martes, 8 de enero de 2013

FARUQ (2 - 2)


Vancouver, Columbia Británica (Canadá)
7 de julio de 1992

Fuerza-de-la-Letanía detuvo el coche en la calle Hastings a las once de la noche. Los cutres bares de la zona prestaban su servicio habitual a alcohólicos crónicos y a figuras derrotadas que se cobijaban patéticamente en los portales. En realidad no importaba la hora del día o de la noche a la que uno llegase a una calle como esta, incluso en una ciudad relativamente tranquila como Vancouver. Faruq intentó ignorar las luces del coche de policía y la ambulancia que estaban recogiendo los restos de otra pelea de borrachos o, tal vez, de una lucha a cuchillo entre los pandilleros asiáticos que se beneficiaban de los servicios de "protección" de las calles cercanas. Desde donde estaban, era imposible saber cuál de las dos posibilidades había sucedido, ya que un pequeño muro de curiosos les impedía tener una línea de visión clara.

-¿Seguro que quieres hacerlo esta noche?-, preguntó innecesariamente su compañero de tribu.

-Sí, quiero darles las gracias personalmente.

-Entonces te veré luego. Procura no meterte en problemas.

Faruq se bajó del vehículo desganado. Cerró la puerta con suavidad y se asomó por el hueco dejado por la ventanilla.

-Gracias por todo lo que has hecho por mí hoy, Galen.

-No hay problema-, le respondió él con un gesto de su mano que trataba de restar importancia al duro día que había tenido que soportar el Ragabash. -Algún día te tocará a ti hacer lo mismo por otro joven Garou y estaremos en paz.

Sólo pudo asentir con la cabeza conmovido, intentando contener una vez más todas las emociones que habían despertado durante su breve reencuentro con su madre, y se alejó caminando por la acera mientras esquivaba a la fauna de mirones, borrachos, prostitutas, drogadictos y matones que llamaban hogar a esta parte de la ciudad.

"¿Por qué los Moradores de Cristal se reúnen en un sitio como este?", se preguntó sorprendido una vez más. Era poco lo que sabía de esa misteriosa tribu, tan solo rumores y chismes. Las historias más amables decían que habían renunciado a su lado lobuno, mermando intencionadamente sus lazos espirituales para poder vivir en las ciudades sin renunciar a la compañía humana. Los rumores más siniestros, sin embargo, hablaban de oscuros pactos, llegando incluso a insinuar que toda la tribu había traicionado a Gaia y vendido sus almas a la Tejedora. Sin embargo, había dos datos seguros en esa maraña de rumores y mentiras: los Moradores de Cristal eran los Garou que mejor comprendían los secretos de la tecnología moderna, además de ser la tribu con mejores conexiones con la sociedad humana.

Apartó a un lado sus pensamientos cuando sus pasos lo dejaron frente a un edificio de aspecto ruinoso con la fachada ennegrecida por un incendio pasado y en el que todas las puertas y ventanas estaban completamente atrancadas por gruesas tablas de madera. Un cartel de neón sin luces anunciaba que aquel antro se había llamado en otro tiempo "El Buda Sonriente", aunque algún vándalo había arrancado varias letras por diversión. Comprobando que nadie le estaba observando en ese momento, Faruq se introdujo entre las tablas decoradas con pintadas callejeras de la entrada.

Curiosamente, el interior no olía a orín, ni había sido víctima de las depredaciones típicas de los okupas y  los mendigos. Eso sí, la luz de las farolas de la calle apenas bastaban para que Faruq pudiese hacerse una idea del estado real de desolación del lugar. El Ragabash dio unos pocos pasos vacilantes, acercándose a lo que creía que era una barra de bar. Justo en ese momento una luz brillante rasgó la oscuridad, cegándole dolorosamente los ojos.

-¿Quién coño eres tú?-, preguntó una voz masculina cargada de agresividad.

-Mi nombre es Faruq. Soy un amigo de Stanley Park.

-Vas a tener que ser más concreto, porque yo no tengo ningún amigo con ese nombre.

-A lo mejor tu problema es que no tienes muchos amigos para empezar. ¿Te da miedo un chico desarmado? ¡Deja de apuntarme con esa estúpida linterna!

El desconocido apartó la luz de su cara mientras se reía divertido por la bravata del joven. A continuación se acercó con unas cortas zancadas y le ofreció su mano.

-Perdona este frío recibimiento. Soy Andrew Clarence, Ahroun de los Moradores de Cristal y Protector del Buda Sonriente.

-Acepto tus disculpas. Yo soy Faruq, Ragabash de los Caminantes Silenciosos-, respondió sin quejarse mientras la manaza del Ahroun apretaba dolorosamente la suya. -Vengo a hablar con Roger Daly.

-Entonces tienes suerte. El gran jefe aún está en el local. ¡Ven! Te llevaré hasta él.

-Gracias.

-Oye, una pregunta-, le preguntó Andrew mientras iluminaba unas escaleras que subían al piso superior detrás de un tabique ennegrecido. -Tú eres uno de los Garou de la manada de las Cinco de Garras de Gaia, ¿verdad? ¿Es cierto todo lo que cuentan de vosotros?

-A veces-, reconoció Faruq con una sonrisa traviesa.

