martes, 7 de agosto de 2012

C. DE T. 1 - 58: TOSIA


Subimos en silencio por las escaleras de piedra, apenas iluminada por unas escasas antorchas, y al pasar junto al descansillo que conducía al primer piso, recordé que en mis primeros meses como aprendiz mortal, había frecuentado algunas salas como el comedor y las cocinas. Asimismo, también se hallaban en aquel piso una herrería, así como los barracones de los guardias de la capilla.

El segundo piso estaba tan tranquilo y silencioso como el inferior. Un gran portón, con ornamentos de hierro negro, daba paso a la gran biblioteca de la Casa Tremere, y varias puertas más pequeñas conducían a los aposentos comunes de los aprendices de los magi mortales. Tiempo atrás, incluso yo tuve que compartir alojamiento con docenas de aprendices, en una sala común llena a rebosar de personas de todas las edades, bebiendo abundante cerveza, quejándose de sus maestros o discutiendo en ocasiones sobre sus estudios. Por fortuna, aquellos días habían quedado atrás hacía mucho tiempo.

Nuestra subida nos llevó al tercer piso, donde se hallaban los aposentos privados de los miembros dirigentes del Consejo de Ceoris, el consejo rector de todas las actividades llevadas a cabo por la capilla más importante de la Casa Tremere. Sólo había una antorcha en cada pasillo, dejándolos prácticamente a oscuras a los ojos de los simples mortales. Tampoco nos detuvimos aquí, sino que continuamos nuestro ascenso, subiendo más y más escaleras.

Por fin, llegamos al quinto piso, donde se encontraban las salas de invitados, así como algunos laboratorios comunes para la experimentación alquímica. En esta planta había más antorchas, ofreciendo más luz a los pasillos. Curaferrum se acercó a una de las puertas y me entregó luna llave de hierro, mientras me informaba que tendría acceso libre a la gran biblioteca, pero no así a los laboratorios de las criptas de la capilla, cuyo permiso tendría que autorizar el mismo Consejero Etrius en calidad de Regens de la capilla de Ceoris. Asentí ante sus palabras cogiendo la llave de hierro que me ofrecía. Sin embargo, el Castellano no se retiró, sino que tuvo a bien ofrecerme un último consejo: me susurró que sería adecuado mantener las formas delante de los sirvientes y los magi mortales, la mayoría de los cuales seguían desconociendo que los líderes de nuestra Casa se habían alcanzado la inmortalidad a través de la sangre de Caín. Le di las gracias por sus consejos y, tras despedirme, entré en mis nuevos aposentos. Un jergón de paja descansaba en el suelo junto a un voluminoso cofre de madera con refuerzos de hierro y un escritorio con todos los útiles necesarios para la escritura. Un espejo bruñido colgaba de una de las paredes de piedra, bajo el cual descansaba en el suelo un barreño lleno de agua fresca. Satisfecho por la posibilidad de presentar un aspecto más digno, me aseé rápidamente lo mejor que pude y me vestí con una túnica de color carmesí que descansaba en el interior del cofre.

Dándome cuenta de que aún quedaban un par de horas de noche que podía aprovechar, antes de que el curso de los acontecimientos limitara mis posibilidades en las próximas noches, salí de mis aposentos y descendí por las escaleras hasta llegar a la tercera planta con la intención de visitar a mi sire Jervais para confiarle las nuevas noticias que portaba. Sin embargo, tras picar numerosas veces a su puerta, no obtuve respuesta alguna, así que decidí descender a la segunda planta, a la gran biblioteca.

Sentí una fuerte sensación de añoranza cuando abrí el portón para entrar en la gran cámara de la biblioteca de Ceoris. Había abierto cientos de veces aquella misma puerta, como mortal y luego como iniciado Cainita. Entre sus atestadas estanterías, había dedicado muchas de mis horas de descanso a mis estudios taumatúrgicos para satisfacer las exigencias de mi maestro Jervais y superar las pruebas imposibles que planificaba su cruel inteligencia. Habían sido momentos de gran tensión, coronados por éxitos brillantes y dolorosos fracasos. Sin embargo, allí estaba de nuevo. Mis éxitos me precedían. Pocos aprendices ascendían en la jerarquía de la pirámide de la Casa Tremere y yo ya era regens de una capilla humilde, pero de creciente importancia.

Dejé atrás esas ensoñaciones y observé con detenimiento el interior de la gran biblioteca, que tenía por centro una enorme sala, dominada por dos grandes mesas de fina madera tallada. Desde aquí se extendían en todas las direcciones numerosas estanterías repletas de pergaminos, papiros, códices y libros, formando intrincados y complejos pasillos. A aquellas horas de la noche, la sala estaba completamente vacía, con la excepción de un hombre bien entrado en años que resultó ser uno de los ayudantes del Maese Bibliotecario. Le interrumpí para preguntarle por el paradero de su amo, pero me respondió que el maese Celestyn se hallaba en aquellos momentos en una reunión del Consejo de Ceoris. Probablemente mi sire Jervais también se hallaba en dicha reunión, pensé inmediatamente. No pude evitar sonreír al percatarme de que el ayudante del Maese Bibliotecario estaba elaborando uno de los interminables catálogos de su amo. Celestyn era conocido por su obsesión por cambiar todas las noches los índices y catálogos de las obras de la biblioteca, siguiendo pautas conocidas únicamente por él y sus ayudantes. Algunos murmuraban que aquello era el primer síntoma visible de una incipiente locura, mientras que otros aseguraban que era la única forma que tenía el Maese Bibliotecario para esconder sus volúmenes más preciados de las miradas rapaces de los magi que acudían a la gran biblioteca. Durante un mucho tiempo, yo mismo tuve la certeza de que Celestyn sólo adoptaba esa conducta para vengarse por el robo de los libros a su cargo, aunque en esos momentos me parecía improbable una explicación tan pueril.

