viernes, 3 de agosto de 2012

C. DE T. 1 - 56: ESOARA


 Nuestro grupo salió de la protección de la cuarta atalaya con las primeras luces del alba. El capitán Iacobus nos cedió amablemente algunas provisiones para los próximos días, así como el caballo que le había solicitado. Cuando llegó la noche, Derlush me explicó que no habíamos sufrido ataques ni incidentes de ningún tipo. Esas eran unas noticias excelentes. Al salir al exterior, comprobé que los mortales estaban reunidos en pequeños grupos alrededor del carromato, cenando junto a la lumbre de pequeñas hogueras o descansando para aliviar los rigores del viaje. Por encima de nuestras cabezas, el cielo nocturno estaba cubierto de nubes espesas que anunciaban futuras lluvias. Decidí alejarme del campamento llevándome el caballo, para desangrarlo completamente sin que ninguno de mis protegidos pudiese ser testigo de ese cruel espectáculo. A continuación, invoqué los poderes del Rego Tempestas, para alejar de nuestro camino el pesado manto de nubarrones. una vez hecho esto, volví a nuestro pequeño campamento y me senté sobre el techo del carromato, vigilando los alrededores con mis agudos sentidos. Cuando los mortales empezaron a despertarse poco antes del amanecer, volví a introducirme en el vehículo.

Al despertarme a la noche siguiente, Lushkar seguía inconsciente en su jergón, Irena dormía pesadamente y Sana no estaba con nosotros. La vi fuera, cenando con mis otros criados. Derlush se incorporó y me confió que tampoco había habido incidentes durante aquel día de marcha, pero creía que debíamos estar muy cerca de la capilla de Ceoris, porque había advertido que los caminos eran cada vez mejores. Gracias a mis artes taumatúrgicas, el cielo sólo mostraba unas pocas lluvias. Pero no fue eso lo que me llamó más la atención. A lo lejos, tan distantes que permanecían ocultas a los ojos mortales, pude vislumbrar el contorno de unas torres altas y robustas alzándose en la oscuridad de la noche. Ceoris. Habíamos alcanzado nuestra meta. Con una risa cargada de buen humor, le dije a Derlush que me acompañase y entramos en el interior del carromato, lejos de los oídos indiscretos.

Allí le confesé que estaba muy orgulloso de su actuación durante las últimas semanas. Había salvado mi no vida frente a enemigos tan terribles como los licántropos o los esclavos de los Tzimisce. Había guiado con gran acierto a las gentes de nuestra caravana desde que salimos de Praga y, luego, de Buda-Pest, a pesar de los peligros, las traiciones y la cobardía. Su lealtad estaba fuera de toda duda y merecía saber que estaba muy satisfecho con sus fieles servicios. Su rostro curtido esbozó una sonrisa poco frecuente en su cara, agradecido sinceramente por mis palabras. Derlush no era un hombre sensible, mas pude comprobar que estaba visiblemente emocionado. Como recompensa por sus acciones, me hice un corte en la muñeca y derramé mi preciada sangre sobre una copa. El líquido fluyó pesadamente hasta llenarla por completo. Derlush observaba agitado su recompensa. Durante unos instantes, me pregunté qué emociones estarían imponiéndose dentro del alma de mi criado. Podía averiguarlo usando mi visión mística, pero decidí que se había ganado el derecho a esa intimidad. Cuando le entregué la copa con su recompensa, no pudo contenerse por más tiempo y la bebió a toda prisa, apurándola hasta la última gota. A continuación, le expliqué que llegaríamos a Ceoris al día siguiente y que debía estar preparado para actuar en mi nombre, dándole mi anillo para que se lo mostrase a los guardias que protegían las murallas de la fortalez. Luego, le dije que fuese a descansar durante lo que restaba de noche.

Me volví hacia Irena y la desperté con delicadeza. Su joven cuerpo estaba exhausto por mi constante necesidad de sangre durante las peores noches de nuestra travesía. Su rostro me observó con miedo. Aún no le había confesado qué era yo ni le había explicado por qué se despertaba tan débil cada vez que yacía conmigo y por qué sus recuerdos eran tan confusos. Su mirada parecía aturdida, pero más despejada que la noche anterior. Le expliqué que al día siguiente llegaríamos a la poderosa fortaleza a la que nos dirigíamos. No obstante, debía ser consciente de que tendría que tomar una decisión en ese instante: o bien permanecía conmigo como una más de mis criados personales o bien entraría a formar parte de la servidumbre de Ceoris. Su voz débil y aletargada me respondió que yo era su señor y, si lo deseaba, me acompañaría a donde fuera. Asintiendo ante su respuesta, la Dominé para que durmiese profundamente toda la noche.

