miércoles, 1 de agosto de 2012

C. DE T. 1 - 54: ¡MASACRE EN LOS BOSQUES!


Al despertarme a la noche siguiente, lo primero que percibí es que el carromato se hallaba completamente detenido. Aquello me inquietó más allá de lo que pueden transmitir las palabras. Desde que sufrimos los primeros ataques, había dado la orden de marchar día y noche, descansado varias veces un par de horas al día, con la vana esperanza de dejar atrás a nuestros perseguidores. Por tanto, nuestra caravana no debería estar quieta en ese momento. No escuché voces en el exterior. Lushkar seguía convaleciente en su jergón y Sana dormía al lado de Irena cubierta por las mantas. Alguien picó suavemente en la puerta del carromato, intentando no hacer más ruido del necesario. Por su forma de picar, supe de inmediato que era Derlush. Di permiso a mi criado para que entrase. Olía a sangre, propia y ajena, y pude ver que estaba cansado y exhausto. Tenía mucho que contarme, eso era evidente.

Derlush me explicó impertérrito que nuestra caravana sufrió una emboscada al mediodía, en un tramo que hacía un giro en el camino. Varias criaturas humanoides, los szlachta, nos habían salido al paso por delante, así como por la retaguardia. Los monstruos cargaron contra nosotros para cerrar la trampa. Sin embargo, Paolos y sus hombres no se lanzaron contra ellos, sino que por el contrario optaron por defender su posición. En ese momento, me confesó Derlush, se dio cuenta de que aquella maniobra nos dejaría atrapados y, por tanto, ordenó a todos los hombres y mujeres que corriesen hacia delante para dejar atrás a los monstruos. Muchos, como Erik Siegard, intentaron seguir sus órdenes, mas otros trataron de huir a los bosques o por la retaguardia. Los que buscaron la seguridad del bosque se encontraron frente un monstruo gigantesco de más de tres metros de altura. Era una amalgama caótica de carne y hueso, con múltiples extremidades y rostros cuyas bocas estaban repletas de colmillos puntiagudos, que salía del bosque para unirse a la carnicería del camino, aplastando sin darse cuenta a los que huían.

Mi criado me contó que fustigó con todas sus fuerzas a los caballos que tiraban de nuestro carromato para que llegasen a la altura de los hombres de Paolos y luego, los hizo cruzar a golpe de látigo entre los szlachta. Envalentonados por su ejemplo o quizás por el miedo a quedarse atrás, los mercenarios de Paolos también avanzaron, atacando sin misericordia a los ghouls Tzimisce, que se vieron abrumados por su superioridad numérica. Pisándoles los talones, les seguían los bávaros, muchos de los cuales murieron aplastados o devorados por el monstruo gigante. Finalmente, Derlush me contó que él y los guardias que lo seguían lograron romper el cerco y traspasarlo, avanzando sin detenerse hasta que dejaron bien atrás el lugar de la emboscada. Parecía que los monstruos de los Tzimisce no les perseguían, sino que estaban cebándose con los desafortunados que se habían quedado atrás.

Derlush detuvo en ese momento los caballos y se bajó del carromato para hablar con Paolos y trazar rápidamente un plan, pero mi criado intuyó que algo iba mal. Cuando estaban a unos simples pasos el uno del otro, Paolos intentó atravesarlo con su espada, mas Derlush le rebanó el cuello antes de que tuviese tiempo siquiera a empezar a realizar el movimiento. Los hombres de Paolos se volvieron contra él como una jauría de perros rabiosos, causándole pequeños cortes y rodeándolo con rapidez. Mi fiel criado me confesó que pese a su destreza con las armas, en ese instante estaba convencido de que pronto se reuniría con sus antepasados. Sin embargo, los mercenarios de Erik acudieron inesperadamente en su ayuda, cargando contra los hombres de Paolos y pillándolos desprevenidos. El combate entre unos y otros fue breve. Agradecido y ensangrentado, mi criado acordó con Erik salir del camino y ocultarnos en las profundidades del bosque, dejando atrás a los monstruos.