-.-

Aunque el resto del edificio tenía el mismo aspecto deteriorado que había visto en la planta baja del local, los pisos superiores estaban bastante limpios y ordenados. Faruq no había tenido mucho tiempo para curiosear precisamente, pero le había bastado una breve ojeada para fijarse en el moderno cableado eléctrico recorriendo las paredes desnudas, las pequeñas alarmas escondidas en ventanas y escaleras, y las puertas refuerzadas con planchas metálicas para comprobar que por alguna razón los Moradores de Cristal daban gran importancia a este lugar. A Faruq le fascinaban los misterios. Durante unos instantes, consideró seriamente la posibilidad de preguntarle directamente a Andrew por qué habían elegido el Buda Sonriente, pero acabó descartando la pregunta por inoportuna. Tal vez en otro momento tendría tiempo suficiente para curiosear por su cuenta.

Andrew le llevó ante una puerta. Al otro lado había un lujoso despacho de ejecutivo, con todas las comodidades que uno pudiera imaginarse. Una chimenea eléctrica apagada dominaba uno de los lados de la habitación, mientras que en el otro había un elegante mueble bar, aparentemente muy bien surtido, rodeado por dos pequeñas estanterías que estaban ocupadas por libros de todos los tamaños y colores. Frente a unos pesados cortinones negros que cubrían las ventanas tapiadas, había una mesa de cristal en el que estaba fijado un potente ordenador IBM con sus múltiples accesorios y cables, además de una lámpara metálica, varias carpetas para documentos y un teléfono. Dos impolutos sillones de cuero blanco se encontraban junto al escritorio para las visitas.

El líder de los Moradores de Cristal de Vancouver se levantó de su sillón de cuero para darle la bienvenida cuando entró en su despacho. Roger Daly era un hombre elegante y de estatura media, de unos sesenta años de edad. Tenía el  pelo corto, de color claro y perfectamente peinado, una cara afable y ojos de color gris tras unas gafas Dunhill de montura de acero. En ese momento llevaba puesto un caro traje de corte británico, además de un reloj y dos anillos de oro blanco. A pesar de la sonrisa beatífica de su rostro, había algo en la frialdad de sus ojos grises que alarmó inconscientemente al joven Caminante Silencioso.

-Vaya, no esperaba visitas-, comentó su anfitrión mientras le daba la mano. -Bienvenido al Buda Sonriente.

-Me alegro que pueda verme con tanta precipitación, señor Daly-, respondió Faruq intentando estar a la altura de la formalidad del despacho. -Lamento no haber avisado. Lo decidí en el último momento.

-No te preocupes por eso ahora-, respondió él. -Ponte cómodo. ¿Puedo ofrecerte un trago?

-No gracias. En realidad no tenía pensado quedarme mucho tiempo.

El líder de los Moradores de Cristal asintió comprensivo, sentándose con elegancia sobre una de las esquinas de la mesa sin apoyar todo su peso sobre la misma. A continuación lo miró directamente a los ojos mientras le decía:

-De acuerdo. Entonces vayamos directamente al grano. Tienes toda mi atención.

-Quería darle las gracias, señor Daly-, empezó a decir Faruq. -Nunca hubiera encontrado a mi madre sino fuera por la ayuda de los Moradores de Cristal de Vancouver. Aunque aún quedan pendientes muchos asuntos entre ella y yo, no tengo suficientes palabras para agradecerle su ayuda.

-Me alegra oír eso, pero no le demos más importancia de la que tiene, ¿de acuerdo? Es lo menos que podíamos hacer los Moradores de Cristal por uno de los famosos héroes de las Cinco Garras de Gaia.

El Caminante Silencioso asintió sin decir nada más, pero no se movió de su asiento. Roger Daly le observó bien durante unos segundos, evaluándolo, luego consultó su reloj de oro blanco y finalmente volvió a mirar al Ragabash.

-Escucha, Faruq, los dos tenemos poco tiempo. ¿Hay algo más que quieras decirme, por favor?

-Sí-, reconoció él. -Me gustaría pedirle dos favores que estaría dispuesto a devolver cuando los Moradores de Cristal me lo pidiesen.

-Interesante. Explícate mejor, por favor-, le pidió Roger Daly con un pequeño brillo en sus ojos grises.

-Yo no tengo dinero ni influencias pero usted sí, señor Daly. Me gustaría que las usase para "cuidar" a mi madre dentro de la prisión.

-Eso podría hacerlo discretamente. No sería en absoluto un problema. ¿Cuál es el segundo favor que me quieres pedir?

-Quiero que me consiga los datos del tipo para el que trabajaba mi madre.

-Y una vez que lo encuentres, ¿qué harás?

-No lo tengo decidido-, mintió Faruq poniendo la mejor de sus expresiones neutras.

Roger Daly se levantó pensativo y se sentó sobre su propia silla de cuero negro, al otro lado de la mesa. Estuvo concentrado en sus pensamientos durante unos largos minutos hasta que por fin volvió a hablar sin mirarle a los ojos.

-Está bien. Te facilitaré también esa información pero a cambio estarás en deuda conmigo. Dos veces.

-Sí señor, lo entiendo.

-Está bien. Andrew te está esperando en el pasillo. Dile que te lleve a la "sala de espera" y quédate allí hasta que alguien te lleve una hoja con el nombre y la dirección.

-Gracias señor Daly. Se lo digo sinceramente.

Se levantó despacio y se dirigió a la puerta para salir cuanto antes del lujoso despacho del líder de los Moradores de Cristal de Vancouver, pero cuando estaba abriendo, oyó que decían su nombre.

-¡Faruq!

-¿Sí, señor Daly?-, preguntó el Ragabash volviéndose para mirar

-Si me permites un consejo, vengarte de ese hombre insignificante no te ayudará en absoluto.

-Tal vez no-, respondió Faruq manteniendo el mismo tono educado y comedido que su anfitrión, -pero a lo mejor puedo evitar que arrastre a otras personas inocentes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario