lunes, 12 de noviembre de 2012

LARS (1 - 3)


Vancouver, Columbia Británica
27 de febrero de 1992

Dolorosamente, Lars entreabrió los ojos muy despacio. En el fondo de su corazón, aún tenía la vaga esperanza de que su sufrimiento no fuera nada más que una enrevesada pesadilla que se había prolongado durante más tiempo del necesario. Sin embargo, la realidad demostró ser muy distinta. El paisaje de montaña seguía vuelto del revés, como una instantánea  mal colocada en un viejo álbum de fotografías. Era una sensación perturbadora encontrar arriba el suelo y abajo el cielo. Volvió a sentir otra arcada en el estómago, pero contuvo el vómito usando las pocas fuerzas que aún le quedaban. En su situación era imposible no hundirse en la desesperación. La cabeza le iba a reventar de dolor, su estómago seguía revelándose contra el vértigo expulsando toda la bilis posible y el frío hacía que su cuerpo temblase de fiebre.

Todo aquello era culpa de Ragnor Caza-la-Niebla, el hombre que debía haber sido su maestro y quien debía introducirlo en las costumbres y prácticas de los Theurge. Lars se lamentaba de no haber hecho caso a su instinto, que había desconfiado Ragnor cuando lo vio por primera vez. El tipo medía poco más de 1,80 m de altura, pero tenía hombros anchos, brazos fuertes y cara de pocos amigos. Su melena parda, al igual que su barba descuidada, guardaba más parecido con unas zarzas salvajes que con el pelo de un homo sapiens Sus ojos oscuros no podían evitar esconder la mirada de un loco, sensación reafirmada por los tres profundos surcos que le cortaban la mitad derecha de los labios de abajo a arriba. Sus ropas tampoco mejoraban su imagen, con su grueso jersey de lana, sus pantalones gastados y sus botas.

A pesar de cuánto lamentaría más tarde su decisión, el caso es que Lars se había subido a la vieja ranchera de aquel perturbado y permaneció a la expectativa mientras Ragnor Caza-la-Niebla lo sacaba de la ciudad y se lo llevaba a una solitaria cumbre nevada situada en algún lugar a cientos de kilómetros al norte de Vancouver. Su maestro no dijo una sola palabra durante todo aquel largo trayecto, ni respondió a ninguna de las preguntas de Lars. Eso debió haberlo preocupado. Sin embargo, Lars creía que probablemente aquello sólo se debía al mal carácter de un hombre excéntrico. ¡Qué equivocado estaba! Cuando llegaron, Ragnor le obligó a caminar durante dos horas, ascendiendo a través del terreno sin seguir ningún camino concreto. Al final, llegaron a lo alto de una pequeña cornisa ocupada por un solitario abeto, de aspecto firme, que hundía sus raíces sobre el escaso suelo terroso. Justo en ese momento, Ragnor le golpeó a traición por la espalda, haciéndole perder dolorosamente el conocimiento.

Al recuperarse, Lars había descubierto que lo había colgado boca abajo de una gruesa rama del árbol con una robusta soga de escalada. Además, ese maldito lunático le había quitado la ropa, dejándolo completamente desnudo y expuesto al frío invernal. Al principio, Lars había sentido incredulidad y miedo. Luego, había tratado de convencerse de que su situación sólo era algún tipo de prueba de resistencia física, pero a medida que se encontraba peor con el paso de las horas, desechó con facilidad aquellas vanas esperanzas. El inmenso dolor de cabeza y los esfuerzos de su estómago no lograron insensibilizar su piel frente a aquel frío omnipresente y cruel.

Desde entonces, los días y las noches se habían sucedido sin orden ni concierto, acompañados de prolongados momentos de inconsciencia junto a miserables horas llenas de dolorosas alucinaciones en las que creía que se iba a volver completamente loco. Una bandada de cuervos negros le hizo compañía en varias ocasiones. Le decían cosas, cosas extrañas, cosas que ningún pájaro debería saber, pero huían espantados al escuchar los aullidos más siniestros que hubiera escuchado nunca. En otras ocasiones, la montaña parecía sacudida por una gigantesca tormenta de nieve, que lo balanceaba peligrosamente hacia las profundidades que aguardaban con ansia su caída. En algún momento, Lars se había dado cuenta de que sufría delirios. Estaba claro que iba a morir allí, colgando para siempre como un péndulo macabro. No obstante, la peores visiones que había tenido fueron más personales. En una vio y oyó a sus padres intentando matarse a golpes en aquel lugar remoto, pero lo único que consiguieron fue acabar cayendo juntos por el precipicio, mientras que en otra vio a su hermano mayor tumbado inerte sobre la nieve, mientras un gran lobo gris devoraba las vísceras de su cuerpo congelado.

La terrible espera de Lars llegó a su fin cuando escuchó unos pesados pasos sobre la nieve. A continuación, el árbol recibió un golpe seco y Lars cayó bruscamente el suelo. Tenía la visión borrosa y la cabeza le daba vueltas una y otra vez. Intentó levantarse. Sus piernas se negaron, por lo que sólo pudo conseguir tropezar hacia delante y caer de bruces otra vez contra el frío suelo. No hizo más esfuerzos, sino que permaneció allí tumbado boca abajo, desnudo y moribundo. El destino tuvo la misericordia de obligarle a perder de nuevo la consciencia.

-.-

Cuando volvió a abrir los ojos, estaba caliente. Se hallaba junto al calor de una pequeña hoguera, protegido del frío bajo una gruesa manta. Sufría la peor jaqueca imaginable, pero estaba vivo. Inconscientemente dio gracias a Gaia por ello. Su vista tardó un tiempo en aclararse, pero cuando lo hizo comprobó en seguida que un pesado manto de nubes ocultaba la luz de Selene y de las estrellas, por lo que las sombras de la noche lo envolvían todo a excepción de la hoguera en la que se encontraba. Una figura siniestra, Ragnor Caza-la-Niebla, salió de la oscuridad y le tendió una humeante taza metálica.

-¿Qué es esto?-, se atrevió a preguntar Lars temblando al escuchar el débil sonido de su propia voz.

-Te ayudará a entrar en calor... y a soportar el dolor de cabeza.

El joven Garou maldijo en silencio, pero aceptó la taza que le ofrecía. Aunque su estómago volvió a rebelarse una vez más, los pequeños tragos de ese líquido cálido parecieron apaciguarlo y pronto se encontró mejor. Incluso el dolor de cabeza fue perdiendo fuerza, convirtiéndose en una presencia lejana en las profundidades de su mente. Ragnor Caza-la-Niebla se sentó frente a él, observándolo con sus ojos enloquecidos. Ninguno de los dos tenía ganas o deseo de hablar, por lo que pasaron cierto tiempo en silencio. Cuando se sintió mejor, Lars se atrevió a hacer la inevitable pregunta.

-¿Cuánto tiempo me has tenido ahí colgando?

-Nueve días-, le respondió huraño Caza-la-Niebla.

-Pero eso... es imposible... debería estar muerto-, balbuceó incrédulo Lars.

-Has estado con un pie en cada mundo, caminando entre la vida y la muerte.

-¿Por qué? ¿Por qué lo has hecho?

-Para probarte, cachorro-, respondió Ragnor. -Desde el principio de los tiempos, todos los hijos de Fenris que aspiran a convertirse en Modi deben superar esa ordalía. Esta noche te has ganado el derecho a ser instruido en los misterios de los Theurge de nuestra tribu.

-¡Podía haber muerto!-, le grito el joven Garou completamente fuera de sí. -¡Podías haberme matado, maldito loco!

Caza-la-Niebla se tensó con rapidez y una mirada asesina apareció fugazmente en sus ojos, lo que hizo que Lars enmudeciese de inmediato. Incluso si no estuviera tan débil y pudiese adoptar de inmediato la forma de guerra Crinos, estaba seguro de que no sería un buen rival para Caza-la-Niebla.

-No vuelvas a hacer eso-, le amenazó Ragnor. -Si hubieses sido indigno, habrías muerto bajo el árbol y no en una situación que podría haber puesto en serio peligro a tus hermanos de manada en el peor momento posible. Pero no temas, cachorro. Te repito que has demostrado tu valía, aunque te juro solemnemente que no sentiré el menor reparo en arrancarte las vísceras con mis propias manos si vuelves a faltarme al respeto.