Sin embargo, la ausencia del Maese Bibliotecario me brindaba la oportunidad de consultar libros que hubiesen podido suscitar toda clase de sospechas. En concreto, estaba decidido a hallar información útil sobre la entidad conocida como Kupala, a la que algunos consideraban un dios pagano y otros una criatura demoníaca, para proteger por todos los medios mi capilla en Balgrad de su perniciosa influencia. Así pues, decidí identificarme y pedir al ayudante que me guiase hasta los volúmenes dedicados a las protecciones taumatúrgicas. El hombre consultó brevemente unos índices y luego me guió por los pasillos, aunque parecía algo perdido por el cansancio acumulado. Pasamos junto a un magus con una túnica escarlata, que consultaba un viejo papiro extendido sobre la superficie de una pequeña mesa de madera. El extraño y yo nos saludamos en silencio con un breve movimiento de cabeza. Finalmente, cuando llegamos a la estantería que buscaba el ayudante, comprobamos que se había equivocado completamente. Las obras presentes consistían en bestiarios de animales fantásticos presentes en los reinos cristianos y más allá de sus fronteras. El ayudante de Celestyn se disculpó torpemente, marchándose con premura para consultar de nuevo su índice.

Aproveché ese momento para alejarme buscando por mi cuenta volúmenes que tratasen sobre  demonología. Mis esfuerzos tuvieron éxito más rápido de lo que esperaba. Alcancé a descubrir una estantería aislada con algunos documentos referentes a ese tema en un rincón alejado en aquel laberinto de pasillos y estanterías. No obstante, me hallaba sosteniendo en mis manos un viejo y maltratado grimorio cuando me percaté de la presencia de tres personas, tres magi de la Casa vestidos con túnicas iguales a la mía, que vigilaban mis movimientos con evidente suspicacia. Eran dos hombres y una mujer. Ella se presentó en el acto como la maestra Tosia, mencionando también a sus dos compañeros, el maestro Omnifer y el adepto Biturges. Los tres eran claramente magi mortales y aparentaban tener la misma edad, en torno a los cuarenta o cuarenta y cinco años. Siguiendo las normas del protocolo, me presenté con aplomo como Dieter Helsemnich, adepto del Rego Tempestas y Regens de la capilla de Balgrad. A continuación transcurrieron unos tensos momentos que aproveché para observar con mayor atención a mis interlocutores.

Tosia mostraba un aspecto lozano, joven y núbil. Sus rasgos, cálidos y atractivos, estaban enmarcados por su hermosa melena dorada. Vestía con finos ropajes de seda de vivos colores que resaltaban los contornos de su figura, así como un generoso escote. De su cuello colgaba un hermoso crucifijo de plata. Por su parte, Omnifer tenía un rostro rectangular y chato, con el ceño fruncido, como si siempre estuviese disgustado o contrariado. Vestía un sencillo traje militar de cuero, adornado únicamente por una daga sujeta al cinturón, y una capa corta de piel que colgaba de su cuello. Por último, Biturges tenía un largo y bigote, una pequeña perilla. Estaba vestido con unas túnicas llena de adornos, además de polainas de vivos colores y un sombrero picudo adornado con dos plumas de ganso. No pude evitar pensar que sus vistosos atavíos le hacían parecer más un bufón que un verdadero adepto de la Casa Tremere.

Fue la maestra Tosia la que rompió de repente el silencio para preguntarme las razones que me llevaban a consultar tratados de demonología. Las complejas normas por las que se regía la jerarquía de las órdenes herméticas a las que pertenecía la Casa Tremere, me obligaban a responder a sus preguntas, ya que ella había alcanzado la sabiduría necesaria para convertirse en maestra de las artes mágicas, mientras que yo sólo era un adepto. El hecho de que también ocupase el cargo político de Regens de la capilla de Balgrad no me ayudaría a evadirme fácilmente de su escrutinio. Decidí optar por dar una excusa lo más cercana posible a la verdad, por lo que le expliqué que estaba investigando rituales de protección contra los poderes demoníacos. Ni ella ni sus compañeros parecieron satisfechos en modo alguno con mi respuesta, pero la oportuna aparición del ayudante de Celestyn evitó que siguiese sometido a aquel interrogatorio.El hombre me dijo que la sección que había estado buscando se hallaba muy cerca de la estantería que buscábamos originalmente y traía unos rollos de pergamino para que los consultase. Al comprobar que al menos parte mi excusa era cierta, Tosia y sus compañeros decidieron marcharse tras despedirse con la mayor brevedad.

Di las gracias al hombre y, durante las siguientes dos horas, consulté los pergaminos y el libro que había descubierto antes de la interferencia de la maestra Tosia. No encontré en él ninguna mención a Kupala, ni tampoco detalles sobre la protección mágica frente a los poderes infernales, pero sí obtuve algunos datos útiles que me permitirían diseñar un ritual propio para defender mi capilla de las intrusiones demoníacas. Finalmente, devolví el libro a su lugar y los pergaminos al ayudante, para luego dirigirme rápidamente a descansar a mis aposentos de la quinta planta.

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