lunes, 27 de agosto de 2012

C. DE. T. 1 - 70: LA ORDEN TEUTÓNICA


Cuando llegó la siguiente primavera, en el año 1.216 de nuestra era, un grupo de caballeros de la Orden Teutónica se instalaron en Balgrad y construyeron una fortaleza anexa junto a los muros de la ciudad, pretextando un documento firmado por el mismo rey de Hungría, Andrés II el Hierosolimitano, para que ayudasen a la protección de la frontera contra los cumanos nómadas. La Orden había sido un una fuerza pujante en las Cruzadas de Tierra Santa y en los últimos años había recuperado nuevos bríos con la Bula de Oro de Rímini que les había concedido el mismo emperador del Sacro Imperio Federico II Hohenstaufen. En dicha bula el emperador concedía a la Orden el derecho a gobernar los territorios que ganasen mediante la conquista, lo que había impulsado a los caballeros de la Orden Teutónica a conquistar a los paganos de Prusia oriental y Livonia, creando un reino propio desde el que seguirían extendiendo forzosamente la fe cristiana por medio de las armas.

Desafortunadamente, la Orden había puesto sus ojos en los territorios transilvanos, repletos de paganos e idólatras, y sus dirigentes parecían dispuestos a llevar aquí también su santa cruzada. Tras reflexionar sobre este delicado problema, decidí no emprender ninguna acción contra ellos debido a sus fuertes lazos con la Iglesia.

Por su parte, lord Sirme visitó a su sire, la Princesa Nova Arpad del clan Ventrue, como tenía acostumbrado. Sin embargo, su encuentro fue un completo fracaso y regresó antes de lo previsto a Balgrad. Nunca lo había visto tan enfadado. Me explicó que su sire estaba furiosa puesto que sus criados habían capturado la carreta que había enviado con el Nosferatu al que habíamos hecho prisionero. Parecía ser que también había leído la misiva en la que ofrecía una alianza secreta a los Nosferatu de Schaasburg y que su ira fue imposible de aplacar. Lord Sirme me aseguró que Nova le exigió que se sometiese a un Juramento de Sangre con ella para demostrarle su fidelidad o, en caso contrario, se convertiría en su enemigo más enconado. Él se ofendió ante ese ultraje y rechazó tajante semejante trato a su persona. Lord Sirme me aconsejó que reflexionase revocar el permiso que le había concedido para que permaneciese en Balgrad, ya que su estancia en la ciudad sólo podría causar graves problemas. Deseché su consejo rápidamente. Era lo menos que podía hacer por él, a pesar de que  sabía que Balgrad no se beneficiaría por más tiempo del comercio con Mediasch.

Ese mismo año, el Capadocio me escribió para comunicarme que partía con su chiquillo hacia algún destino que no deseó revelar ni siquiera a mí. Aunque no entendí las razones del hermano William para actuar de ese modo, supuse que debía tratarse de algún asunto interno del clan Capadocio. En cualquier caso, ordené a Lushkar que velase por los intereses de la abadía hasta el regreso de nuestro amigo. El hermano William Arkestone regresó a Balgrad dos años después, sin la compañía de su chiquillo. A pesar de mi curiosidad por los pormenores de su viaje, nunca logré descubrir nada de su extraño viaje.

A partir del año 1.220 de nuestra era, ocurrieron una serie de desgracias. Mi fiel criado Lushkar enfermó de una extraña enfermedad para la que no hallé remedio ni cura. Su cuerpo se debilitaba por momentos, entre fuertes diarreas, vómitos, toses y calambres. Volqué todos mis recursos en salvarle, utilizando todos mis conocimientos y rituales mágicos, pero fracasé completamente. Cuando su estado de salud empeoró, tomé la decisión de llevarlo a Ceoris para que lo atendiesen los sabios de la Casa Tremere sin que me importase el oneroso precio que tendría que pagar por su ayuda. No obstante, mi fiel criado y amigo no soportó el duro viaje y, en una noche tormentosa, tuve que concederle la maldición de Caín, convertirtiéndolo en mi primer chiquillo. Fue un acto desesperado que tendría sus nefastas consecuencias. Había concedido la Transformación sin el permiso de los líderes de la Casa Tremere, lo que en sí mismo era una grave falta. Ambos regresamos juntos a Balgrad, desde donde me puse inmediatamente en contacto con mi sire Jervais. Él se mostró favorable a interceder por mí ante nuestros líderes a cambio de que contrajese una gran deuda a su favor, oferta que tuve que aceptar sin queja alguna.

Por su parte, los caballeros de la Orden Teutónica comenzaron a cobrar ese mismo año impuestos mercantiles abusivos por el uso de los caminos. De inmediato, hubo quejas en la ciudad, pero por fortuna nuestra oportuna intervención pudo evitarse un enfrentamiento violento que sólo reforzaría el poder de la Orden sobre toda la ciudad. Balgrad se había convertido en rehén de sus protectores. Se enviaron peticionarios a la corte del rey de Hungría Andres II, cuya generosidad y piedad eran sobradamente conocidas, para protestar ante semejante ultraje, mas las discusiones se alargaron durante años, tiempo que la Orden aprovechó para continuar cobrando sus supuestos derechos. Hablé con los gobernantes de Balgrad para sugerirles que sobornasen a los escuderos de la Orden para obtener información de los planes de sus amos, pero lo único que pudimos saber con certeza es que estaban más asustados que sorprendidos por el giro que tomaban los acontecimientos. A raíz de esa revelación empecé a sospechar que había otra fuerza influyendo en los destinos de la Orden. Sin duda, ese miedo era en sí mismo más preocupante que toda la codicia que podía engendrar el corazón humano.

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