Lars no dudó que Caza-la-Niebla podría hacerle eso y mucha más si lo irritaba demasiado. Era mejor cerrar el pico y escuchar lo que tuviese que decirle aquel jodido lunático. "¡Cómo si tuviese otra opción!", pensó con amargura.

-Supongo que ya te han explicado que eres un Theurge, cachorro-. Caza-la-Niebla parecía muy concentrado en lo que tenía que decirle. -Te habrán dicho que eso quiere decir que eres un chaman y un curandero, lo que los nativos de estas tierras llamarían un hombre medicina. Esas palabras sólo son palabras vacías para intentar describir todo lo que somos y lo que debemos hacer, pero como descubrirás muy pronto, las cosas pocas veces son tan sencillas como parecen.

Los Theurge caminamos entre los dos mundos, uniendo nuestro lado espiritual con el físico. Somos los sacerdotes de la espiritualidad sagrada. Somos los mensajeros de los espíritus, tanto de los grandes y poderosos Celestes e Incarnae, como Selene o el Gran Fenris, como de los más pequeños e insignificantes. Somos los sanadores y purificadores del espíritu y la carne. Somos los que animan a Garou y humanos a sentir el pulso de la creación que nos rodea. Somos la voz utilizada por nuestros antepasados muertos para exigir venganza o compartir su sabiduría. Somos los garantes de las leyes del Chiminaje que regulan los tratos entre los espíritus y los Garou. Somos los guardianes del saber oculto, de los rituales mistéricos y de poderes que abrumarían a las mentes más débiles. Somos las orejas que escuchan a los espíritus cuando éstos espían a nuestros enemigos. Somos todas estas máscaras y muchas otras más. En eso consiste ser una Luna Creciente.

Sobrecogido por su vehemente discurso, Lars siguió escuchando con suma atención. La noche pasó veloz mientras Caza-la-Niebla le explicaba minuciosamente los deberes y responsabilidades a los que tenía que hacer frente un Theurge. Le habló de la Umbra, el infinito reino espiritual donde yacían ocultos todos los sueños de la Creación, así como de algunos reinos que la componían: la Penumbra, que refleja a su equivalente en el mundo material, los Reinos Próximos, las Tierras Tribales y de los rumores de muchos otros lugares que permanecían ocultos incluso para los más sabios Theurge. También le habló de la jerarquía de los espíritus, del Chiminaje, de los dones que conferían, de los talismanes y fetiches, que eran objetos mágicos creados al conseguir que un espíritu permaneciese encerrado en un objeto o instrumento del reino físico, y, finalmente, del cuidado de los túmulos sagrados. Lars escuchó fascinado todas las enseñanzas que compartió con él Caza-la-Niebla, pero sintió que su instinto le gritaba dentro de su cabeza que prestase mayor atención cuando el viejo Theurge le habló de las profecías y, en concreto, de una que anunciaba la muerte de Gaia y de toda la vida: la Profecía de Fénix. Todas las tribus reconocían que era cierta, aunque nadie había podido afirmar con certeza quién era su autor. Sólo podía suponerse que era un Theurge. Incluso Caza-la-Noche pareció afectado por una sensación ominosa cuando se la recitó de memoria junto al fuego de la hoguera que compartían:

"Fénix me tomó. Me transportó en sus garras por encima del mundo, para que pudiese ver más allá de las montañas. Y miré. Contemplé el futuro.
Vi a nuestra especie diezmada. Cazada más allá de la caza, muerta más allá de la muerte, hasta el último de ellos. No habría más hijos, ni nietos, ni padres, ni madres. Ese fue el primer signo que Fénix me dio, que los hijos de la Tejedora, los humanos, nos darían a nosotros, los Garou.
Miré. Contemplé el futuro.
Vi a los hijos de la Tejedora pariendo. Una gran marea de humanos se alzó. Vi más y más, hasta que Gaia gimió por tener que transportarlos a todos. Sus casas desmoronándose, sus depravados violando, sus manos arañando la tierra reseca, tratando de alimentarse de Ella. Este fue el segundo signo de los últimos días, que Fénix me mostró.
Miré otra vez y contemplé el tercer signo.
Tantos. Tantos hijos. Tantos humanos. Y cayeron unos contra otros, uno a uno, y el Wyrm trajo corrupción y les dio a cada uno su ración. Y el extraño fuego que vi, la gran Columna de Humo elevándose por encima del bosque, esparciendo la muerte allá donde brillaba en esa tierra oscura y fría. Y oí la agonía de la Mar mientras gemía, porque algún loco borracho había derramado un lago de muerte negra sobre ella.
Volví la cabeza asqueado, pero no pude evitar mirar de nuevo.
Entonces, contemplé el cuarto signo.
El Wyrm se hizo poderoso: sus alas aventaban las brisas de la decadencia. Extendió sus enfermedades, y eran horribles: el Rebaño sufrió enfermedades de la cabeza y de la sangre. Los niños nacían deformes. Los animales enfermaban y nadie podía curarlos. En estos últimos días, ni siquiera los guerreros de Gaia pudieron escapar a las uñas paralizantes del pájaro que traía la enfermedad.
Con una lágrima en mi ojo, miré de nuevo y Fénix me mostró un quinto signo.
Vi otras Columnas que se elevaban como lanzas de muerte hacia el hermoso cielo, traspasándolo, dejando que el Padre Sol quemase y resecase a Gaia. El aire se calentó; incluso en la oscuridad del Invierno, hacía calor. Las plantas se marchitaron bajo el sol. Un grito de dolor y enfermedad se elevó desde los bosques moribundos; los parientes, todos a una, vertieron lágrimas de duelo.
Entonces, como si hubiese sido rasgado un velo, se me mostró el sexto signo.
En estos últimos días, Gaia tiembla de rabia. El fuego hierve de las profundidades. La ceniza cubre el cielo. El Wyrm acecha en las sombras creadas y se alza para atacar. Los viejos han desaparecido; ya no están ahí los Guardianes de las Sendas y las Encrucijadas. En estos últimos días, se dará a conocer el sexto signo en las Manadas que se formen. Cada Manada tendrá sobre sí una Búsqueda, un Viaje Sagrado que deberá cumplir. Éste es el deseo de Gaia.
Y atisbé el séptimo signo, si bien no pude contemplarlo por entero. Pero pude sentir su calor.
El Apocalipsis. Los últimos días del mundo. La Luna fue tragada por el sol y ardió en su vientre. Fuegos sacrílegos cayeron al suelo, quemándonos a todos, retorciéndonos y haciéndonos vomitar sangre. El Wyrm se manifestó en las torres y los ríos y el aire y la tierra, y por todas partes sus hijos camparon por sus respetos, devorando, destruyendo, trayendo maldiciones de todo tipo. Y el Rebaño huyó aterrado.Y los Oscuros, los hijos del Wyrm, salieron arrastrándose de sus cuevas y pasearon por las calles a plena luz del día.
Aparté la mirada de la visión. Fénix me dijo: "Así es como será, pero no como debería ser".
Entonces, Fénix me abandonó.
Ahora no puedo soñar. Sólo puedo recordar los signos, cada uno en perfecto detalle. Éstos pueden ser los últimos días. Que Gaia tenga piedad de nosotros."

-.-

-Háblame también de Fenris-, pidió Lars solícito para intentar alejar su mente de la sensación de agria derrota que presagiaba la Profecía de Fénix.

-El Gran Fenris es el rey del invierno-, le explicó Ragnor. -No da ni pide cuartel. Es fuerte, sanguinario y poderoso. Él nos creó como un regalo para Gaia. Dijo a nuestros antepasados que éramos de su Camada y nos exigió que sirviésemos a la Gran Madre como sus garras, destruyendo a los débiles y alimentándonos de los corruptos. Él nos llevó a las gélidas tierras del norte, donde endurecimos nuestros corazones con el hielo y aprendimos a calentarnos únicamente con las llamas de nuestra propia rabia. Nos convirtió en los mejores guerreros de Gaia y nos prometió que, en el último invierno, nuestros héroes morirían aplastando a Jormangundr, la Serpiente de Midgard, entre sus fauces.