Después, me arrodillé en el suelo del carromato, con las manos sobre las piernas, preparando mi mente para los rigores del ritual de la Comunicación con el Sire del Vástago. Mi sire pudo atender mi mensaje aunque no contestó nada cuando le expliqué que estábamos a poca distancia de Ceoris, y desvió pronto su atención hacia otros asuntos más importantes. No sabía si Jervais se hallaba en Ceoris o no, pero aún así debía informarle para que mi llegada no le cogiese por sorpresa. Sin nada más que hacer, volví a encaramarme al techo del carromato para hacer guardia durante las próximas horas.

Cuando la luna llegó a su cenit, escuché a lo lejos el estruendo provocado por un gran grupo de jinetes a caballo aproximándose a nuestro pequeño campamento. Ni siquiera aquí, a pocas leguas de los muros de la gran capilla de Ceoris, podía saber si serían aliados o enemigos, así que no corrí riesgos innecesarios. Desperté a todo nuestro grupo y les exhorté a que se preparasen para la lucha en caso de ser necesario. Ya se podían ver las sombras de los jinetes en el camino. Ordené a Derlush y Karl que me acompañasen, adelantándome para recibir a aquellos extraños. Los jinetes detuvieron sus monturas y nos rodearon a los tres en silencio. Estaban pertrechados con armaduras de placas y montaban sobre caballos de guerra. También reconocí inmediatamente el blasón de la Casa Tremere pintado en muchos de sus escudos. Su líder era un gigante, dotado de unas espaldas fuertes como las de un oso y el peto de su pesada armadura mostraba un elaborado relieve de una serpiente que se infiltra en un costillar y una calavera humanas. No tenía escudo pero sostenía con facilidad en su mano derecha un hacha descomunal de doble hoja. Supe quién era aquel temible Cainita en el momento en que retiró la visera de su yelmo.

Aparentaba tener unos cuarenta y cinco años y mostraba un tupido copete de negros cabellos grasientos. Una barba enmarañada extendía sus zarcillos por toda la mandíbula hasta cubrirle el cuello. Una gruesa vena le surcaba la frente, en dirección a su nariz de gancho. Sus ojos se asemejaban a brasas encendidas. Su nombre era Esoara y se había ganado merecidamente el título de Señor de la Guerra de Ceoris. Con gran amabilidad, me dio la bienvenida a los dominios de Ceoris y se ofreció a escoltarnos para que descansase tras la seguridad de las murallas de la capilla esa misma noche. Le respondí con toda sinceridad que aceptaba gratamente su oferta, ya que habíamos sufrido numerosos ataques y emboscadas de los monstruosos Tzimisce. Esoara se sorprendió de inmediato y me pidió que le explicase las actividades de nuestros enemigos. Así lo hice yo, narrando con toda fidelidad los hechos, desde los primeros ataques, a la emboscada donde perdimos a la mayor parte de los hombres y mujeres de nuestro grupo y, finalmente, a las últimas noches de persecución antes de llegar a la protección de la cuarta atalaya. Por supuesto, omití los detalles de la traición de Paolos y sus hombres por razones políticas. Necesitaba pruebas que respaldasen mis sospechas y, aun así, sería funesto acusar de traición a la Consejera Therimna. Esoara mostró su sorpresa de nuevo y me confirmó que llevaban un año entero sin sufrir emboscadas en aquella zona, lo que acrecentó mis sospechas, pero guardé silencio prudentemente.

Sin embargo, antes de partir, hice llamar a Erik Siegard. Era un hombre excepcional y no estaba dispuesto a que se le ordenasen tareas mundanas que dilapidasen sus grandes habilidades. Además, sin su ayuda no hubiésemos sobrevivido al viaje y no deseaba recompensarle haciendo que acabase como sujeto de experimentos innombrables o como víctima del hambre de un compañero Tremere. Una vez que el capitán bávaro estuvo con nosotros, le expliqué a Esoara que Erik era un hombre curtido, diestro en las armas y muy intuitivo. Además era astuto como un viejo diablo y un líder natural de hombres. En resumen, le sugerí que ganaría un gran talento poniéndolo a su servicio y al de la Casa Tremere. El Señor de la Guerra de Ceoris escuchó mis palabras con gran atención, estudiando a Erik con la mirada. Pareció conforme y me respondió que estudiaría mi propuesta. Por último, me dijo que ordenase a mi grupo que se preparasen para partir cuanto antes, asegurando que llegaríamos a Ceoris en unas pocas horas de marcha.

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