueso duro de roer, algo que no le venía bien precisamente. Apretó su presa con más fuerza para asegurarse de que su víctima no intentaría ninguna estupidez y luego dio unos cortos pasos hacia el gran ventanal que iluminaba el despacho. Oyó más pasos. Otro guardia entró en el despacho apuntándole con un arma automática.

-Escucha. No seas estúpido-, siguió diciéndole el ejecutivo mientras él calculaba en silencio las posibilidades que tenía de salir con vida si atravesaba de un salto el ventanal. -Ninguno de los dos tiene que morir hoy. Yo soy un hombre de negocios y tú una criatura de honor. ¡Hagamos un trato que nos beneficie a ambos!

-¿Quién eres?-, le gruñó Canción-Oculta para ganar tiempo.

-Michael Norge. Director de Pangloss Cosmetics. Soy la persona que está al mando de las actividades de la empresa en St. Claire.

Los guardias no dejaron de apuntarle en ningún momento. Canción-Oculta estaba seguro de que si hacía cualquier amago de saltar,abrirían fuego con sus armas, incluso si para ello tenían que matar a su jefe. Michael Norge también debía saberlo, de ahí la desesperación de su voz, pero el Philodox necesitaba algo más que palabras vacías para sobrevivir esa mañana.

-Será mejor que el trato que me propones merezca la pena, porque nos quedamos sin tiempo-, le amenazó a su vez para que no creyese que podía jugársela.

-De acuerdo... escucha... Júrame por tu honor que me dejarás con vida y que ni tú ni tu manada volverá a atacar esta fábrica nunca más y os dejaré que os marchéis sin que nadie os lo impida.

-No me voy a ir sin los niños secuestrados-, le presionó él.

-Nosotros no hemos secuestrado a esos malditos críos. ¡Te lo juro!-, le aseguró Norge. -Rapta Pañales no trabaja para nosotros. ¡Somos los menos interesados en que haya tanta atención mediática sobre St. Claire, créeme!

Hubo algo en sus palabras que convenció a Canción-Oculta de que Michael Norge decía la verdad. Su instinto de Philodox le decía que era así. Pangloss estuviese enzarzada en otros asuntos ilegales, puede que incluso más graves que el secuestro de siete menores, pero desde luego no les interesaba tanta atención sobre esta ciudad. El cerebro de Canción-Oculta siguió trabajando a toda velocidad.

-Tú y yo somos enemigos. Aunque aceptara el trato que me propones y tú lo respetases, avisaría de inmediato a otras manadas de hombres lobo para que detengan vuestros planes en St. Claire.

-Lo sé. Es razonable. Yo también tendré más refuerzos para recibirlos cuando llegue el momento. Pero lo importante es que tú y yo salvemos la vida... Ninguno de nosotros tiene por qué morir hoy.

-¿Ellos obedecerán tus órdenes?

-Lo harán, si no haces ninguna tontería.

-¿Y el hombre lobo ruso?

-¿Quién? ¿Dmitri?-, preguntó Norge. -Sí, el también las obedecerá.

Canción-Oculta captó una breve inseguridad en las palabras del hombre. No obstante, no tenía más opciones. Debía apostar por la negociación antes de que la Espiral Plateada y los otros guardias de seguridad tuviesen tiempo para planear una trampa por su cuenta.

-Está bien, Michael Norge. Le daré una oportunidad a la oferta que propones. Sin embargo, pongo dos condiciones: no debe haber guardias a lo largo de nuestro camino hasta la salida y te llevaré conmigo hasta los límites del territorio de la empresa para asegurarme de que tus subordinados no intentarán jugármela. Si aceptas esas condiciones, te daré mi palabra de honor de que no te mataré y que mis hermanos no atacarán de nuevo esta fábrica. Tras decir eso acercó las puntas de sus garras al cuello del hombre. -¿Qué me dices? ¿Aceptas mis condiciones?

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