-¿Jormangundr?-, preguntó confuso.

-Los otros Garou la llaman el Wyrm-, le explicó pacientemente Caza-la-Niebla. -Los dos nombres son igualmente válidos, puesto que describen a nuestro enemigo como una bestia inconmensurable que amenaza con traer el Raganarok y destruirlo todo a su paso.

Lars se dio cuenta que las explicaciones de su maestro estaban salpicadas de términos y referencias a la antigua mitología escandinava. Parecía que los vikingos y los pueblos germanos habían extraído muchas de sus leyendas de la Camada de Fenris. Cuando se lo preguntó, Caza-la-Niebla le aseguró que aquellos pueblos salvajes y guerreros eran, y seguían siendo, Parentela de su tribu. En cualquier caso, una cosa estaba clara: los Garou de la Camada de Fenris se consideraban los guerreros de élite de la raza de los hombres lobo.

-Es normal, cachorro. -Le dijo Caza-la-Niebla.- El Gran Fenris nos sometió a duras pruebas para asegurarse de que sus hijos fueran dignos de su nombre y, desde entonces, seguimos probándonos una y otra vez en combate contra nuestros enemigos. No existe tiempo de paz para un guerrero de la Camada. Sólo los más fuertes pueden alzarse con la victoria.

-¿Y las otras tribus?-, preguntó Lars con cautela.

-No son lo suficientemente fuertes. -El tono de voz de su maestro fue del todo elocuente. -Permiten que la debilidad arraigue en sus filas y les falta valor necesario para hacer lo que debe hacerse. Pero no te equivoques, cachorro. Entre ellos hay unos pocos Garou dignos de luchar a nuestro lado cuando llegue el último invierno. Nuestro deber sagrado como Fenris será liderarlos en la guerra. Espero que tú puedas hacer lo mismo con tus nuevos hermanos de manada.
-.-

Llegó un momento en que Caza-la-Niebla consideró que ya le había ofrecido demasiadas explicaciones, por lo que camino de lado llevándose a Lars a la Umbra. Al otro lado de la Celosía, el joven Garou se sorprendió al ver que la fuerza espiritual de este lugar no parecía tan grande como el túmulo de Stanley Park. Sin embargo, sí comprobó que el abeto del reino físico tenía una versión espiritual más alta y fuerte, como un gigante de los mitos antiguos. Parecía capaz de resistir allí enraizado incluso el último invierno y sobre sus ramas traslúcidas permanecía una bandada de cuervos negros, que empezaron a graznar cuando lo vieron. Casi parecían gritar su nombre una y otra vez. "Lars, Lars". En realidad, parecían una orquesta desafinada y enloquecida.

Caza-la-Niebla les mandó callar con un gruñido. Luego, le explicó que debía conseguir que compartiesen sus dones con él. Si lo conseguía sin su ayuda, sería un verdadero Theurge. Lars asintió, pero en su interior estaba muy preocupado. ¿Cómo iba a negociar con ellos un Chiminaje apropiado si ni siquiera podía entender su extraño lenguaje? Parecía un desafío imposible. No obstante, se acercó al abeto pisando con cuidado entre sus raíces. Lars observó asombrado su altura. Era enorme. Caza-la-Niebla le había explicado que la Umbra no seguía las leyes del mundo físico, sino que era un reino espiritual donde podía pasar cualquier cosa en cualquier momento. Sin embargo, Lars sospechó que aquel majestuoso árbol llevaba en esa montaña más tiempo que su contrapartida física.

-Ojalá pudieras entenderme-, suspiró el joven Garou.

-Puedo hacerlo-, la voz grave y rasposa no provenía de ninguna boca cavernosa, sino del susurro de las ramas al agitarse imperceptiblemente-, pero me resulta extremadamente difícil concentrarme en ti.