La conclusión del relato de Derlush fue de lo más desalentadora. De las más de sesenta almas que componían nuestra caravana cuando partimos, sólo habían sobrevivido poco más de una veintena, excluyendo de la cuenta a mis propios criados. Por último, Derlush me aseguró que Friedich y Karl estaban heridos pero vivos, aunque Hans no había tenido tanta suerte.

Pese a la gravedad de las noticias, no tuve tiempo para lamentarme, puesto que había que tomar medidas urgentes. Me alimenté de nuevo de Irena, hasta dejarla inconsciente. A continuación, salí del carromato, el único que nos quedaba de nuestra caravana, que se hallaba bajo de las ramas de uno de los grandes árboles de esta zona. Los supervivientes descansaban en el suelo, durmiendo de puro cansancio o rezando en silencio. Estaban sucios, famélicos y ensangrentados. Habían perdido casi todas sus pertenencias y habían contemplado horrores que harían enloquecer a cualquier hombre. Reuní a los guardias que nos quedaban, casi una docena, y les ordené que me siguieran. Erik me miró sombrío, pero afortunadamente no dijo nada que pusiese en entredicho mis órdenes, sospechando tal vez que eso hubiera supuesto su prematura muerte.

Deshicimos el camino, retrocediendo unos 300 metros. A continuación arrodillé en el suelo y realicé el encantamiento que invocaría el aliento del dragón. La niebla cubrió la maleza y los árboles de inmediato con su espeso manto. Los hombres lanzaron juramentos y maldiciones en voz baja. Pude escuchar el mismo murmullo varias veces. "Brujo" y "adorador del Diablo", repetían los muy desagradecidos. ¿No comprendían que trataba de salvar nuestras vidas? No hice caso alguno de su ignorancia y observé como la niebla se extendía en todas las direcciones para despistar a nuestros perseguidores. Después retrocedimos ocultando las huellas de nuestro paso, usando toda clase de hojas y ramas sueltas. Tardamos unas horas en terminar. Era un trabajo tosco, que no podría engañar a ningún rastreador, pero confiaba en que la espesa niebla hiciese pasar desapercibidos los rastros más evidentes.

Finalmente, regresamos a nuestro improvisado campamento. Los hombres volvieron a los lugares en los que habían descansado, mirándome con miedo, odio o las dos cosas al mismo tiempo. Sin hacerles caso alguno, mostré a Derlush y Erik el mapa que llevaba conmigo y les indiqué la ruta que debíamos seguir hasta llegar a las atalayas que rodeaban Ceoris, ordenándoles que a partir de ese momento viajásemos de día y acampásemos de noche ocultándonos bajo los árboles de los bosques tal y como estábamos haciendo esa misma noche.

El resto de la noche transcurrió sin incidentes. Todos intentaron descansar, aunque dormir parecía una proeza imposible para muchos. Por mi parte, permanecí alerta durante toda la noche fuera del carromato, usando mis agudos sentidos para buscar cualquier amenaza que nos acechase. Mi mente vagaba sin control. Paolos había intentado matarme. ¿Le había ordenado que me matase la Consejera Therimna? Por más que intentaba buscar otras explicaciones, mi mente siempre volvía a la misma pregunta una y otra vez. Me la imaginaba diciendo sin esfuerzo a mi sire: ¡Pobre Dieter! Otro miembro leal de la Casa Tremere que ha caído en la guerra contra nuestros enemigos Tzimisce... Sí, estaba seguro que esa sería la excusa que usaría para encubrir su participación en los hechos. Pero, ¿por qué motivo iba a tomarse estas molestias? ¿Por la oferta de Dominico? ¿Por mi reunión secreta con los conspiradores que buscaban aliados contra Bulscu? ¿O por otra razón que no entendía? Más preguntas sin respuestas satisfactorias. Dejé que mi mente divagase durante un tiempo hasta que presentí que la luna iba dar paso al sol, momento en que desperté a Derlush y volví a encerrarme en el carromato.

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