Lars se sintió maravillado y asustado. Aquel espíritu intemporal estaba hablando con él de una forma que pudiese comprender. En ese momento, no le quedó ninguna duda de que en la Umbra cualquier cosa era posible. Caza-la-Niebla permaneció a unos pasos de distancia, observando todo lo que pasaba con su fría y silenciosa mirada.

-Mi nombre es Lars y soy un Garou de la tribu de Fenris. En mi nacimiento, Selene me bendijo con el rostro del misterio y esta noche debo aprender los secretos de los espíritus aunque no entienda su lenguaje. ¿Sabes cómo podría conseguirlo?

Los cuervos graznaron mil y una respuestas a su pregunta, pero Lars no entendió ni una sola de sus voces. Su única esperanza era aquel venerable abeto, pero no sabía si ese espíritu podría ayudarle.

-Yo recuerdo todas las lenguas de los espíritus pasados y futuros-, le explicó la voz del árbol, -pero sólo las compartiré contigo si logras resolver tres acertijos. Mas debes saber que si fallas uno solo, deberás quedarte conmigo haciéndome compañía hasta que broten mis hijos en este lugar. ¿Aceptas?

-Acepto- respondió con sequedad en su boca. ¿Cuánto tiempo podría pasar hasta que "naciesen" los descendientes del abeto? Sospechaba que era mejor no conocer esa respuesta.

-¿Qué lleva tortuga sobre su espalda?-. Era el primer acertijo.

-El mundo intermedio-, respondió rápidamente Lars recordando las breves explicaciones que le dio Caza-la-Niebla sobre la Umbra. -Tú lo llamarías el mundo material.

-¿Cuántas formas adopta el Kaos?-. Fue el segundo acertijo.

-Todas y ninguna-, volvió a responder él con suma rapidez.

-¿Dónde se esconde el que lo ve todo y oye todo?-. Fue el tercer acertijo.

La pregunta sorprendió a Lars, que tuvo que permanecer callado. "¡Genial! Un jodido abeto me va a ganar en un juego de adivinanzas. Vamos, tiene que existir una solución. Concéntrate", pensó para sí lleno de nervios. ¿Quién lo veía todo? "¿Cómo voy a saberlo?", rumió Lars malhumorado. Un rápido vistazo le reveló que Caza-la-Niebla empezaba a impacientarse. Y para colmo, los cuervos no dejaban de graznar con sus voces roncas.

¿Quién podía verlo todo? ¿Gaia? ¿Selene? ¿Fénix? Cualquiera de ellos parecía un candidato bastante probable. "Si es algún otro gran espíritu del que todavía no he oído hablar, estoy jodido", pensó. Lars se lamentó de no haber negociado la posibilidad de pedir una pista. Tendría que recordarlo la próxima vez que negociase con un espíritu, si había una próxima vez. Volvió a centrarse en el problema que tenía entre manos. ¿Quién lo veía todo? ¿Su profesora de 4º curso? ¿Fenris? No, no, no. No era eso, pero pensar en Fenris le recordó algo. Sí, un mito escandinavo. ¡¡Ratatösk!! ¡¡¡Eso era!!! ¡¡¡La ardilla del Árbol del Mundo!!!

-Se esconde en Yggdrasil-, hubiese deseado que su respuesta hubiera sonado más segura y firme, pero los nervios le estaban jugando una mala pasada.

-Así es-, le respondió el espíritu del abeto. Inmediatamente después, sus raíces se extendieron sobre los pies desnudos de Lars y el joven Garou sintió que el árbol lo inundaba con una parte de su propia esencia espiritual, dejándole una pequeña parte de sí mismo: el don del Lenguaje Espiritual. En ese mismo instante, el coro enloquecido de los cuervos tuvo sentido. Le habían estado intentando chivar la respuesta de la última adivinanza.

-.-

Unas horas más tarde, Caza-la-Niebla y Lars cruzaron la Celosía para volver al mundo material, donde estaba empezando a amanecer. El joven Theurge había vuelto conociendo los dones de la Persuasión, el Roce Materno y Resistir el Dolor. No había sido fácil, pero lo había conseguido. Como recompensa, Caza-la-Niebla le permitió dormir unas pocas horas antes de emprender el camino de vuelta a la ciudad.

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